Capítulo 12. Campamento Laurence

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Beth era la administradora de correos y un día entró a la casa cargada de paquetes y cartas que había retirado del buzón de la sociedad: un ramillete de Laurie para mamá March, cartas y un guante para Meg; para la doctora Jo, un libro, un viejo sombrero y también dos cartas: una era de su madre diciéndole, en pocas palabras, que observaba sus esfuerzos por dominar su carácter y la apoyaba; la otra era de Laurie. La carta de Laurie contenía una invitación para ir a acampar en el Prado Largo. La invitación se extendía a todas y señalaba que irían el señor Brooke, su tutor; la señorita Kate Vaugham, quién cuidaría de las chicas; los gemelos Fred y Frank Vaugham, Grace Vaugham, de nueve años, y Sallie Gardiner, hija de la señora Gardiner y amiga de las muchachas.

Las niñas estuvieron de acuerdo en que sería un paseo muy divertido y se prepararon para el día siguiente.

Laurie las recibió amablemente, vestido de marinero, ya que pensaba manejar el bote en el río, y las presentó a los demás. Entonces descubrieron que se había agregado al grupo Nataniel Moffat, quién le dijo a Meg, aparte, que había venido especialmente para verla. Beth notó que Frank, como era cojo, llevaba una muleta y sintió simpatía por él. Amy descubrió que Grace tenía buenas maneras y era alegre; Meg observo con placer que la señorita Kate, de veinte años, era sencilla.

Después de hacer las tiendas se embarcaron en dos botes mientras el viejo señor Laurence les decía adiós desde la orilla.

Prado Largo era un hermoso lugar de césped llano con frondosos árboles al centro. Después de navegar, pasado horas muy agradables en el campamento. Comieron y jugaron hasta el atardecer. La señorita Kate dibujaba y Fred conversaba con Beth. El señor Brooke no dejaba de hablar con Meg, a pesar de que Jo creía que él se entendía con Kate.

Después iniciaron el juego de los «cuentos». Consistía en que alguno comenzaba un cuento, relatando todo lo que se le ocurriera, procurando pararse en algún punto excitante para que otro lo retomara, lo continuara, y así con el siguiente.

Una vez que se aburrieron de este sistema, Sallie propuso jugar a «la verdad». Todos ponían las manos una encima de otra, escogían un número y retiraban las manos por turno. La persona que retirara la mano por último debía responder con la verdad, fuera cual fuera la pregunta que los demás le hacían. Le tocó a Laurie ser el interrogado.

—¿Qué dama te parece más hermosa? —preguntó Sallie.

—Meg.

—¿Cuál te gusta más? —dijo Fred.

—Jo, naturalmente.

—¡Qué preguntas más tontas! —exclamó Jo ante la risa general. Cuando le tocó a Fred, Jo quiso vengarse de las trampas que éste le había hecho jugando al croquet.

—¿No hizo usted trampa en el croquet? —preguntó Jo.

—Sí, un poquito —contestó Fred.

—¿No piensa usted que la nación inglesa es perfecta en todos los sentidos? —le preguntó Sallie, haciendo frecuencia al origen inglés de los Vaugham, del cual estaban muy orgullosos.

—Me avergonzaría de mí mismo si no lo pensara.

—Es un verdadero John Bull —exclamó Laurie, mientras Jo sonreía a Fred en señal de que hacían las paces.

Siguieron jugando un rato más. Un poco más lejos, Brooke conversaba con Meg y Kate. La señorita Kate aconsejaba a Meg que aprendiera bien el alemán, pero Meg confesó avergonzada que no tenía institutriz que se lo enseñara, ya que ella misma era una institutriz.

—En América las señoritas aman la independencia como nuestros abuelos —terció en defensa de Meg el señor Brooke—. Y son admiradas y respetadas si se ganan su sostenimiento.

La señorita Kate comprendió y se alejó amablemente dejando a Meg y a Brooke en una agradable charla. Amy, a su vez, hacía reír a Grace con sus historias y Beth entretenía a Frank, quien se sentó a su lado y echó lejos de sí su muleta.

La tarde concluyó con un circo improvisado y un partido de croquet amistoso. Cuando el sol se puso, levantaron la tienda de campaña, cargaron todo en los botes y navegaron cantando alegremente.

En el jardín, delante de la casa, la pequeña partida se dispersó, dándose buenas noches y cordiales adioses, porque los Vaugham se iban a Canadá. Cuando las cuatro hermanas se alejaban camino a su hogar, la señorita Kate las siguió con la vista, diciendo sinceramente:

—A pesar de sus maneras ruidosas, las chicas americanas son amables cuando se las llega a conocer.

—Estoy completamente de acuerdo con usted —dijo el señor Brooke.

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