Capítulo 6: Mansión Ackerman

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La gran prestigiosa familia Ackerman, contaba con un rosedal al frente de su mansión. La mayoría de las flores que había eran adonis: amarillas, alegres y con un aire de pureza.

Cada flor era muy bien cuidada, y rodeaban la residencia, solo bastaba seguir el camino de piedras perfectamente acomodadas para no perderse entre toda esa flora silvestre.

Al entrar por la puerta principal podías percibir la dulce fragancia de vainilla que se impregnaba en el ambiente, provocándote quizás un poco de hambre.

Había dos escaleras en los extremos en la sala principal que conducían al segundo piso, los barandales que parecían bañados en oro, daban ese toque de grandeza de los Ackerman.

Y por si no fuera poco, el piso reluciente contaba con baldosas de un color cremoso, de las más costosas donde se podía ver, en el centro de todo, una gran flor dorada. De esas que le gustaban a la señora Ackerman.

Ya era medio día y como todos los días, una criada llevaba en sus manos lo que sería el almuerzo de la señora Ackerman y su hijo Levi, mientras tanto la señorita Mikasa se encontraba en las clases de piano, que tenía los lunes y viernes por la tarde.
Era una niña prodigio con el piano pero su talento no le era revelado a nadie, su madre no permitiría que su hija preferida vaya a otro país a competir, lejos de ella.

Con pasos lentos subió una de las escaleras que llegaba al segundo piso, tuvo cuidado de no chocar los barandales dorados que tanto le fascinaban, sino su ama se molestaría y mucho.

Ya llegando al piso indicado, los tacones se hundieron levemente en la alfombra rojiza. Este era un terreno peligroso, si llegara a caer una sola pizca de alguna comida sería despedida inmediatamente.
Paso por unas cuantas habitaciones vacías, luego por la sala para el té y terminando el pasillo, el gran comedor.

Entrando a éste podías divisar una mesa de madera antigua hecha para diez individuos, pero que solo estaba ocupada por dos personas.
Se encaminó rápidamente y dejo los platos enfrente de sus amos. Ambos se encontraban muy distanciados.

El comedor solo era iluminado por un candelabro que se balanceaba en el techo lentamente.
Sin alguna indicación fue a cerrar el balcón que estaba detrás de ellos.
Esperaba que así su ama no se alterara.

—Me retiro Señora Kuchel, con su permiso. —Inclinó la cabeza y se dispuso a ir hacia la cocina pero algo la detuvo.

—M-mi hija vuelve pronto ¿no? —preguntó nerviosa.

La sirvienta no hizo más que dar la vuelta y soltó un suspiro casi innotable y respondió.

—Si señora, la señorita Mikasa vuelve en un rato. —Mostró una sonrisa fingida— ¿Tomó las pastillas que le dio el doctor?

—No... son horribles, pero Eli los va a tomar por mi, ¿Cierto hija? —Dirigió su mirada a Levi que estaba al frente de ella.

—Si, madre —dijo agachando la cabeza y las dos trenzas que le había hecho su madre en la mañana cayeron por sobre sus hombros.

Nadie lo notó, pero Levi apretó tan fuerte el tenedor que se dobló en dos.

—Ya terminé de comer, madre —aún con la cabeza gacha Levi salió del comedor.

La sirvienta se sintió incómoda, y se apresuró a salir, dejando a la señora Ackerman sola.

—¡¿PORQUE ME DEJAN SOLA?! —dijo eufórica y sus gritos llegaron hasta el pasillo— ¿¡E-ELI PORQUE ME DEJAS!?

No soy Eli, mamá.

Ya estaban llegando las consecuencias de no tomar las pastillas. Y lo más conveniente en esas situaciones era dejarla tranquila y alejándose de ella si es posible.

La mayoría de las veces sus ataques paranoicos solo duraban unos cuantos minutos, pero si no tomaba las pastillas era un poco más peligroso, podía estar hasta dos horas delirando.

Y en ese tiempo nadie podía llevarle la contraria.

—¡¡TODOS EN ESTA MALDITA CASA MIENTEN!! —gritó con todo lo que su garganta se lo permitió— ¡¡MIENTEN, Mienten!! —Tomó algunos platos que estaban a su alcance y los arrojó al piso con fuerza pero no pudieron estallar por el piso alfombrado.

Por un momento su cuerpo perdió el equilibrio y cayó al igual que un ave herida, al piso. Trato de sostenerse de una silla inglesa, pero no le bastó y permaneció echada hasta que su hija, Mikasa apareció.

—¡¡Mamá!! —En cuanto la vio tiro todo lo que traía en mano y se dirigió a ella— ¡¿Estas bien?! —Sostuvo su cabeza unos segundos y lo acomodó entre sus piernas y se dio cuenta que su mamá se encontraba en un plácido sueño.

Llamó a algunos criados y la llevaron a su habitación.
Mikasa contempló a la persona a quien llamaba mamá. En esa posición se veía tranquila, inmune a los problemas y con un rostro que mentía, doblando su edad. O quizás era la enfermedad, quien sabe.

Pero...

¿Como podía ser posible que ese ser tan vulnerable llegara a causar tanto daño?

Además sin ser consciente de eso.

—Por favor, regresa —susurraba la señora Ackerman mientras dormía. Se puso a temblar un rato, pero después de un rato su cuerpo volvió a la normalidad.

Mikasa intentó no llorar.

Todo lo que estaba pasando le dolía, y mucho. Pero... ¿Que podía hacer?

Apenas tenía 15 años, llevaba una gran carga encima. Y tampoco nadie le podía ayudar a ella.

Se suponía que a esa edad se estaría divirtiendo, saliendo con amigos y todas esas cosas de adolescentes. ¿Pero porque no podía ?

Quería tener una vida normal, lo anhelaba.

Siempre pensaba en la posibilidad de que su madre se recuperará, de que le pediría perdón a Levi. Se reconciliarían, se abrazarían y tendría una familia unida, pero todo eso era un vil engaño, eso jamás pasaría.

Ahora por su cabeza rondaba la idea de escaparse de esa casa donde había vivido miles de traumas, estaba herida mentalmente. Amaba a su madre, si. Pero no dejaría que Levi siguiera sufriendo un infierno ahí.

Ya buscaría la forma de irse de fuga con él.

Un amor confuso『 ErenxLevi 』Donde viven las historias. Descúbrelo ahora