Prólogo

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Sus gritos ahora sólo resuenan contra la parte trasera de su cabeza, no está escuchando ni una cuarta parte de lo que Frank está diciendo y realmente le importa una mierda. Si tiene mucha suerte —muchísima, a decir cruda verdad—, él ya no tendría que soportar más de esos gritos por lo que le restaba de año y vida. Ni un segundo más ni uno menos. Se largaba.

— ¡Gerard!

— ¡¿Qué mierda quieres?!

Su grito hace al avellana paralizarse y estremecerse en medio de las escaleras de la entrada. Gerard nunca le había gritado, siempre solía ser tolerante con él a toda costa. Pero ahora le ha gritado y un puñal de piedras le ha caído sobre el pecho.

— ¿Eso es todo? —con su labio temblante encoje un hombro. Jamás había visto la mandíbula de su novio tan presionada, luce realmente molesto. ¿Pero por qué debería estarlo en primer lugar? ¡Él sólo quería que se quedara! —. ¿Así es como termina? ¿Te vas y ya? Eres un jodido cobarde, Way. ¡Cobarde de mierda!

— ¡¿Yo soy cobarde?! ¡Pues tú eres un maldito egoísta que sólo piensa en ti en vez de por primera vez pensar también en mí, Frank!

— ¡¿Por primera vez pensar en ti?! ¡Gerard, yo siempre pienso en ti!

—No, no lo haces —articula firme, Frank se sorprende de que ni siquiera parpadee, y eso hace que sus palabras sean todavía más dañinas y crueles—. Si lo hicieras, estarías feliz por mí, estarías feliz de que voy a salir de ésta jodida cuidad de mierda, de que ya no seré el estorbo de la familia, que por fin voy a ser alguien, ¡qué voy a ser y a hacer lo que yo amo, Frank!

— ¡Pero te quieres ir y me quieres dejar! ¡Ni siquiera me ofreciste el irme contigo!

A ese punto sus lágrimas han dado paso abierto a su rostro. A juzgar por todo el frío de afuera gracias a la nieve en todas partes, su rostro toma calor y siente asfixiarse. Y Gerard no siente nada. Absolutamente nada. Como si el verlo llorar por él fuese una rutina gastada. Como si llorar por él fuese algo común en Frank. Hacerlo llorar parecía que se le había hecho costumbre, y ahora no tiene lugar para pensar en ello. Nunca pensó que su enojo prevalecería, pero ahí está, y está por estallar gracias a él.

— ¿Para qué iba a querer ofrecértelo si igual ibas a decir que no? Claro, porque tu banda sí es importante, ¿verdad? Al genial e increíble Frank Iero le importa más su jodida banda que el resto de las cosas en su vida, ¿pero sabes qué? Se acabó, Frank. Tú, con tu jodida banda, déjame ser feliz a mí con mi bendita carrera universitaria, y de nada por hacerte las cosas más fáciles. Pero créeme que sin duda hubiese sido más fácil si me hubieses dicho desde un principio que era un estorbo para ti también. Nos hubiésemos ahorrado todo este circo de seis años.

—Gee —solloza el tatuado terminando de bajar las escaleras—. Gee, por favor, no digas eso. Yo te amo-

— ¡No! —bruscamente aleja la mano del avellana cuando ésta intenta hacerse un camino para acariciar su rostro—. Deja de engañarte, Frank, tú no me amas. Todos estos años creyendo que todo iba a estar bien, ¡nada está bien!

— ¡¿Prefieres irte a una maldita escuela de artes en Nueva York antes que quedarte aquí conmigo en Jersey?!

—Mi maldita escuela de artes no me obliga a elegir entre dos cosas que son importantes para mí —se acerca para murmurarle, los ojos de Frank escozan. Gerard no titubea, no pestañea, no se intimida. No nada. Está escribiendo cada palabra que dice con un cuchillo caliente en toda su espalda. Y Frank creyó que todo lo hiriente que tenía para decir se ha acabado, pero sabe que se equivocó cuando escucha a su novio decir—: Me voy.

— ¡Gerard! ¡Gerard! —intenta detenerlo cuando el pelinegro se da la vuelta para irse a su auto, se resbala con el hielo en el asfalto cuando intenta tomar su brazo nuevamente y Gerard lo aparta con un empujón. Cae de bruces al suelo con todo su cabello cubriéndole el rostro. Éste se pega a él gracias a la humedad de sus lágrimas. Observa a Linda asomarse a hurtadillas desde la puerta de entrada. Con dificultad se levanta del suelo y golpea la cubierta del auto con sus manos—. ¡Está bien! ¡Vete! ¡Anda con tu estúpida escuela! ¡Pero ni se te ocurra volver, Gerard Arthur! ¡Ni se te ocurra!

Y parece ser que luego de mucho tiempo; Gerard lo escucha, porque el motor del auto cruje y entre sus mechones de cabello vigila la placa del auto hacerse cada vez más pequeña hasta que desaparece. Sus hombros se encogen con cada sollozo y el mar de lágrimas no para. Pesadamente trata de caminar de vuelta a casa, pero siente sus rodillas debilitarse en uno de los tantos sollozos y de rodillas cae en la nieve sobre la grama de su jardín delantero, sentándose sobre su trasero luego. Con sus manos cubre su rostro desgarrando su garganta en un grito. Linda corre a abrazar a su hijo con fuerza, y éste esconde su rostro en el cuello de su madre. Lo deja sumirse en su llanto de dolor, ahogando cada pena que el pelinegro le ha hecho pasar los últimos seis años.



Gerard restriega su rostro con su mano, no ha podido evitar soltar un par de lágrimas. Siente tanta impotencia, con Frank, con él, con ambos. ¿Por qué no podía apoyarlo? Pudieron haber tomado una decisión juntos, es lo que las parejas hacen. Nunca creyó que la persona a la que veía como el amor de su vida, el que le dio luz a todos sus días por esos seis años ahora no esté con él. No lo apoyó, no estuvo ahí. Pero él siempre estuvo, siempre estuvo para él y Frank nunca lo agradeció, y se hartó más temprano que tarde de toda esa basura que el tatuado le tiró. Simplemente: ya no más.

Iría a su escuela de artes en Nueva York, conocería a nuevas personas, se enamoraría de alguien más y se alejaría de su familia a la cual no le tiene mucho afecto. Quizás sólo le dolería el separarse de Mikey, después de todo, es su mejor amigo. No todos tienen la dicha de tener a su hermano como mejor amigo, pero él sí, y haría todo lo que tuviese a su alcance para sacarlo de las mugrientas calles de Summit para llevárselo a vivir con él a Brooklyn.

Pero Frank... mintió. Sí pensó en ofrecerle llevarlo con él, pero el avellana enloqueció antes de siquiera poder planteárselo. Y ahora todo acabó, así, sin más.

Lo recuerda con sus sonrisas, todo lo que siempre hacía para hacerlo feliz, para hacerlo sentir mejor todas aquellas veces que Donna y Donald no eran los mejores padres, su risita nerviosa o el rubor que invadía sus pómulos cuando le decía que lo amaba siempre que hacían el amor... todo parecía tan sencillo.

Lo está considerando cuando acelera un poco más, la aguja del velocímetro casi llega a los noventa kilómetros. Sólo oye el impresionante sonido que proviene de la parte derecha de su auto, Gerard gira a ver apartando la vista precariamente de la carretera enhielada y ve a una camioneta gris impactar contra la parte trasera del móvil, le hace perder todo el control. El sonido de la estructura del auto quebrándose resuena en sus oídos cuando se ve deslizándose y dando tumbos con las ruedas chillando en el asfalto. Resulta inútil domar el auto. Cuando es consciente de lo que tiene en frente, ya es demasiado tarde.

El auto choca de lleno contra un poste de luz estando a una cuadra más de donde presenció el choque, lanzándolo rápidamente fuera del Chevrolet. Pierde el conocimiento antes de llegar al suelo, porque lo último que escucha es el estruendo de los cristales del parabrisas estrellándose contra su cabeza y luego siente algo caliente deslizar desde los cortes.

El impacto lo sume en una completa oscuridad casi al instante, y sabe que debe agradecerlo. Aquello es más agradable de lo que le espera una vez esté consciente.

remembering you › frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora