Capítulo 5

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— Alba, ¿estás segura de que estará aquí? —preguntó otra vez Francisco.

Alba hizo una mueca mientras miraba la casa, separando ligeramente los labios suspiró llena de dudas.

— Estas es la dirección que Victoria me ha dado — dijo ella.

Eso no es lo mismo, pensó Francisco. Estaba convencido de que Victoria les había engañado y sabía que, aunque no lo admitiese, Alba también lo pensaba.

No sé por qué se aferra a esa mujer, pensó, después de todo lo que nos— le ha hecho.

Nos. Francisco todavía pensaba en Alba y él como un conjunto inalienable. Como si sus caminos siguieran unidos por alguna razón más que el infortunio. , continuó, estamos unidos por Carlos. Nada más.

La pareja que una vez fueron había desaparecido de este mundo y había sido sustituida por algo feo. Una relación de celos y tensión. No había ya resquicio de la confianza que una vez tuvieron y, aún resignado, Francisco debía dejarlo estar por el bien común. No podía recuperar esa amistad, ese amor inocente; no quería interponerse en el camino de Carlos.

Carlos era su amigo, había sido su protector todos esos años atrás. Habían crecido juntos y compartido alegrías y penas. Eran hermanos. No podía hacerle daño.

Francisco, por Dios, céntrate, se dijo y, con eso en mente, volvió a dirigir su atención a la casa.

— Bueno —dijo él —, acabemos con esto.

Salió del coche cerrando la puerta con decisión y anduvo hacia la puerta del edificio.

A Alba le pilló desprevenida. No se esperaba que Francisco fuese tan efusivo de repente. Apartó el cinturón de seguridad de su cuerpo y salió del coche torpemente.

— Francisco —llamó infructuosamente, pues Francisco ya se había decidido a acabar con la aventura.

El edificio en cuestión era una casa a las afueras de Madrid. Contaba con un jardín bien cuidado y un muro que rodeaba la finca y la separaba del resto del mundo. La verja, sin embargo, estaba abierta, invitando a los curiosos a entrar.

La casa parecía salida de una historia del maestro del horror, Edgar Allan Poe: era vieja, gris y parecía tener una niebla intrínseca a ella. Sin embargo, el brillante color de las tejas rojas del tejado, la rejuvenecía. Y, claramente, quien fuese que se ocupase del jardín intentaba hacer lo mismo, pues flores de varios colores lo adornaban, y variopintas esculturas talladas en arbustos lo habitaban.

Alba alcanzó a Francisco cuando este ya estaba en la puerta agarrando la aldaba. La cabeza de un león sostenía entre sus dientes la anilla que Francisco estaba utilizando para golpear la puerta un par de veces.

Francisco terminó de llamar y dio un paso atrás, pasándose una mano por el pelo para recolocarlo. Alba le miraba sorprendida, el Francisco que estaba redescubriendo desde su primer reencuentro era muy diferente a aquel chiquillo de un pequeño pueblo de España. El hombre que era ahora era decidido, serio, con un carácter sereno del que pocas veces se alejaba. Solo había escapado de su coraza en alguna ocasión, principalmente porque ella le crispaba lo nervios, le rompía los esquemas, era inesperada en un mundo de reglas claras.

La puerta se abrió con ominosidad, dejando escapar un rayo de luz del interior de la casa que iluminó sus caras, y un criado apareció. Parecía un mayordomo sacado de la misma Inglaterra victoriana, su postura era rígida y vestía un traje oscuro que le añadía mayor apariencia de profesionalidad.

— ¿Desean algo? —preguntó con voz profunda y sin cambiar su expresión seria.

Alba iba a hablar, tratar la situación con delicadeza le parecía lo más sensato, pero Francisco se le adelantó.

Las chicas del cable - LucíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora