Capítulo 4

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Alba observaba la puerta intensamente desde la acera de en frente. Unos pasos más atrás, Francisco había acabado de fumarse su tercer cigarrillo de la noche, el cual pisaba distraídamente. Estaba nervioso y, de alguna forma, sabía que ninguna cantidad de tabaco le aliviaría la presión que sentía en su pecho. Hace escasas horas había pensado que ya se habían acabado estas tonterías. Las traiciones y amenazas. Sin embargo, ahora mismo no veía la luz al final del túnel. Y, desde luego, pedir ayuda a la persona que Alba quería visitar solo le crispaba más los nervios.

—No sé qué hacemos aquí —dijo él, aplastando la ceniza que salía del cigarrillo moribundo.

El comentario sacó a Alba de su trance. Ella sí que lo sabía. Aunque odiara admitirlo, Victoria era la única persona que podía tener respuestas sobre el paradero del chantajista. De la chantajista.

—Victoria sabe dónde está —le respondió ella —. Estoy segura.

Con esto en mente se convenció y dio el primer paso para cruzar la calle. Pero rápidamente Francisco le agarró del brazo y le dio media vuelta. Esto pilló a Alba desprevenida y la hizo girar con tanta inercia que casi chocó con el pecho de Francisco. Instantáneamente, miró hacia otro lado y se separó un poco de él, dejando algo de distancia entre sus cuerpos, y asumiendo otra vez la actitud fría a la que se había acostumbrado. Esa actitud distante que había aprendido de Victoria.

—¿Qué haces? —preguntó secamente.

—No confíes en nada de lo te que diga esa mujer —le advirtió Francisco.

Él pensaba sinceramente que no había conocido el odio en su vida hasta que volvió a ver a Victoria, cuando se enteró que Alba había estado al alcance de su mano todos esos años atrás.

Tras perder a Alba en la estación de tren, se pasó semanas buscándola por Madrid. No sabía qué había sido de ella y estaba profundamente consternado. ¿Estaría sola y perdida por las calles de esta hostil ciudad? No podía haber estado más equivocado. No era Alba la que estaba perdida, sino su alma, pues Victoria la había encontrado y la estaba transformado en este caparazón de mujer. Esta fachada que nunca dejaba ver qué sentía realmente. Había perdido a su preciosa e inocente Alba en aquel cuchitril de mala muerte por culpa de Victoria.

No era difícil de entender por qué ahora era reacio a confiar en ella.

—Conozco a Victoria, Francisco —dijo Alba tras discernir en los ojos de Francisco el miedo que sentía —. No me va a mentir.

—No sería la primera vez que lo hace —dijo él. Esto incomodó mucho a Alba.

Sabía a qué se refería Francisco. Victoria había impedido que estuvieran juntos por alguna extraña razón. Ella le había dicho que era para protegerla, pero Alba sospechaba que había sido para protegerse a sí misma. Para conservar a Alba a su lado. Quién sabe por qué.

En cuanto se había enterado, Alba cortó toda relación con Victoria; hacía días que no se hablaba con ella. Solo tenía una pequeña esperanza de que Victoria estuviese lo suficientemente desesperada por conseguir su perdón que le daría alguna pista sobre dónde encontrar a quien quería.

Francisco apartó la mirada frustrado.

Solo, ten cuidado, quería decir. Pero las palabras se le atragantaron, y solo pudo asentir, accediendo a que Alba probase suerte, y deseando que tuviese éxito.

Alba asintió, copiando a Francisco. Se volvió a dar la vuelta y esta vez él la dejó ir.

Alba descendió las escaleras del local y lo encontró exactamente como siempre.

Las chicas del cable - LucíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora