Ashton atravesó el pasillo de la comisaría de policía a toda prisa. Llevaba casi media hora de retraso y no estaba dispuesto aquella mañana de domingo a soportar las reprimendas de su compañera. Cuando llegó a la puerta de la oficina que compartía con Rachel se detuvo un instante. Se arregló el nudo de la corbata y se acomodó dos rizos que le caían sobre el rostro. Esperaba no ser demasiado obvio, pero le era difícil ocultar la dicha que sentía por dentro y que amenazaba con quedar expuesta en cualquier momento. Sobre todo delante de su compañera que a la hora de descubrir lo que pasaba en su interior era más eficiente que él mismo. El olfato detectivesco de Rachel Parker, sin lugar a duda, podía llegar a ser un arma de doble filo.
Entró por fin y la encontró sentada detrás de su escritorio leyendo unos papeles.
—Al fin, Rochester —dijo y levantó la vista para observarlo—. Parece que se te han pegado las sábanas.
Él desvió la mirada y caminó hasta su escritorio.
—¿Alguna novedad? —Se sentó y recostó la espalda en la silla—. ¿Ha llegado Jonathan Thomas?
Rachel cerró la carpeta que estaba leyendo y se levantó.
—No, no ha llegado todavía, pero tengo malas noticias —dijo preocupada.
A Ashton se le hizo un nudo en la garganta. ¿Acaso Phil ya sabía lo que estaba sucediendo y le iban a comunicar, de forma oficial, que lo retiraban del caso? Se removió inquieto en su silla; de repente, el nudo de la corbata comenzó a molestarle demasiado.
—¿Qué sucede? —hasta temía hacer aquella pregunta.
Rachel percibió su agitación.
—Las huellas de pisadas encontradas en la habitación de Tessa Hodgins y en el sótano de Alice no concuerdan con las de Jack Gordon.
Podría haber respirado aliviado, pero aquella definitivamente no era una buena noticia.
—No pareces demasiado sorprendido —comentó Rachel y frunció el ceño.
—No, es solo lo que me acabas de decir. Es cierto que encontramos el bisturí en su casa, pero no tenía sus huellas; tampoco las encontramos en la cabina telefónica y su coartada se la da su propia madre.
—Que puede estar mintiendo. Después de todo, su hijo es lo único que tiene —alegó Rachel y miró con atención a su compañero. Estaba extraño, demasiado nervioso tal vez.
Phil Conway entró en la oficina sin llamar.
—Muchachos, acaba de llegar el niño con su padre —les anunció y volvió a salir.
—¿Sucede algo? —Preguntó Rachel—. Te has puesto pálido cuando ha entrado el jefe.
—No es nada; no te preocupes. —Se levantó de un salto—. Vamos, no perdamos tiempo.
En la pequeña habitación contigua a la sala de interrogatorios Jonathan Thomas y su padre los esperaban acompañados por un oficial. El niño parecía tranquilo, pero su padre no lo estaba del todo.
—¿Está seguro de que el sujeto no puede vernos?
—Sí, señor Thomas. —Lo tranquilizó Ashton—. Él no podrá verlos; tampoco sabe de su presencia aquí.
Rachel observó al niño pelirrojo sentado en el regazo de su padre.
—Hola, Jonathan. Mi nombre es Rachel. —Extendió la mano.
El pequeño la miró y extendió su pequeña mano hacia ella.
—¿Eres policía?
—Así es.
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No Me Olvides
Teen FictionUna historia que se resume en dos palabras: misterio y amor.