Capítulo 17. La pequeña infiel

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Las chicas trabajaban en lo suyo y todo se fue haciendo más fácil. Beth perseveraba y las demás se daban cuenta de lo útil y dulce que era. Tomaron la costumbre de pedirle consuelo y consejo en sus asuntos.

-Meg, quisiera que fueras a ver a los Hummel. Mamá dijo que no los olvidáramos. -pidió Beth.

-Esta tarde estoy muy cansada para ir -respondió Meg.

Beth preguntó a las demás hermanas, pero todas estaban ocupadas. Entonces ella partió al día siguiente de la casa de los Hummel, con un cestillo lleno de cosas para los niños pobres. Esa tarde nadie la vio volver y encerrarse en el dormitorio de su madre. Jo la descubrió y le vio los ojos enrojecidos.

-¿Qué te pasa? -le preguntó.

-¡Oh, Jo, el niño ha muerto! -respondió Beth llorando-. El de la señora Hummel, murió en mis brazos.

Jo abrazó a su hermana con cierto remordimiento, mientras Beth le preguntaba si ella ya había pasado la fiebre escarlatina.

-Sí, Meg y yo la pasamos, pero tú no la contraerás -exclamó Jo decidida.- Habrá que cuidar de Amy y alejarla de la casa.

Hanna tomó riendas en el asunto y dijo que no era una cosa tan grave si se podía cuidar bien. Le preguntaron a Beth quién quería la que la cuidara de las dos hermanas que ya habían pasado la fiebre, y ella eligió a Jo. Laurie, por su parte, se encargó de convencer a Amy de que debía alejarse de la casa yendo a la de la tía Rousse; le dijo qué el iría todos los días a visitarla y sacarla de paseo.

-¿Cómo está la pequeña querida? -preguntó Laurie a Jo.

-Está en la cama de mamá y se siente mejor. La muerte del niño la perturbó, pero tal vez no tenga más que un catarro. Hanna sabe exactamente lo que hay que hacer.

Laurie y Jo llevaron a Amy a casa de la tía Rousse, que los recibió con su hospitalidad acostumbrada. Dijo a Amy que podía quedarse, pero protestó media hora sobre los padres que permitían visitar a los pobres. Mientras el papagayo, sentado en el respaldo de su silla, gritaba:

-¡Márchate, espantajo! ¡No queremos chicos!

Laurie le tiró de la cola, haciendo rabiar al pajarraco.

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