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Padre nuestro que estás en los cielos,
Santificada sea mi suerte,
Hágase tu voluntad en la tierra, como en mi estupida e insignificante vida.
Dame hoy la suficiente valentía para llevarme los sesos de un tiro,
Y perdona al humilde colchón que se llenase de sangre,
Como también yo perdono a las paredes que parecen juzgar.
No me hagas caer en la tentación de vender mi ilusión, alma, y pensar, por la aceptación de la sociedad,
Y líbrame del mal sexo.
Amén.

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