Capítulo 13. Castillos en el aire

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Una calurosa tarde de septiembre, Laurie se mecía en su hamaca pensando qué estarían haciendo sus vecinas. Había rehuido los estudios agotando la paciencia del señor Brooke; había irritado a su abuelo tocando el piano y había aterrado a las empleadas diciéndoles que uno de los perros tenía rabia. Experimentaba en ese momento toda clase de sueños, cuando vio salir a las March como preparadas para una excursión. Todas comenzaron a subir a la colina que separaba la casa del río.

—¡Vaya unas frescas! —se dijo—. ¡Irse de excursión y no invitar! —y decidió seguirlas.

Cuando las encontró, en un rincón del bosque, le pareció que formaban un cuadro integrado al paisaje. Meg cosía, sentada sobre un almohadón, tan fresca como una rosa; Beth escogía piñas, Amy dibujada unos helechos y Jo hacía calceta mientras leía en voz alta.

Una ardilla saltó dando chillidos y descubrió a Laurie.

—¿Puedo entrar o voy a molestarlas? —dijo acercándose.

—Claro que puedes. Aunque pensábamos que no te gustaría un juego de chicas como éste.

Las muchachas le contaron que tenían una nueva sociedad a la que habían llamado «La abeja laboriosa» y que era en realidad una continuación de «El peregrino», que solían jugar cuando eran pequeñas. Lo habían hecho todo el invierno y el verano, lo que le recordó a Laurie los días occisos que él había pasado.

—Por juego llevamos nuestras cosas en estos sacos, nos ponemos sombreros viejos, usamos bastones para subir la cuesta y nos sentimos peregrinos, como lo hacíamos hace años. Llamamos a esta colina «La montaña de las delicias», porque desde aquí podemos mirar a lo lejos y ver el país donde esperamos vivir algún día.

Laurie se incorporó para ver el bello paisaje que Jo señalaba con el dedo. Todas hablaron de sus sueños y sus deseos de ser cada vez mejores y entrar algún día a la ciudad celestial.

—¿No sería una buena diversión si todos los castillos en el aire que nos hacemos pudieran realizarse? —dijo Jo después.

—Yo he hecho tantos, que sería difícil saber cuál de ellos escogería —susurró Laurie echándose sobre la hierba.

Todas dijeron su sueño. Beth quería ser un músico famoso; a Meg me gustaría vivir en una casa hermosa y con lujo; a Jo tener caballos árabes y salas atestadas de libros, escribir mucho y hacerse célebre. Amy quería pintar cuadros bellos y ser la mejor pintora del mundo.

Laurie no sabía que escoger y Meg le aconsejó que tuviera por ejemplo al señor Brooke, quien había cuidado a su madre hasta que murió y ahora mantenía paciente a la vieja que lo había cuidado, sin contar sus penas a nadie. Todas meditaron sobre lo hablado y finalmente Laurie, que necesitaba sentirse útil, ayudó a todas y cada una en su tarea. Al final dijo:

—Renunciaré a mi castillo y permaneceré con mi querido viejo abuelo mientras me necesite, porque no tiene a nadie más que a mí.

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