Capítulo 33

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Rachel y Ashton se abrían paso entre los matorrales con dificultad. El sol caía sobre ellos con fuerza y se estaban asando. Una docena de hombres había sido enviada a inspeccionar el lugar. Habían usado un helicóptero ya que en coche el viaje duraba casi seis horas.

—¿Soy solo yo o está haciendo cada vez más calor? —Rachel se pasó la mano por el cuello sudado.

—Debemos de estar a más de cuarenta grados —respondió Ashton mientras avanzaba delante de ella.

El lugar estaba cubierto de vegetación y no habían visto señales de vida humana en varios kilómetros a la redonda.

—¿Crees que encontraremos el lugar donde Alice estuvo secuestrada?

Ashton estuvo a punto de responderle que no sabía cuando su radio comenzó a emitir una señal de estática.

—Aquí, el detective Rochester, cambio.

—Detective, acabamos de divisar una cabaña hacia el oeste, cambio.

El rostro de Ashton se iluminó.

—¿Cuál es su posición, oficial?

El oficial le indicó dónde se encontraba y sin perder tiempo él y Rachel fueron hasta allí.

La espesa vegetación, sumada al calor sofocante y al cansancio, hicieron que su llegada al lugar costara más de lo previsto. Por fin, lograron reunirse con sus hombres y entonces vieron una cabaña semioculta detrás de un pequeño bosque a unos cien metros de donde se encontraban. Parecía abandonada, pero no podían arriesgarse.

Ashton sacó su pistola y les hizo señas a los demás para que avanzaran despacio.

—Nosotros iremos por aquí —le dijo a Rachel.

Ella empuñó su pistola y lo siguió.

Mientras sus hombres rodeaban la cabaña,Ashton y Rachel llegaron por el frente. A medida que se iban acercando a la entrada, se dieron cuenta de que el lugar estaba casi en ruinas. Los huecos de las dos ventanas estaban tapados con maderas. La puerta parecía haber sido arrancada y de la parte superior colgaba una lona sucia y raída.

Ashton avanzó primero, iba agazapado y sostenía con fuerza la pistola. Llegó hasta la cabaña, se apoyó contra la pared y esperó a que Rachel hiciera lo mismo.

—¿Lista? —le preguntó.

Ella asintió.

Ashton corrió la lona que hacía de puerta y apuntó.

—Despejado —dijo y miró hacia ambos lados.

Rachel entró tras él y después de observar con atención, comprendió que se encontraban en un improvisado nido de amor usado seguramente por los adolescentes del lugar.

La cabaña tenía un solo ambiente. Había una mesa y una pequeña estufa junto a una de las paredes. Una cama completaba el pobre mobiliario.

—Es un escondrijo —dijo Rachel; y se guardó la pistola en la cartuchera.

Ashton caminó hacia la cama mientras un par de sus hombres entraba para reunirse con ellos.

—Ten cuidado por donde pisas —le advirtió Rachel.

Él miró el suelo de madera. Estaba regado de condones usados y colillas de cigarrillos.

—Deben de haber pasado cientos de personas por este lugar —comentó él aún sosteniendo la pistola.

—Y cientos de huellas dactilares también.

—Que traigan a los peritos y que nadie toque nada —ordenó y miró la cama. Estaba seguro de que Alice había estado allí cuatro años atrás y de que su secuestrador debía de haber dejado algo de él en aquella cabaña.

—Sería bueno que Alice viniera; tal vez logre reconocer el lugar —sugirió Rachel mientras se secaba el sudor de la frente.

—Sí, debemos traerla. Ahora salgamos, dejemos que los expertos hagan su trabajo.

—Este lugar es tétrico —dijo Rachel una vez que alcanzaron el exterior de la cabaña—. No puedo imaginar cómo ella pudo estar metida allí adentro durante tres meses.

Envidiaba a su compañera, porque él si podía imaginarse a Alice en aquel lugar espantoso. Sintió cómo el estómago se le encogía y un dolor palpitante crecía en su pecho al pensar en ella atada a aquella cama y sufriendo en manos de aquel loco.

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La ceremonia en la iglesia había sido sencilla, pero emotiva. Alice y Brandon se habían sentado en un rincón, apartados de los demás. Desde allí, había llorado la muerte de su amiga en silencio. Se habían visto por última vez unos días después de su reaparición y luego habían perdido el contacto. Lisa le escribía al principio y le había contado que se había mudado finalmente de la casa de sus padres a una casa cerca de su trabajo; luego, sus cartas se habían vuelto más esporádicas y cuando Alice comenzó a trabajar en Sunrise Press y retomó sus estudios, ya ni siquiera tenía tiempo para escribirle. Lamentó haber perdido el contacto con ella y en ese momento ya no podía decirle cuánto había extrañado sus bromas y su risa estridente cada vez que la depresión la vencía. Cerró los ojos para contener las lágrimas.

Brandon apretó su mano.

—¿Estás bien?

Ella asintió. Poco a poco, la gente comenzó a levantarse y Alice le pidió a Brandon que esperasen a que salieran todos. Cuando la pequeña multitud terminó de abandonar la iglesia ambos salieron por detrás.

Brandon divisó de inmediato a los periodistas apostados fuera de la iglesia a la espera de la oportunidad de conseguir alguna entrevista jugosa.

—Será mejor que salgamos por aquel lado —le indicó mientras bajaban las escalinatas.

—¿Es usted la señorita Alice Carmichael? —Una voz chillona sonó a sus espaldas.

Ella se dio la vuelta. Una joven que sostenía un micrófono se había acercado a ella.

—Alice, no tienes que responder —dijo Brandon en voz baja cerca de su oído.

Enseguida, otros periodistas se arremolinaron alrededor de ellos.

—¿Es usted Alice Carmichael o no? —volvió a preguntar la reportera y le puso el micrófono junto a la cara.

—¿Qué opina del Asesino de las Flores y del hecho de que personifica a sus víctimas a su imagen y semejanza? —preguntó una voz masculina.

A Alice comenzaron a temblarle las piernas.

—¿Cree que usted será su próxima víctima? ¿Que tal vez cumpla su fantasía por fin?

Ya ni sabía quién le estaba haciendo las preguntas; las voces de los periodistas se entremezclaban y la cabeza le daba vueltas. Quería salir corriendo de allí.

—Por favor, señores. No molesten. La señorita no está en condiciones de realizar ninguna declaración —dijo Brandon, la tomó del brazo y la sacó de entre medio de los periodistas.

Caminaron deprisa hacia su automóvil seguidos por las cámaras y los flashes.

—Creo que lo mejor será que desistas de ir al cementerio —dijo Brandon y puso en marcha el motor—. Te estarán esperando allí para azotarte de nuevo a preguntas.

Alice se recostó en el asiento.

—Tienes razón, llévame al loft. —Apoyó la cabeza y cerró los ojos mientras la luz de los flashes se estrellaban contra los cristales del automóvil.

No Me OlvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora