Capítulo 22. Prados hermosos

423 3 0
                                    

Las semanas serenas que siguieron fueron como el sol después de la tormenta. Los enfermos mejoraron rápidamente y el señor March comenzó a hablar de volver para el Año Nuevo. La familia reía con las propuestas imposibles de Jo para celebrar la Navidad.

Cuando el día de Navidad llegó, Beth ya estaba bastante repuesta y se vistió para ir hasta la ventana y mirar lo que sus hermanas y Laurie habían realizado en el jardín: una doncella majestuosa hecha de nieve y adornada con una manta de vivos colores. También le habían colgado  de los labios una canción de Navidad, que estaba dirigida a Beth. «La virgen de nieve a Beth» se titulaba, y era un extenso poema escrito por Laurie y Jo. ¡Cuánto río Beth al verla!

Pero más alegrías esperaban a la familia. Laurie abrió la puerta de la sala y, asomando la cabeza, gritó:

—¡Otro regalo de Navidad para familia March!

Un hombre alto, embozado, se apoyaba en el brazo de otro hombre alto también. Hubo una exclamación general y todas corrieron a abrazar y besar al señor March y al señor Brooke, que puso mucha ternura en saludar a Meg.

Jamás hubo una comida como la que tuvieron aquel día. Hanna trajo un pavo relleno, dorado y guarnecido y todos se sentaron a la mesa con el señor Laurence, su nieto y el señor Brooke.

Cuando quedaron a solas, el padre, con Beth en sus rodillas y mirando el rostro de sus hijas, dijo:

—Han andado por un camino bastante duro, pequeñas peregrinas mías. Pero se han portado valientemente —les habló a todas y a cada una con ternura.

Después Beth, sentada en el piano, tocó suavemente: «Caer no teme quién en tierra yace/ el que no tiene orgullo se eleva/ Jesús en el humilde se complace/ y, como guía, a su mansión le lleva...»

MujercitasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora