Capitulo 7.

127 4 1
                                    

A las diez en punto de la mañana del domingo, Louis estaba aspirando el suelo de su casa. Lo cual era ya bastante extraño por sí mismo. Normalmente dedicaba las mañanas de los domingos a una sola cosa, siempre la misma: dormir hasta el mediodía. Aquel domingo, sin embargo, había abierto los ojos a las seis de la mañana y no había podido volver a cerrarlos.

Amigos o no, el caso era que tenía una «cita» con ________.

No se trataba de «salir» en el sentido estricto de salir con una mujer, claro; ya se había preocupado él de dejarlo lo suficientemente claro, se decía, aspirando la alfombra del salón. Todo formaba parte de un plan cuidadosamente ideado. Ella iría a su casa, los dos disfrutarían de todas sus actividades favoritas y así ________ tomaría buena cuenta de lo maravillosa que era la vida que llevaba antes de decidirse a ganar la estúpida apuesta. Recordaría lo feliz que era antes de cambiar de imagen, de conocer a Niall, antes de que él hubiera abierto su enorme bocaza; y dejaría la busca y captura de hombres para mejor ocasión, volvería a su antiguo estilo de vestir y las cosas volverían a su cauce.

Louis desenchufó la aspiradora y fue a buscar un plumero para quitar el polvo. Ojalá pudieran recuperar lo que siempre habían tenido.

Lo cierto era que la noche anterior había sentido pánico, verdadero pánico al verla con aquel vestido rojo de satén. Un pánico seguido de auténtico deseo sexual, deseo que no se había disipado tras recordarse quién era en realidad aquella mujer, un recordatorio al que había tenido que recurrir varias veces durante el resto de la noche. Al verla salir con Niall, le dieron ganas de estrangular a alguien. Salió tras ellos con la idea, completamente falsa, de «protegerla». Si Niall tuviera la mitad de las hormonas de un hombre normal, habría hecho todo lo posible por llevarse a ________ a la cama. Él al menos lo habría hecho, se dijo, limpiando nerviosamente el polvo de la estantería.

Guardó la aspiradora y fue a buscar limpiacristales y unos trapos para limpiar los cristales. El problema era que, por muy buena idea que fuera aquel asunto de la «cita», Louis no estaba seguro de si sabría salir adelante con él. Su cuerpo empezaba a controlar su mente, y su conciencia... aunque, en realidad, su conciencia siempre llegaba dos minutos tarde como para ser de utilidad.

Había deseado a ________. Aquel beso había sido una absoluta sorpresa justo cuando él más tranquilo se encontraba. ________, seguramente, se había quedado de piedra, pero él no se había quedado el tiempo suficiente para comprobarlo.

Guardó los artículos de limpieza y se dejó caer en el sofá.

Muy bien, era obvio que ambos sentían aquella extraña atracción. Conocía demasiado bien a las mujeres como para no darse cuenta del extraño brillo de su mirada, de su ligero sonrojo, de cómo se le había acelerado el pulso. Pero también sabía que aquella reacción se debía a que hacía muchos años que no la besaban. Solo se trataba de una vuelta al mundo de la sensualidad. Sin embargo, aquella idea solo le servía a él para sentir aún mayor deseo, pues no podía dejar de pensar en cuánto podía enseñarla.

Pero tenía que controlarse. Por varias razones:

Uno. Ella no sentía hacia él los mismos sentimientos, era obvio, en caso contrario lo habría invitado a quedarse en su casa.

Dos. Ella era nueva en el mundo de la sensualidad, lo que la hacía doblemente peligrosa: porque no sabía controlarse y no conocía su propio poder.

Tres. Él sí sabía cómo controlarse... y sabía que ella podía resultar letal.

De modo que, ¿cuál era la respuesta?

La respuesta era la siguiente: no podía tocarla siquiera, no podía hacer nada que pudiera conducir a «algo».

Apuesta arriesgada ~adaptada~Louis y tu~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora