Capítulo 7. Amy pasa por el valle de la humillación

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—Quisiera poder comprar una docena de limas para convidar a las muchachas de mi clase, pero no tengo dinero —dijo Amy a Meg.

—¿Están de moda las limas? —preguntó Meg.

—Las chicas siempre están comprándolas. Todas las comen en sus pupitres y las cambian por lápices, sortijas, muñecas y cosas por el estilo. Si una es amiga de otra, le regala una lima; si la quiere fastidiar, come una lima delante de ella sin ofrecerle ni una chupada. Yo he recibido muchas y no he podido retribuirles ¿comprendes? —explicó Amy.

Meg, conmovida, prestó el dinero a su hermana para sus limas. Ese día Amy pudo llevar a la escuela las frutas y las guardó en su pupitre, diciendo que las convidaría a todas menos a Jenny Snow, con quien no se llevaba Bien. Jenny entonces se encargó de hacer saber al profesor Davis, quien había proscrito las limas prometiendo palmetazos a la que escondiera alguna, que Amy guardaba varias en su pupitre. El señor Davis llamó a Amy y la obligó a tirar las limas por la ventana, le dio dos palmetazos en las manos frente a todas las chicas y la dejó de pie en la plataforma hasta la hora del recreo. Aquello era terrible para la pobre Amy; dar la cara a toda la escuela, llena de vergüenza. El sentimiento de haber sufrido una injusticia y el pensamiento de Jenny la ayudaron a sostenerse durante los quince minutos que siguieron. Las demás niñas estaban compungidas por la situación de Amy y apenas podían estudiar.

—Puede marcharse, señorita Amy —dijo al fin el señor Davis, y se notaba un poco avergonzado.

Amy recogió sus cosas y se juró que nunca abandonaría aquel lugar para siempre. La señora March habló poco, pero parecía perturbada. Calmó a su hija cariñosamente y redactó una carta para el señor Davis que al otro día fue a entregar Jo con aire orgulloso.

—Puedes tomarte unas vacaciones —dijo Amy.
Pero quiero que todos los días estudies un poco con Beth. No apruebo los castigos corporales, especialmente para niñas, así que pediré consejo a tu padre para enviarte a otra parte. Pero no olvides que tú también merecías un castigo.

Laurie, que jugaba al ajedrez con Jo en un rincón del cuarto, aprobó las palabras de la señora March.

Pasaron una velada agradable. Laurie cantó para alegrar a todas y estuvo de muy buen humor. Las chicas cada vez lo apreciaban más al igual que Hanna y la señora March.

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