Capítulo 10

377 21 10
                                    

—Francisco, asúmelo —dijo la joven —. Tu plan ha fallado.

—No —respondió él —. Alba saldrá por la puerta en unos segundos.

Lucía miraba la puerta con ansiedad, no como Francisco, quien la observaba con la calma de un verdadero creyente. Ella se mordió el labio inferior y sacudió la cabeza levemente. Dijese lo que dijese Francisco, Alba no iba a salir. Si todo hubiese salido bien, ya estaría en el coche y estarían conduciendo tranquilamente lejos de ahí.

Lucía miró a Francisco. No se podía creer la tranquilidad con la que trataba el asunto, no parecía en absoluto consternado. Ella no podía ser tan paciente. Abrió la puerta y salió del coche.

—Lucía, ¿qué demonios estás haciendo? —preguntó Francisco alarmado. Su voz era fuerte, de gran autoridad. Hizo que Lucía parase.

—Francisco, Alba no va a salir —Lucía dijo —. Vamos, que ha pasado algo. No me lo perdonaría si le pasase algo a Alba. Si tú puedes vivir con eso, quédate en el coche.

Se dio la vuelta y se dirigió decidida al hotel. Francisco la observo durante un segundo, lo suficiente para que lo que Lucía le había dicho calase. Si Alba salía herida de esta, Francisco no podría perdonarse a sí mismo.

Maldita sea, pensó él golpeando el volante en frustración.

—Espera —dijo él. Salió del coche y alcanzó a la joven. Ambos entraron en el hotel.

El vestíbulo estaba prácticamente vacío.

Mejor, pensó Lucía, menos testigos. Todavía estaba preocupada por la posibilidad de que los Coleman se enterasen de esto. No quería admitirlo en voz alta pero, por primera vez en mucho tiempo, le importaba lo que alguien pensase de ella. Victoria le había enseñado a distanciarse, a no tener sentimientos porque eran inútiles y solo le harían daño. Los Coleman le habían enseñado a volver a confiar en alguien, en que la vida iba más allá del beneficio propio. Le habían enseñado a querer otra vez. No quería echar todo a perder por un error tonto.

Francisco mantenía los dientes apretados e intentaba parecer fuerte. A decir verdad, toda esta aventura le estaba cansando y, aunque todavía no lo sabía, le había servido para darse cuenta de un par de cosas: seguía teniendo sentimientos por Alba, pero quería más a Carlos. Era su hermano, no quería hacerle daño. La familia Cifuentes le había protegido y aceptado como uno de los suyos y Alba... Alba solo le había roto el corazón.

¿Qué hacer después?, se preguntaba. Quería proteger a Carlos a toda costa. Le contaría todo. Que Lidia no era el nombre de esa muchacha a la que él tanto quería, sino Alba, la chica que Francisco perdió en la estación de tren y que ahora era una farsante. Le rompería el corazón a Carlos, pero le protegería de un mal mayor. A saber lo que realmente quería Alba de él.

Los sentimientos confrontados rondaban en su cabeza y luchaban por gritar más fuerte, por hacerse oír. Francisco incluso había considerado por un segundo dejar a Alba ahí, sabía que estaba tardando demasiado, pero le daba igual. Si le pasaba algo a Alba, sería un problema menos, pero ese atroz pensamiento había sido expulsado de su mente con fuerza. Alba puede que se hubiese convertido en un arpía pero todavía era ella. Todavía era la chica que perdió en la estación de tren. No merecía nada malo, pero tampoco merecía a Carlos.

Lucía y Francisco entraron al casino sin mayor problema y vieron que la puerta de la oficina que había al fondo, donde estaba la caja fuerte, estaba abierta y la luz encendida. Se miraron, ambos sospechaban que algo iba mal. Se acercaron a la oficina con cautela y entonces lo vieron.

Alba estaba ahí, de pie, mirando fijamente a un hombre que había tomado asiento en la silla que estaba detrás del escritorio. El hombre llevaba un traje barato y llevaba el pelo perfectamente colocado, repeinado hacia atrás con cera. Estaba recién afeitado, tanto que todavía se podía captar el suave olor de su loción. También tenía un pequeña sonrisa plastificada en su perfecta cara, la sonrisa de alguien que sabe que lleva la ventaja en el juego y que solo se hizo más grande una vez vio a Lucía. Era su jefe: Ángel. Su nombre no podía estar más alejado de la realidad.

Algo brillaba en su mano. Un objeto que había captado toda la atención de Alba, quien lo miraba petrificada pero sin mostrar emoción alguna, como si tuviese la situación bajo control.

Una pistola.

Francisco posó sus ojos sobre el arma y fríamente, manteniendo la calma, miró a Ángel.

—Baje el arma —dijo Francisco.

Lucía le miró con preocupación.

¿Baja el arma?, pensó ella, ¿Eso es lo que se le ocurre?

Ángel sonrió, igualando la actitud fría de Francisco.

—¿Por qué haría eso? —dijo sacudiendo la cabeza un poco, como si riéndose. Miró a Lucía y continuó —Tú me debes dinero, enana. ¿Qué pretendías hacer aquí? ¿Robarme y pagarme con mi propio dinero?

Lucía se humedeció los labios. Había sido un plan estúpido, pero no se esperaba que Ángel apareciese.

—Me ofendes, enana, de verdad —siguió Ángel, apuntándola ahora a ella, lo que hizo que Alba se tensase aún más —. Solo por esto debería matarte.

Hubo un momento de silencio. Lucía estaba en blanco, no sabía qué decir, qué ofrecer. Miles de amenazas y promesas pasaron por la mente de Alba. Si aquel hombre hacía daño a Lucía, Alba le destrozaría la vida, lo decidió en ese mismo instante.

Ángel se puso serio, escondió su sonrisa y un aire de pura maldad reino sobre su rostro.

—Pero no me sirves muerta, solo me traerías más problemas —dijo él. de alguna manera eso hizo que Lucía se relajase un poco, aunque seguía alerta —. No, creo que simplemente te voy a doblar la deuda.

Lucía le miró con odio, lo que molestó al hombre.

—O, tal vez, debería decírselo todo a tus padres —dijo él —. ¿Qué te parece eso?

La expresión de Lucía se ablandó a una de ruego. No podía permitirse eso. No le importaba el dinero, pagaría lo que fuera con tal de que los Coleman no se enterasen. Aquello podría significar que la echasen de casa, y tenía que evitar eso a toda costa.

Ángel sonrió otra vez.

—El doble hemos dicho, ¿no? —continuó — Traemelo mañana o lo contaré todo. Y volverás a la calle como la basura que eres —Señaló a Francisco y a Alba con la pistola —. Ya te puedes llevar a tu pequeño circo.

Lucía miró a Alba y a Francisco con apresurándoles a salir por la puerta. El plan no había funcionado y quería irse de ahí lo antes posible, antes de que alguien saliese herido.

Los tres se giraron en silencio e iban a salir cuando Francisco se paró en seco y se giró hacia Ángel. Lucía, que iba tras él se quedó petrificada. ¿Qué demonios pretendía este hombre?

—No —Francisco dijo. Alba, que iba delante y no se había dado cuenta de que sus compañeros se habían parado, se giró más rápido que un látigo.

¿Cómo que no?, se preguntaron las dos.

—¿Cómo que no? —dijo Ángel agresivamente, se levantó de su silla y apuntó el arma a la cabeza de Francisco.

—No va a ser el doble —dijo Francisco —. No va a pagar nada.

Alba y Lucía se miraron alarmadas. Francisco iba a conseguir que el hombre le matase.

Las chicas del cable - LucíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora