Decidí aprender a hacerme yo la maleta para poder vivir.

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Entré dentro del gimnasio en busca de mi hermano.

El olor a sudor y humedad invadió mi nariz, mi vista se paseó por todo el recinto, pasando por cuerpos sudorosos y repletos de testosterona, máquinas de ejercicio, sacos de boxeo y música a todo volumen; y en último lugar, al fondo de todo ese amasijo de hierro y músculos, en el ring, pavoneándose como siempre, el imbécil de mi hermano.

Pete "Mad Dog" era mi hermano mayor,bastante popular por su destreza en las artes marciales mixtas, poca gente sabía lo sumamente imbécil que podía llegar a ser, esta vez, se había pasado siete pueblos, pues le había robado a mi padre dinero, el cual no nos sobraba y se había comprado esteroides. Al enterarme de eso, sin pensarlo dos veces decidí encararlo y pedirle el dinero de nuestro padre. Bajé las escaleras hasta que toqué el parqué, andé por la multitud de hombres, sin mirar a ninguno en concreto pero si me miraban todos, la verdad es que no me resultaba extraño, pues era la única mujer que estaba en ese habitáculo.

Me apoyé en el suelo elevado del ring y miré fijamente a mi hermano, como si quisiera que se diese cuenta del asco que le tenía, se percató de mi presencia y me echó una mirada asesina.

-Qué haces aquí María-Espetó-Lárgate a casa.

Suspiré sonoramente, tratando de manera fallida  calmar las ganas de partirle la cara, lo miré fijamente.

-Devuélveme el dinero de papá-Dije en un tono más autoritario de lo que esperaba, mi hermano se echó a reír, lo que provocó una enorme sensación de impotencia por mi parte.

-Vete a casa anda-Dijo con una mirada amenazadora, que auguró lo que iba a pasar cuando él llegase a casa.

-Dame el puto dinero-Dije echándole cara, mis piernas me pedían huir en el momento pero decidí quedarme ahí, total las consecuencias iban a ser las mismas.

Mi hermano se acercó a mi a paso rápido, saltó con una agilidad apabullante la cuerda del ring y se puso frente a mi, su estatura me intimidaba y su forma física aún más.

-Que te largues María, no te lo digo más veces-Dijo y me agarró por el brazo, con fuerza.

-Pues dame el dinero de papá-Dije elevando la voz, el miedo se coló en mi voz pero me daba igual, estaba harta de la situación.

Todo lo que pasó después de eso, lo recuerdo vagamente.

Sentí como su mano se estampaba en mi cara, de una manera concisa y violenta, me hizo girar la cara y provocó un hormigueo en esta.

-Dame el dinero gilipollas-Espeté a pesar del golpe, mi hermano soltó una risotada y volvió a levantar la mano, cerré los ojos esperando otra bofetada, mis piernas temblaban.

Nadie hacía nada, todos miraban pero nadie hacía nada, el gimnasio era el lugar dónde Pete conseguía a sus perros falderos. Me estaba muriendo de la vergüenza. El golpe no llegó, abrí los ojos y me encontré una prominente espalda frente a mi.

Un hombre estaba frente a mi, tapando por completo mi vista, parpadeé varias veces ante la impresión, moví la cabeza hacia un lado y me encontré a mi hermano, tirado en el suelo, con un río de sangre brotando de su destrozada nariz, me giré hacia el autor de la escena, me encontré con un muchacho jóven, de rasgos toscos. Tenía el pelo corto y sudoroso, el ceño fruncido, que no dejaba casi a la vista unos ojos azules y verdes.

Se giró hacia mi y me miró, tragué saliva.

-¿Estás bien?-Dijo ¿enfadado? su voz era grave y con un marcado acento inglés. Tardé varios segundos en responder.

VisceralWhere stories live. Discover now