II

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Inmediatamente llevaron a Antonio al hospital en borrico. Éste sentía los gélidos copos de nieve caer sobre su piel y sobre la gran herida presente en su pescuezo. Pero le daba igual. Sólo quería morir, allí mismo, en una gélida noche de invierno en Viena. Él era el único culpable de la muerte de su amado, él y sólo él.

En el hospital, lo vendaron y le limpiaron la sangre. También le cambiaron de ropaje. Salieri no quería que lo curasen, sólo quería descansar eternamente de una vez por todas.

Cerró los ojos, cansado. Pero, a la mañana siguiente, en su contra, volvió a abrirlos.

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No sabía dónde rayos se encontraba. Sólamente se percató de que el dolor aún perduraba, allí seguía, dentro de su ser. Antonio maldijo su asco de vida.

Miró a su alrededor; se hallaba en una pequeña estancia de techo bajo con dos ventanillas minúsculas, por donde se filtraba la luz mañanera. Su mirada se centró en un viejo fortepiano que se encontraba a un lado de la estancia.

Con dificultad, se incorporó y se levantó. Comenzó a caminar hacia el fortepiano con el acostumbrado paso lento de un anciano de 70 años. Al llegar al instrumento, se sentó en la silla y comenzó a tocar una sencilla y apaciguada melodía suya.

Antonio comenzó a recordar su pasado. Se sumergió en los antiguos recuerdos. Sentía que hacía siglos que no había divagado en ellos. Se concentró tanto que apenas se percató de que un Padre había entrado en el pequeño habitáculo, llamándolo por su nombre.

-¿Herr Salieri?

Antonio continuó tocando, hasta dejar una dominante en suspense. Así se sentía él. En suspense. Luego, se giró hacia el Padre.

-¿Dónde estoy?

El Padre se mantuvo en silencio, debatiendo si responder o no.

-En el manicomio.

Antonio permaneció quieto, observando al párroco. Claro, así que ahora lo tomaban por un loco psicópata por tratar de escapar de un incesante dolor. Tras pensarlo un instante, dijo:

-Déjeme en paz.

-No puedo dejar sola a un alma que sufre-replicó el Padre.

-¿Sabe quién soy?-preguntó Salieri.

-Eso no importa-contestó el otro-. Todos son iguales ante Dios.

"Eso no es cierto", pensó Antonio. Su vida le había dejado muy claro que aquello no era verdad. Obviamente, no iba a decirle al Padre que a lo largo de su vida había tenido experiencias y prácticas homosexuales, porque éste seguramente lo maldijese y no lo sacarían jamás de aquel manicomio infernal.

-¿Lo son?-cuestionó.

-Concédame vuestra confesión. Puedo ofrecerle el perdón de Dios.

Salieri no contestó. No pensaba soportar papanatas religiosas. Dios le había fallado, y mucho. Y él había fallado a Dios.

-¿Cuánto sabe usted de música?

El Padre pareció confuso ante esta pregunta. Se quitó las redondas gafas que poseía, sorprendido.

-Sé un poco. Estudié en mi juventud.

-¿Dónde?

-Aquí, en Viena.

-¡Ah!-exclamó Salieri. Se acercó al fortepiano y comenzó a tocar una melodía- Entonces deberá reconocer esto.

El párroco escuchó durante un rato, pero no parecía reconocer la frase musical.

-No puedo afirmalo...-dijo.

Salieri lo miró perplejo, como si no reconocer esa obra con un mínimo estudio de música fuera un delito.

-¿Qué es?-preguntó el Padre, notablemente nervioso.

-Fue muy popular en ese entonces-respondió-. Yo la escribí.

-Oh-se limitó a decir el Padre, con una sonrisa forzada.

-Escucha, ¿y esta?

Antonio volvió a tocar otra melodía, esta vez 'Son queste le speranze' de "Axur, rey de Ormus". Mientras, recordaba en su cabeza el expectante público, la lujosa sala de concierto, la limpia nota efectuada de la cantante... Y después, un glorioso final de la orquesta. Sonrió al escuchar dentro de sí los eufóricos aplausos.

-¿Y bien?-preguntó.

El Padre, apenado y un tanto avergonzado, contestó:

-Lo siento, Herr Salieri, pero no me es familiar.

Antonio negó con la cabeza, sintiéndose ofendido.

-¿No puedes recordar ninguna de mis melodías? Formé parte de los composotores más famosos de Europa. Escribí nada más que 40 óperas.

El Padre no contestó.

-¡Ajá! ¿Y esta?

Antonio tocó una tercera melodía, la Serenada número 13 en Sol mayor... de Mozart.

El párroco, animado, comenzó a tararearla.

-¡Sí, ésta la conozco!-exclamó- No sabía que era suya.

-No, yo no la compuse. Esto lo escribió Mozart...-Salieri experimentó un dolor agudo al pronunciar aquel nombre. Luego, repitió en un susurro, lentamente:-Wolfgang Amadeus Mozart.

AMADEUS (Mozart & Salieri)- [PAUSADA]Where stories live. Discover now