Capítulo 14. Secretos

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Jo estaba ocupada en la buhardilla, escribiendo sentada en el viejo sofá. Completamente absorta en su trabajo, llenó la última página, estampó su firma y soltó la pluma exclamando:

—¡Vaya! He hecho lo mejor que he podido —y echada en el sofá revisó y corrigió todo el manuscrito.

El pupitre de Jo era un viejo mueble de hojalata, donde ella guardaba sus papeles. De allí sacó otro manuscrito y se metió los dos en el bolsillo. Sigilosamente se puso el abrigo, el sombrero y salió. Tomó un ómnibus hasta la ciudad y allí buscó una dirección. Encontró un edificio que tenéis en la puerta diferentes rótulos, entre ellos uno de dentista. Del edificio de enfrente cierto joven de ojos negros observaba los movimientos de Jo. Ésta fue dos veces hacia la puerta y regresó indecisa. Al final, partió rápidamente escaleras arriba como para no arrepentirse.

A los diez minutos bajaba corriendo con la cara roja, como si acabara de pasar una dura prueba. El ver a Laurie esperándola no le hizo gracia y siguió de largo; pero él la acompañó mientras le hacía preguntas acerca del dentista, pensando que era de allí de donde venía Jo.

—¿Y tú qué hacías en esa sala de billar? —le dijo ella molesta y le recriminó que anduviera por esos lugares con el frívolo de Ned Moffat—. A veces desearía que fueras pobre, así no tendría ninguna preocupación.

—¿Te preocupas por mí, Jo? Me alegra saberlo, pero no me prediques más y cuéntame tus noticias.

—Es un secreto y, sí lo digo, tú tendrías que decirme el tuyo.

Ninguno de los dos quería soltar la prenda, pero al final Jo dijo:

—He dejado dos cuentos al director de un periódico que me dará la respuesta la semana que viene.

—¡Viva la señorita March, la célebre autora! —gritó Laurie lanzando su sombrero al aire y recogiéndolo de nuevo.

—¡Calla! No te ilusiones con lo que te dije, para que no haya chasco.

—¡No habrá chasco! Tus historias son magníficas.

Los ojos de Jo brillaron de alegría al ver que alguien confiaba en ella.

—¿Y tu secreto? ¡A jugar limpio, Laurie, o no te creeré más!

—¡Sé dónde está el guante de Meg! Verás que importante es esto cuando te diga dónde está. ¿Recuerdas que le devolvieron uno solo?

Laurie se inclinó y susurró tres palabras al oído de Jo. A ella no le gustó nada. Pensó que aquello aquello demostraba que su hermana ya no era una niña y que algún día alguien vendría para llevársela.

—No creo que caigan bien los secretos  —dijo—. Me siento toda desarreglada desde que me lo dijiste.

Laurie reía mientras Jo pensaba que Meg se convertía rápidamente en mujer. Aquel secreto recién revelado, le hizo temer la separación que alguna vez tendría que ocurrir.

Por una semana o dos, Jo se condujo de manera extraña; salía corriendo cuando llamaba el cartero; trataba descortés mente al señor Brooke y se quedaba mirando largamente a Meg.

Un día entró precipitadamente, se echó en el sofá y fingió leer. Las hermanas le preguntaron si era algo interesante y si podía relatarlo. Jo leyó un hermoso cuento, «Los pintores rivales», que gustó mucho a las chicas.

—¿Quién es el autor? —preguntó Beth.

—Es de su hermana —contestó Laurie, que estaba allí.

Todas detuvieron sus tareas con asombro y corrieron a abrazar a la nueva autora con cariño y orgullo. También la señora March sintió una enorme satisfacción por la hazaña de su hija.

—¡Cuéntanos todo! ¿Cómo llegó? ¿Cuánto te han pagado?

—Calma, niñas, les contaré todo —dijo Jo relatando lo sucedido con mucho entusiasmo y destacando el apoyo que había recibido de Laurie. Después derramó lágrimas de alegría, porque ser independiente y ganar las alabanzas de las personas que amaba, eran los deseos más ardientes de su corazón.

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