IV

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-Es un músico notable, majestad-dijo el Barón van Biten-. Oí una extraordinaria ópera suya hace unos meses.

Antonio y el resto de músicos de la corte se encontraban hablando con el emperador José II de Austria, quien los había convocado a sus aposentos para debatir si sería buena idea que contratara a Mozart para escribir una ópera, idea que motivaba mucho a Antonio.

-Yo también la escuché. ¡La encuentro aburridísima!-opinó Orsini Rosenberg en tono jactante- La oí también.

-¿Aburridísima?-replicó van Biten, extrañado.

-Sí. Es sólo... un joven que trata de impresionar, más que por su capacidad, por su picante... ¡Demasiadas notas!

-Majestad...-se opuso, otra vez, van Biten- Es la obra más prometedora que he oído en años.

El emperador lo pensó por un momento.

-Entonces deberíamos esforzarnos por conseguir sus servicios-decidió finalmente.

A partir de entonces, comenzaron a debatir sobre el idioma de la ópera que encargarían a Mozart. El maestro de capilla Bono y Orsini Rosenberg querían el italiano, mientras que el emperador y el chambelán eran partidarios del alemán. A Salieri le parecieron debates absurdos. ¡Qué importaba la lengua, si lo importante era que Mozart escribiría una magnífica obra!

El emperador volvió a guardar silencio, pensativo. Finalmente, alzó la vista hacia Antonio, quien aún no había expresado su opinión.

-Compositor de cámara-le dijo-, ¿qué dices tú?

Todos los presentes posaron la mirada en Antonio.

-Es una idea altamente interesante de tener a Mozart en Viena, majestad-dijo con simple naturalidad, dejando de lado lo del idioma-. Con eso el arzobispo se enfurecería in extremo. Si ese es el propósito, vuestra majestad...

El emperador soltó un par de carcajadas.

-Eres cattivo, compositor de cámara-exclamó. Después, tomó aire y ordenó:- Quiero conocer a ese joven. ¡Chambelán, organiza el recibimiento!

Aquella noche, Antonio agradeció a Dios la oportunidad que éste le había otorgado. Durante los días siguientes, estuvo empeñado en componer una pequeña marcha de recibimiento dirigida al genio de Salzburgo. No podía negar que se sentía nervioso: al fin iba a convivir y, ¿quién sabe?, poder intercambiar un par de palabras con quien fue su ídolo desde pequeño.

Y, por supuesto, no olvidó rezar y agradecer, una y otra vez, a su querido Padre:

-Grazie, Signore.

AMADEUS (Mozart & Salieri)- [PAUSADA]Where stories live. Discover now