VII

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Salieri no comprendía nada. Trataba de encajar las piezas de un rompecabezas, pero no lograba hallar respuesta alguna. Hacía ya varios minutos que había dejado de centrarse en la música, desde que había aparecido ella.

¡Allí estaba ella! Pavoneándose y cantando delante de todos... ¡Delante del propio Mozart! No tenía ni idea de cómo ni dónde se habían conocido; no le cuadraba nada de lo que estaba sucediendo... ¡Pero allí estaba! Y, sin embargo, su voz era preciosa.

En cuanto finalizó el espectáculo, bajó rápidamente a la gran sala y acompañó al emperador, quien se disponía a subir al escenario para saludar al músico y dar su opinión.

La sala se había quedado en un completo silencio que representaba la expectación y la curiosidad de todos los presentes por lo que diría el monarca.

-Majestad-Mozart se inclinó ante el emperador. Tenía un aspecto radiante.

-Herr Mozart. Hoy nos habéis dado algo... algo nuevo. Sin embargo, tenía... tenía...-el monarca pareció dudar; Mozart lo observaba frunciendo el ceño, esperando- ¿Cómo diríais vos, directore?

-Demasiadas notas, señor-propuso

-Sí, eso. Demasiadas notas.

Mozart miraba al emperador sin comprender, pero éste lo había dicho con tanta naturalidad, que parecía no percatarse de la perplejidad del genio.

-No entiendo, majestad-replicó educadamente-. Tiene las notas suficientes que requiere la obra.

-Sí, pero...-el monarca trató de explicarse- veréis, el oído de un humano sólo es capaz de escuchar determinado número de notas a la vez, y yo creo que ese número es sobrepasado en esta obra.

Mozart parecía aún no comprender esto, y tampoco daba la impresión de ir a ceder. Salieri empezó a desesperarse. Entonces, el emperador intentó buscar más apoyo.

-¿No es así, compositor de cámara?

Salieri dudó. Él no opinaba así; la representación de Mozart había sido óptima, por no decir exquisita, y él, sin duda, la había disfrutado al máximo. Pero no podía dejar en ridículo la opinión del emperador, quizá la más importante de todas, delante del mismo pueblo.

-Sí. Sí, así es-se limitó a contestar. Cruzó mirada con Mozart, quien lo observó dolorido. Salieri sintió algo dentro de sí.

-Claro-enfatizó el monarca, quien volvi0 a dirigirse a Mozart-. Vuestro trabajo es exquisito. Sólo quitadle esas notas que sobras, y será perfecto.

Mozart parecía realmente indignado; Salieri empezó a teme sobre sus impulsos.

-¿Ah, sí? ¿Y cuántas notas créeis que sobran, majestad?-espetó el genio, en un tono no muy amigable.

Pero el monarca mo pudo contestar, y menos mal, porque en aquel momento irrumpieron dos mujeres, una de aparente mayor edad que la otra.

-¡Majestad, esta es mi hija, Constanze, prometida de Herr Mozart!-dijo una de ellas.

En aquel momento, se extendió un murmullo por toda la sala, a la vez que Salieri sentía que algo se revolvía dentro de sí. El emperador ordenó subir al escenario a las damas.

Salieri empezó a notar algo extraño en el ambiente. Mientras el emperador y las mujeres conversaban, Mozart parecía tenso, y no dejaba de observar una y otra vez a Madame Cavalieri. Antonio trató de no darle importancia, se estaría paranoiando.

Inesperadamente, la madre de Constanze cayó al suelo, sufriendo un desmayo.

-¡Wolfy, trae un poco de agua!-exclamó Constanze, mientras se agachaba y abanicaba a su madre.

Pero Mozart sólo miró a Madame Cavalieri como quien no quiere la cosa, y ésta, enfurecida, le arrojó el racimo de flores que portaba en mano. Entonces las cosas quedaron claras para Antonio. Ellos dos habían tenido algo, y al hacerse la idea, volvió a sentir que algo se revolvía en su interior...

-Bien, ya está-concluyó el empeador-.¡Chambelán!

Con esto dicho, dio media vuelta y se dispuso a marcharse. Salieri, en cambio, fue en dirección contraria.

Herr Mozart-dijo seriamente-. Enhorabuena. Vuestra representación ha sido maravillosa.

-Gracias, Herr Salieri-le contestó Mozart, notablemente halagado a pesar del reciente desliz con el emperador y Madam Cavalieri.

Antonio se dedicó a forzar una sonrisa. A continuación, comenzó a girarse, pero antes de que lo hiciera, el pequeño genio lo volvió a llamar.

-Herr Salieri, espere.

Los ojos de Mozart eran sinceros, apaciguados. Salieri tuvo que reprimir una sonrisa.

-Podría invitarle algún día a mi domicilio. Me agradaría su compañía.

-Oh, no se preocupe, ya invito yo.

El de Salzburgo le dedicó una sonrisa que a Salieri le recordó a la de un pequeño cachorro. Él, esta vez, no forzó nada, si no que sonrió de manera totalmente natural, antes de marcharse definitivamente.

Y, mientras salía del edificio de la ópera, cayó en la cuenta de que su preocupación no era por ella, si no por él; que los sentimientos por ellas habían desaparecido ya hace tiempo.
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Bueno, aquí tenéis otro capítulo. El siguiente será MUXO MEJOR😱. Por cierto, os he dejado arriba un vídeo de la escena grabado por mí. Aviso, es MUY cutre, pero es para que os hagáis una idea.

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AMADEUS (Mozart & Salieri)- [PAUSADA]Where stories live. Discover now