1| La llegada de una chica problematica

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Un temblor sacudió el piso en el que estaba echada. Su dorso, que se hallaba cubierto por una fina sudadera de mangas cortas, dejaba traspasar el frío del piso metálico. Un aire fresco corría por el pozo que el ascensor seguía, pero aun así, unas cuantas gotas de sudor corrían por el rostro de la chica.

Con rapidez cerró los ojos y momento más tarde los abrió con cautela, acostumbrándose a la luz del ambiente. Su pecho se movía con rapidez en busca de el oxígeno que le faltaba, pero todo lo que encontró fue el aire polvoriento y viciado del lugar. En la boca cargaba un sabor extraño. Amargo. Que la llevó a hacer una eficiente mueca de desagrado.

Segundos más tarde, otro movimiento brusco acompañado del estruendoso sonido de viejas cadenas tirando de la jaula le dio a entender a la joven que se hallaba en algo similar a un elevador.

En las paredes había largas luces que ayudaban a iluminar el gran agujero, separadas por un rutinario espacio de unos cuantos metro, pero pasados estos, la oscuridad llegaba nuevamente. Y volvía, una y otra vez, haciendo del lugar algo verdaderamente aterrador.

Entre jadeos abrumados, se dio cuenta de cuan pesado su cuerpo se sentía, como si le hubieran dado una buena golpiza anteriormente. Y aunque no lo negaba, tenía algún que otro moratón en los brazos.

Con dificultad apoyó la palma de la mano sobre el metal, y se arrastró cerca de unos barriles oxidados que había en una de las esquinas. De reojo miró hacia el suelo del habitáculo y observó la elevada altura y rapidez con la que la que este se movía, dejando ver un pozo sin fondo.

Su estómago se revolvió, sumándose al mareo que la velocidad le hacía sentir, y rezó por no vomitar en ese mismo instante. Tenia la piel erizada producto del frío.

A un lado de los grandes barriles, junto a cajas repletas de equipamiento y bolsas de comida, se encontraba medio escondido un arco de tiro acompañado de su funda con todas las flechas dentro. Sin tener en claro como la ayudaría, lo tomó con rapidez y pasó sus dedos entre las saetas para contarlas. Dieciséis.

Con el gran arco metálico atorado en su diminuto torso, se sintió protegida por un momento, pero la desesperación volvió a ella enseguida. Sus dedos se tornaban en el arma con una fuerza descomunal para un cuerpo tan pequeño. Podía sentir la presión en sus nudillos.

La joven apoyó su espalda en la malla y encogió las piernas hacia su cuerpo hasta poder abrazarlas, mientras intentabs recordar cómo había llegado hasta aquella caja. Pero no podía. No recordaba nada de lo que pudo pasar antes de aquel momento. Nada. Sólo un vacío oscuro, que se llenaba de preguntas.

Recordaba como era la vida, si. Como todo se suponía que debía funcionar. Pero no consagraba recuerdos de ella; si tenía amigos, su edad, o quienes eran sus padres. No podía recordar a alguien conocido o memorizar una conversación.

Con las palmas de las manos sobre su frente bañada en sudor frío se repetía que debía tranquilizarse, pero le era imposible concentrarse en ello cuando su cuerpo temblaba del miedo.

Aixa. - susurró-. Me llamo Aixa.

Pero no era suficiente; necesitaba saberlo todo. ¿Cómo alguien podía perder todos sus recuerdos y comenzar desde cero?

Cuando su mente estuvo un poco más calmada, intentó aproximar cuanto tiempo llevaba en esa caja. Los minutos se habían extendido en horas, pero era imposible saberlo a cierta ciencia, dado que cada segundo allí adentro parecía una eternidad.

Pero era más lista que eso. Su percepción le decía que había estado en esa caja al menos media hora desde que comenzó a moverse.

"¿Cómo he llegado aquí?" Se preguntaba hasta al cansancio.

𝖠𝗂𝗑𝖺 -𝖳𝗁𝖾 𝖬𝖺𝗓𝖾 𝖱𝗎𝗇𝗇𝖾𝗋-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora