Capítulo 37

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Habían pasado tres días desde la llegada de Otelo II, y él y Sam se habían hecho prácticamente inseparables. Dormían juntos y hasta compartían la comida y los jirones de tela que Sam se encargaba de romper. Solo se peleaban cuando querían acaparar tanto la atención como los mimos de Alice y de Ashton.

El proyecto «Art & Pleasure» estaba casi listo para ser presentado y Jennie les había anunciado, horas antes, que el lanzamiento se había adelantado una semana.

Las tardes de trabajo se extendían cada vez durante más horas y Brandon se marchaba entrada la noche. A veces Ashton regresaba temprano y se dedicaba a hacer ejercicios mientras ellos se enfrascaban en los libros y en los artículos de arte. A Alice se le hacía difícil concentrarse en alguna obra del Renacimiento cuando, a pocos pasos, Ashton levantaba pesas. Su mirada se desviaba, sin poder evitarlo, hacia sus músculos sudados y cuando él la contemplaba con intensidad, algo comenzaba a agitarse en su interior. Él sabía compensarla muy bien luego en la habitación.

No había asistido a ninguna otra sesión de hipnosis. Ashton le había dicho que él mismo había hablado con el doctor Foster y le había explicado que ya no era necesario, porque había recobrado la memoria. Ya no había recuerdos borrosos en su mente. La cara de su secuestrador seguía siendo un misterio, y ella se arrepintió mil veces de no haber visto su rostro antes de haberse escapado de aquella cabaña.

Por las mañanas, recibía a Peter Franklin. Habían tenido ya tres entrevistas y, aunque Alice se sentía incómoda al hablar de su vida privada, él siempre parecía encontrar las palabras correctas para convencerla de decir algo más de lo que quería revelar. Sin duda, Peter Franklin sabía hacer muy bien su trabajo.

Esa mañana, después de salir a correr con Ashton cuatro vueltas al parque, Peter la había llamado para decirle que llegaría un poco más tarde de lo habitual. 

Aprovechó las dos horas que tenía libres, entonces, para pintar. Estaba trabajando en un nuevo lienzo y, por primera vez, no sentía la necesidad compulsiva de llenarlo de nomeolvides. Parecía que, tras haber recuperado la memoria, aquel impulso había desaparecido junto con las sombras que habían estado enterradas en su mente durante cuatro años. La pintura en la que estaba trabajando era por completo diferente. Era su primera incursión en el mundo de las figuras humanas y estaba orgullosa de los resultados que estaba obteniendo. Nadie había visto aquel cuadro inconcluso todavía, ni siquiera Brandon, a pesar de su insistencia.

Echó un vistazo a su reloj; sería mejor que bajara al loft, porque Peter no tardaría en llegar. Limpió los pinceles y cubrió el lienzo con una sábana blanca. Alzó a Otelo II y le hizo señas a Sam de que se estaban marchando.

Cuando bajó el último peldaño, la puerta del montacargas se abrió.

—Justo a tiempo —dijo y sonrió.

Peter la miró y le devolvió la sonrisa.

—Me ha sido imposible llegar antes.

—No te preocupes, he estado pintando un rato.

—¿Cuándo podré ver en lo que estás trabajando? —le preguntó mientras la seguía al interior de la vivienda.

—Esa es la pregunta del millón. —Soltó a Otelo II sobre el sofá—. Y a todos les respondo lo mismo. La verán cuando esté terminada.

—Extravagancias de artista, supongo.

—Prefiero llamarlo «necesidad de mantener el misterio». —Sonrió—. ¿Empezamos?

Peter se sentó en el sofá junto al gato y le acarició el lomo.

—En realidad, quería proponerte si no querrías ir al estudio de un fotógrafo amigo —le dijo—. Ya te he comentado que me gustaría incluir algunas fotos tuyas en mi libro.

—¿Tiene que ser hoy?

—Mi amigo sale de viaje mañana, hará una excepción y nos recibirá hoy mismo. Es un fotógrafo muy ocupado y ha logrado hacer un hueco en su agenda para tomarte algunas fotografías —le explicó con seriedad.

Alice se encogió de hombros.

—Está bien; si tu amigo ha sido tan amable de aceptar hacerme esas fotos, será mejor que no lo hagamos esperar. —Buscó su bolso—. ¿Cuánto tiempo crees que tardaremos?

—Un par de horas, no más.

—Bien, no hace falta que avise a Ashton entonces; él no llegará hasta la noche y, seguramente, estaremos de regreso antes que él.

Peter Franklin asintió y la observó despedirse con cariño de Sam y del gatito.

—No soy muy adepta a que me fotografíen —le comentó ya en el interior del montacargas.

—Haces mal. Eres tan hermosa.

Ella se sonrojó.

—Seguramente mi amigo se quedará encantado contigo; sabe apreciar la belleza femenina y sabrá valorar lo que hay en ti —dijo y la miró con intensidad—. Tu belleza no es solo externa, hay algo en el brillo de tus ojos que te hace más hermosa aún.

—Si sigues alabándome de esa manera solo vas a lograr que me sonroje, Peter. Además, no creo que tu amigo piense que mis mejillas enrojecidas sean muy fotogénicas.

—No te preocupes, quedará encantado contigo —le aseguró.

Abandonaron el edificio bajo la atenta mirada de los oficiales que estaban aparcados en ambas esquinas desde el incidente con Sam.

—Es un honor que subas a mi automóvil —le dijo y le abrió la puerta del Ford Focus color verde oliva.

—Gracias.

Lo observó rodear el automóvil; a pesar de su cojera, caminaba rápido. No se había atrevido a preguntarle qué se la había causado; durante sus entrevistas, era él quien realizaba las preguntas. Cuando ella intentaba indagar algo de su vida él sabía evadirse con astucia.

—¿Vive lejos tu amigo?

—No, llegaremos en unos cuantos minutos —contestó y encendió el motor.

Ella asintió y apoyó la cabeza en el asiento.

—¿Puedo encender la radio?

—Adelante.

—Tienes unas cuantas cintas aquí —comentó mientras revolvía el compartimiento en donde guardaba los casetes.

—Elige el que quieras —le respondió mientras se detenían en un semáforo.

Alice sacó un par y leyó las etiquetas. Era, sobre todo, música de los años ochenta. Sus ojos se posaron en una de las etiquetas y, cuando descubrió lo que decía, se le heló la sangre.







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