Empezaba a amanecer, cuando el habitual sisear de los coches, comenzó a poblar el aire de la calle 73. Hacía una espesa neblina grisácea que apenas dejaba ver más allá de un par de metros de los faros de los coches. La fría brisa mañanera abofeteaba y coloreaba de rojo las mejillas de las primeras personas que se aventuraban a salir de casa con dirección al trabajo. El tránsito a primera hora de la mañana se cuadruplicaba en aquella calle, como en la hora punta en que cruzas un puente y debes esperar más de cuarenta y cinco minutos si pretendes llegar sano al otro lado de este. A pesar de la niebla y la brisa, el aire carecía de humedad, lo que facilitaba los labios morados y las manos agrietadas. Como de costumbre, mientras amanecía, la luz del sol le tomaba el relevo a las farolas nocturnas; como el jefe de museo que llega a su establecimiento y se despide agradecido del turno oscuro de los guardias. No era invierno, era esa época en que únicamente sabes el día, el mes y el año en que te encuentras pero no sabes nunca qué clase de tiempo hará en la calle. Tal vez porque es muy caprichoso y le gusta jugar.
Los rayos de sol anaranjado empezaron a colarse sigilosamente en la habitación desde la ventana, y la iluminaron tenuemente.
La habitación pertenecía a un pequeño apartamento en el tercer bloque de un largo y estrecho edificio de color cal. Como aquella ventana habían probablemente unas cincuenta, que daban a habitaciones similares. Era un edificio sencillo, de esos que nadie sabe quién ni cuándo lo puso ahí. Ciertamente era un edificio tan normal que pasaba desapercibido, nadie lo notaba, simplemente estaba ahí y allí se alojaban personas comunes y corrientes.- ¡Sammuel!- el chico mencionado pegó un brinco de la cama. Tardó un rato en reaccionar y darse cuenta de que había estado dormido unos segundos antes- ¡Sammuel!- exclamaron de nuevo.
Se levantó sin ganas y, arrastrando sus pálidos pies, se vistió con la ropa usada del día anterior.
Cuando abrió la puerta de la habitación, un olor a quemado golpeó de lleno su nariz. Pestañeó varias veces, aún estaba atontado.
- ¡Sammuel!- gritaron una vez más.
Rascándose la cabeza avanzó lentamente por el pasillo principal del apartamento hasta llegar al salón; el olor cada vez era más fuerte. Percibió un leve humo grisáceo adornando la sala y luego giró sobre sí mismo en dirección a la cocina.
- ¿Pero qué...?- susurró extrañado en voz alta al ver a una mujer anciana blandiendo un paño mojado en el aire como si fuera una espada y el humo, proveniente del horno, un enemigo al que batir.
- ¡Oh, Sammuel, gracias al cielo!- exclamó la mujer, andando apresurada hacia él- Ayúdame, hijo- ordenó en cuanto le tuvo cogido de la muñeca y tiró de él hacia el interior de la cocina.
El chico empezó a toser repetidamente.
- Abuela, ¿qué pretendías hacer?- preguntó mientras abría las ventanas dejando que el frío aire ocupase el lugar del humo- Mamá te dijo que no te movieras, que siguieras haciendo ganchillo como siempre- repitió de carrerilla.
- Es tu cumple Sammuel- se excuso ella. El chico sonrió de lado.
- Abuela, estamos a diecinueve de Junio- anotó paciente, abriendo la puertecilla del horno de par en par para que este pudiera airearse también.
- ¿Qué quieres decir? Ya sé a qué día estamos, es tu cumple- insistió.
- No, no lo es. Aún quedan cuatro meses y doce días para eso- le corrigió el muchacho, con una sonrisa apacible.
La anciana se llevó las manos a la cabeza con gesto sorprendido.
- ¿Y cuántos años cumples?- se interesó, reacia a admitir que se había olvidado de la verdadera fecha.
- No es importante abuela. ¿Qué te parece si te pongo una película en blanco y negro y te acerco el ganchillo? Aún no has acabado mi gorro del invierno pasado- comentó él, poco dispuesto a luchar contra la fijación de su abuela.
Ella sonrió complacida y tomó asiento en el gran sillón azul que habían colocado para ella frente a la televisión. Sammuel le tendió el mando del vídeo y, a continuación, buscó los retales de ganchillo de aquella señora mayor que era su abuela. Cuando los encontró bajo las revistas del corazón de su madre, se los acercó a la mujer canosa que ocupaba el sillón y se limitó a desaparecer del salón.
Al llegar a su habitación, volvió a desnudarse quedando en ropa interior y se metió de nuevo en la cama. Era sábado; su madre había salido temprano a trabajar y había dejado como niñera a su pobre abuela, una mujer de setenta y ocho años para la que todos los fines de semana eran el cumpleaños de su nieto.
Decidió no pensar en nada poco antes de volver a quedarse dormido pero, no lo cumplió, había algo que rondaba aún su cabeza sin siquiera pensarlo: aquella clase de reencuentro en SubAntro, la discoteca a la que había ido la noche anterior.
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Sangre Mortal: La Profecía
FantasySammuel es un atractivo chico de diecisiete años al que le encanta salir de fiesta, las chicas y pasar tiempo con su mejor amigo Matt. Una noche, en la discoteca más concurrida de la ciudad, Sammuel se reencuentra tras mucho tiempo con una chica a l...