Capítulo 2

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—Alba, entra al coche —ordenó Francisco. Por fin liberó el brazo de Alba, el cual había estado agarrando tan firmemente que su mano había dejado una impresión en su piel.

Ella abrió la boca para discutir, como siempre, pero viendo que Francisco se metía en el coche sin esperar a oír una respuesta, siguió su ejemplo. Se sentó en el asiento del copiloto y miró fijamente a Francisco.

Este encendió el motor y fijó sus ojos en la carretera, silenciosamente planeando su próxima jugada. En la nota que le habían dado había solo tres cosas: una dirección, una cifra y una advertencia.

Alba, Carlos, Rotary, chantaje..., pensó él.

Librarse de una vez de todos los problemas que le habían surgido desde que posó los ojos en Lidia Aguilar aquel día era su única motivación.

Rotary, Carlos, Alba, chantaje...

Quería cerrar este desagradable asunto cuanto antes para pasar a otros mucho más cruciales, como encontrar los planos del Rotary y explicarle a Carlos todo.

Carlos, Alba, Rotary, chantaje...

Tenía que ser él el que le explicase todo lo acontecido, antes de que el juicio de Carlos estuviese nublado por cualquier mentira que Alba decidiese contarle. Por eso se había llevado a Alba de la fiesta, no les iba a permitir estar juntos durante siquiera un minuto sin él presente. No sin antes haberse explicado.

Prioridades, Francisco, se dijo, Que el que mucho abarca poco aprieta.

Ahora todas sus capacidades debían estar dirigidas a encontrarse con la persona que había escrito la nota, y negociar con ella.

Chantaje, Carlos, Rotary y, después, Alba.

Alba, por el contrario, no sabía nada del contenido de la nota. Si bien le había extrañado profundamente la reacción de Francisco, desde luego ella no había tenido ninguna intención de dejar a Carlos solo y con todas sus dudas y preguntas atormentándolo.

—Francisco -dijo ella seria —, ¿me vas a explicar de qué va esto?

Él cogió la nota del bolsillo de dentro de su chaleco, donde se la había guardado anteriormente, y se la dió. Mientras ella leía la nota concentrada, él tanteó el resto de sus bolsillos por su pitillera, como si por impulso, hasta que se dió cuenta que no la tenía consigo.

La había perdido. Estaban en el coche ahora mismo conduciendo a más velocidad de la permitida por esa razón, la maldita pitillera que perdió en casa de Beltrán la noche que fue asesinado.

—¿Tiene tu pitillera? —dijo Alba, aunque sabía perfectamente la respuesta, puesto que así lo ponía en la nota, no se lo creía. No quería creérselo.

¿Por qué todo tiene que ser tan complicado?, pensó. Desde el momento que Francisco y ella se había reencontrado, todo se había enredado exponencialmente. Francisco, Carlos, las chicas, el Rotary...

No, continuó, desde hace más tiempo...

La imagen de Jimena muriendo en sus brazos pasó por su mente tan inesperada y brutalmente como el flash de una cámara. Cerró los ojos y apartó esa terrible escena de su mente. Tenía que centrarse en el momento, en el ahora, tal como Victoria le había enseñado.

Francisco estiró el brazo y alcanzó la guantera, y los ojos de Alba dejaron la nota por un segundo, mientras la mano de Francisco estaba cerca de sus piernas. Francisco no pensó mucho en la acción en sí, solo quería abrir la guantera.

Ahí tenía un paquete de cigarrillos de repuesto. Cogió uno, sin despegar los ojos de la carretera, y lo encendió. Por un segundo la llama del encendedor iluminó su cara, y Alba sostuvo su aliento, él tomó la primera calada y suspiró el humo. Necesitaba urgentemente calmar sus nervios.

Alba le observó atentamente mientras lo hacía y, cuando sus ojos reposaron un segundo de más en su boca, retiró la mirada, centrándose nuevamente en la nota.

Tengo la pitillera.

20:00, Calle del Barquillo 56 3º derecha.

10.000.000 de pesetas.

—¿Quién es? —preguntó Alba, la pequeña esperanza de que Francisco tuviera una respuesta para ella. Él se pasó la lengua por los labios antes de contestar.

—No lo sé —respondió, para un segundo después sugerir: "El asesino de Beltrán."

Alba abrió los ojos alarmada ante la posibilidad.

—Eso no puede ser —dijo ella —. Tú te encontraste a Beltrán ya muerto. El asesino ya se había ido.

—No sé, Alba —respondió ausente —. No comprobé el resto de la casa.

—¿Por qué le matarían? —preguntó Alba molesta, empezaba a ponerse nerviosa.

—No lo sé, Alba —insistió Francisco.

—Francisco, ¿a dónde vamos?

—A la calle Barquillo —respondió él decidido.

—Ahí es la cita —le dijo ella cortante.

—Sí.

—Francisco, te están pidiendo 10.000.000 de pesetas —insistió ella girándose para mirarle.

—Ya lo sé, Alba —respondió entre dientes.

—¡Francisco, no tienes ese dinero! —insistió Alba sacada de quicio.

—Ya lo sé, Alba —gritó él golpeando el volante con la mano derecha, con la que también sostenía el cigarrillo —. Ya lo sé —repitió Francisco en un susurro.

Ella tragó algo de saliva y volvió a sentarse en su sitio correctamente. Francisco iba a arriesgarse a negociar con el chantajista, ella lo vio claro en ese momento. Y no pudo evitar que su corazón latiese a la misma velocidad que iba el coche.

Francisco no tenía nada con lo que negociar. Nada mejor que aquella cantidad de dinero. Y quién sabía qué clase de hombres serían los responsable del chantaje. Los asesinos de Beltrán. Alguien con un arma. Y allá iba Francisco, desarmado, sin cartas que jugar y ningún as bajo la manga.

Ella se mordió el labio de abajo y trató de pensar en formas con las que librarle de esta carga. Por el contrario, Francisco estaba dispuesto a cerrar este asunto esa misma noche.  

Las chicas del cable - LucíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora