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Un año y dos semanas después.


Frank suelta un suspiro, intentando moverse lo menos posible sobre el pupitre. Sus manos están sudando, y mierda, ¿cuánto falta para que suene el jodido timbre y el pedófilo de matemática los deje salir de una buena vez? Sus codos se apoyan de la tabla de madera, jugando nerviosamente con sus dedos. Su rostro también está cubierto por una fina capa de sudor y el lápiz se resbala entre sus dedos. Desiste, después pediría la clase a uno de sus compañeros, de todos modos está jodido para ese parcial. La matemática no es lo suyo. Intenta respirar para calmarse, pero cada leve movimiento que realiza es una pequeña descarga que hace a todo su cuerpo estremecerse y jadear involuntariamente.

Esconde su rostro entre manos por un largo rato.

— ¡Iero! —da un respingón ante la voz del profesor, retirando sus manos del rostro—. Al pizarrón.

Su ansiedad se dispara al techo junto a su ritmo cardíaco. Si dice que no, será nota que le costará. Le jode ser tan buen estudiante. ¿Por qué no puede ser como Gerard, o Bob? Incluso James. Ellos a duras penas se esfuerzan por hacer de sus estudios algo honorable cuando él debe apuñalarse la cabeza para no ser de los peores en la clase. Uno de sus mayores miedos es pasar al pizarrón, no tiene ni la menor idea de qué es lo que el viejo ha estado explicando en la última hora. Sin embargo, es de los mejores promedios de su clase, una bendita nota de matemática es un chiste en este momento. A penas escribe un par de números en la pizarra cuando se gira al señor en el escritorio.

—Profesor, no estoy sintiéndome bien. ¿Puedo ir al baño?

— ¿No necesita que llame a su representante? ¿O prefiere ir a la enfermería?

— ¡No! Sólo al baño, por favor.

El viejo con una ceja arqueada le extiende un pase de plástico que casi le arrebata de las manos, y de la misma manera sale de ahí. Descarta el correr, poner un pie delante del otro le resulta martirizador, simplemente ya no es algo que pueda tolerar. El recorrido del salón de clases hasta su casillero se le hace eterno, sus manos tantean el interior de éste buscando con exasperación su celular. Agradece que Gerard conteste de inmediato.

— ¿En dónde estás? —pregunta sin dejarle el chance de hablar. Le oye balbucear.

—En Educación Física todavía. ¿Pasó algo?

— ¡Sí, joder! Gerard, ya no lo soporto más, debes apurarte.

— ¡¿Qué?! N-no, ¡espera! ¿En dónde estás?

— ¡En mi casillero! Me le escapé a Carl de matemática —rechista entre dientes sujetando el celular entre su hombro y oreja. Comienza a acomodar su ropa dentro de su mochila—. Mierda, si no vienes ahora juro que no vuelvo hablarte hasta que termine el año, Arthur.

Gerard balbucea nuevamente, y ésta vez puede sentir su nerviosismo atravesar el parlante. Mira hacia los lados asegurándose de que ningún maestro esté a su alrededor, lo que le parece extraño siendo que el mismo director se pasea los pasillos cual buitre en cementerio y ahora que puede verlo, ni un alma se asoma entre los casilleros. Le alivia de gran forma. Sería el colmo que alguien presenciase su impaciencia por algo que no llegó a imaginar que sería capaz. Pero viniendo de su relación con Gerard el último año, absolutamente todo ha pasado a ser posible. No es algo que le mortifique, nada que provenga de Gerard puede mortificarle, pero hay ciertos límites que por razonamiento existen en todas las relaciones, y justo ahora son los mismos límites que ellos están por cruzar.

—Espérame en la duchas —logra entenderle por encima de su voz agitada, al aparecer corre—. Y por favor, sé paciente.

— ¡Paciente tu culo! —gruñe cerrando el casillero, sin importarle que el estruendo resuene por el inmenso pasillo, cuelga la mochila de su hombro y retoma su celular. Comienza a caminar en dirección a las duchas— ¡El mío ya no lo soporta!

remembering you › frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora