—Voy a matarlo, voy a matarlo —se decía ________ entre dientes mientras pisaba el acelerador a tope, lo cual no resultaba nada fácil con los zapatos de tacón alto que llevaba—. Tengo que contenerme y no vomitar durante la boda, y luego lo mataré.
Los neumáticos chirriaron al entrar en el aparcamiento de la iglesia de Santa María. Había tomado la curva demasiado deprisa. Sacudió la cabeza. La resaca le taladraba las sienes como una perforadora mecánica. De todos los días posibles para tener resaca aquel era el peor. Se detuvo en seco y tiró del freno de mano. Se miró un instante en el espejo retrovisor e hizo una mueca de desagrado al comprobar la palidez verdosa de su cara.
—Voy a matarlo, voy a matarlo —repitió. Salió del coche gruñendo, maldiciendo al no poder ir todo lo rápido que quisiera para no estropear su vestido rosa palo de dama de honor, y cerró de un portazo.
El ruido resonó en su cabeza como si la tuviera hueca. Apenas bebía y antes de aquel día solo había tenido resaca una vez en su vida. Ya no la recordaba, pero desde luego no podía ser tan mala como aquella., Nada podía ser tan malo como aquello.
—Vaya, ya era hora —oyó que le decían en voz alta desde la escalinata de la iglesia—. Te estábamos esperando.
Se había equivocado. Sí, podía haber algo peor.
—Voy a matarte —susurró.
Louis Tomlinson sonrió maliciosamente desde la escalinata. Estaba muy guapo, como siempre en realidad, se dijo ________ con disgusto. En el moreno que su piel lucía esplendorosamente durante todo el año no había el menor rastro de la noche pasada. Sus ojos grises no estaban turbios, sino relucientes de malvado humor.
Su pelo oscuro y su brillante sonrisa podrían lucir en la portada de una revista. En realidad, tenía el aspecto de haber pasado la velada con un libro entre las manos y bebiendo un vaso de leche templada. Aunque, como ella sabía perfectamente, la noche había sido bien distinta. ¡Había pasado la noche asegurándose de que tuviera exactamente el aspecto horrible que tenía aquella mañana!
—Vaya, vaya, vaya —dijo Louis mirándola a los ojos y acercándose a ella para tomarla del brazo—, conque tenemos resaca, ¿no?
—Cállate, la culpa es tuya —dijo ________, aferrándose a la barandilla metálica de las escaleras como si fuera su tabla de salvación—. A propósito, ¿por qué demonios te empeñaste en llevarme a la despedida de soltero de Harry?
— ¿Es que tenías un plan alternativo? Si te hubieras quedado en casa de mi madre acompañando a mi hermana, la novia, y a su fiel escudera, Paula, te habrías vuelto loca —dijo Louis—. Porque ahora que Yale se casa y solo quedas tú, ya supondrás que no te van a dejar en paz hasta que te emparejes.
________ sabía que Louis tenía toda la razón. Por otra parte, al dolor de cabeza comenzaba a sumársele cierto malestar de estómago.
—Ya, así que pensaste que la mejor manera de preparar a la pobre ________ para el acoso que va a empezar a sufrir a partir de mañana era... ¡Claro! Llevarla a ver cómo una bailarina de tres al cuarto enseñaba el trasero en la playa a altas horas de la noche.
—La verdad es que lo de la bailarina era secundario, lo que más me importaba era meterte diez tequilas en el cuerpo para subirte un poco la moral —dijo Louis con una sonrisa—. Oh, vamos, Nanii (tu apodo), nadie te puso una pistola en el pecho para obligarte a beber.
—No, ¡pero hiciste una apuesta conmigo! —Dijo ________, conminándole con un dedo—. Apostaste conmigo el sueldo de una semana a que no podía aguantar tu ritmo, y, claro, yo me vi en la obligación de mantener bien alto el pabellón femenino.