XI

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El tiempo transcurría rápidamente, y Mozart y Salieri compartían habitualmente momentos juntos en la corte del emperador, lo que les permitió conocerse y pasar mucho tiempo el uno con el otro. Salieri se sentía muy afortunado de esto, ya que desde el episodio en que aquellos borrachos agredieron a Mozart, se sentía terriblemente responsable de ello y, desde aquel momento, se había encariñado de él. Sin embargo, un sentimiento nuevo había surgido en él. Un sentimiento lleno de ira, lleno de envidia ante la arrogancia y la perfección del pequeño compositor. Era algo que no podía evitar sentir; el hecho de que Mozart reencarnara la música del mismísimo Dios y no él, lo desquiciaba y lo volvía loco. Repetidas veces se había planteado marcharse de la ciudad y comenzar una vida nueva. Pero no era capaz: no sabía a dónde iría, ya que la vida de un músico fuera de Viena era difícil, y había algo dentro de él que le decía que se quedase, que no se marchara; algo realmente fuerte, y que asociaba, por alguna razón, a la persona de Mozart.

Ahora Salieri se hallaba ordenando su escritorio sobre el que solía escribir cartas. Las hojas de éstas, o mezcladas con otras de partituras, ocupaban gran parte del espacio del objeto. De pronto encontró, bajo un buen montón de sucios pergaminos, una carta que llamó su atención. La cogió entre sus manos y se la acercó para observarla bien. Sí, reconoció al instante aquella fina caligrafía. Era la carta que Mozart le había escrito en respuesta para encontrarse en sus aposentos, hacía ya un par de meses. Recordó aquel encuentro, que había resultado bastante incómodo para él, y algo le decía que también lo fue para Mozart.

Suspiró, dobló la carta y la guardó en uno de los cajones del escritorio.

En ese mismo instante, la puerta se abrió de par en par con un duro golpe.

-Por favor... Por favor, no tengo a nadie a quien acudir...-mascullaba Mozart mientras se acercaba a él con pasos tambaleantes. Su aspecto era de una terrible desesperación.

-Wolfgang...-Salieri se le acercó y posó una de sus manos sobre el hombro del de Salzburgo, tratando de calmarlo- ¿Qué ocurre?

Un hecho increíble-contestó, casi jadeando debido a la aprensión que sentía-. El director ha destruido un fragmento de mi partitura-Salieri lo miró sorprendido ante la nueva. Mozart agachó la vista; se le veía realmente destrozado-. Dice que tengo que volver a escribir la ópera. ¡Pero si es perfecta! No puedo... No puedo reescribir lo perfecto.

Salieri lo escuchó en silencio. A continuación, hizo una seña a su criado para que se retirara de la habitación. Se acercó a la ventana y miró a través de ella, pensativo.

-Hablad con él, os lo suplico, Herr Salieri. ¿Lo haréis?

-Para molestaros con Rosenberg, es evidente que no es amigo vuestro-dijo Salieri, a la vez que se sentaba en una de los sillones junto a la ventana.

-Le mataría-apuntó Mozart-. Le mataría, ¡creedme, le mataría!

Enfurecido, se dejó caer sobre otro sillón, junto al que estaba sentado Salieri.

-Arrojé toda la partitura al fuego; tal fue mi rabia...

Salieri se giró para mirar al compositor con los ojos como platos, horrorizado por lo que acababa de oír.

-¿Quemásteis la partitura?

Mozart rió.

-Oh, no. Mi esposa la salvó a tiempo.

-Gracias a Dios.

Salieri suspiró, aliviado. Entonces Mozart se levantó, en otro impulso de ira, y comenzó a gritar:

-¡No es justo que un hombre así tenga poder sobre nuestro trabajo!

Se creó un breve silencio, en el que Salieri se dedicó a meditar durante un rato. Finalmente, recitó:

-Por contra, hay otro que tienen poder sobre él. Esto merece hablarse con el emperador.

Mozart se giró, sorprendido, y miró a Salieri. Esbozó una sonrisa, a la vez que balbuceaba, sin saber qué decir realmente.

-Excelencia... ¿Lo haréis?-preguntó, sin poder creerlo.

-Tenéis mi palabra, Mozart-le aseguró, ala vez que llevaba sus manos a su pecho izquierdo, bajo el que se encontraba su corazón.

Mozart parecía incrédulo, eufórico. Se acercó al italiano y se agachó frente a él. Cogió sus manos, las acercó a su boca y comenzó a besarlas, tal como había hecho con las del emperador.

-Oh, por favor, por favor, Herr Mozart... ¡Que no soy una reliquia!

Ambos se miraron durante un instante, para luego comenzar a reír. Carcajeaban divertidos; Salieri pensó que no había reído de aquel modo desde hacía tiempo.

Dejaron de reír y entonces se creó un intenso silencio.

-Si le soy sincero, Herr Salieri..., vos sois como una reliquia para mí-dijo Mozart repentinamente, cosa que impactó a Antonio.

Éste sólo fue capaz de contestar una cosa:

-Admiro vuestra sinceridad, Mozart.

Y se creó otro silencio. Mozart continuaba agachado a los pies de Salieri, con sus grandes manos entre las suyas, finas y pequeñas en contraste. Antonio lo miró a los durante unos cortos segundos. Volvió a recordar lo sucedido aquella noche. Y sintió que no podía más. El recuerdo de aquel... beso, no se iba nunca de su cabeza, por más que él quisiera borrarlo.

-Mozart...-susurró. La voz le salió ronca, por lo que se ls aclaró y continuó hablando:- Tengo... Tengo que decirte algo que ocurrió la noche que salimos juntos.

En un principio, Mozart pareció no saber de qué hablaba.

-¡Ah, sí! ¡Sí, la noche en la que me golpearon esos bastardos!-a continuación, soltó una carcajada- Sí, lo recuerdo, aunque no muy bien que digamos. Decidme, ¿hay algo que deba saber?

-Sí, sí. Hay algo que no sabéis y... Bueno, a mí... Me parece importante que conozcáis.

-Está bien, decidme.

Mozart aguardaba, paciente y con una sonrisa, a que Salieri le dijera aquello que quería decirle. Por alguna extraña razón, ambos seguían cerca el uno del otro, con las manos entrelazadas. Salieri agachó la cabeza. Miró al suelo, para después volver a mirar a Mozart.

-Aquella noche... Aquella noche, Mozart, unos hombres nos golpearon porque vos me besásteis.

Hubo un pequeño silencio, en el que Mozart no dejó de mirar fijamente a Salieri.

-¿De veras? ¿Es así de verdad?-preguntó finalmente.

-Sí-contestó Salieri.

Mozart suspiró. Negó con la cabeza una y otra vez.

-Lo sabía. No recuerdo nada, pero sabía que fue por algo así. Lo imaginaba. Lo siento, Herr Salieri.

El italiano quedó confuso.

-¿Qué queréis decir?-preguntó.

Mozart volvió a suspirar.

-Antonio... Perdóname. Pero cuando bebo demasiado, siempre pierdo el juicio y acabo haciendo lo que más deseo, sin remordimiento alguno. No me extraña que yo te besara, porque yo, efectivamente...-paró en seco su parlamento, para después continuar:-Antonio, perdóname por esto, por haberte metido en todo esto, y entiendo que de ahora en adelante ya no quieras hablarme ni verme siquiera, o que tengas ganas de azotarme y llevarme al infierno por lo que soy... Yo soy así, y comprendo que merezca ser castigado por ello.

Mozart ya no miraba a Salieri a los ojos. Era la primera vez que le había tuteado,y tenía miedo de lo que éste le pudiera hacer; podría golpearlo o llevarlo a un manicomio, seguramente. Pero, para su sorpresa, la única respuesta que obtuvo por parte de Salieri fue inesperada: el italiano soltó una de sus manos entrelazadas y la acercó al rostro del más joven. La posó sobre su suave mejilla y comenzó a acariciarla. Luego, la pasó entre sus sedosos cabellos también. Era una muestra de afecto simple, pero que lo decía todo sin el más mínimo ruido o palabra.

-Oh, Wolfgang, no digas eso. No mereces ningún castigo. Yo también soy así...

Y ni hizo falta que Salieri dijera nada más; Mozart lo comprendió todo en aquel momento.

AMADEUS (Mozart & Salieri)- [PAUSADA]Where stories live. Discover now