Sangre

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Entró con el corazón acelerado; caminó lentamente por el pasillo principal, concentrado en no hacer ni un solo ruido. Miró en todas las direcciones; el puñal se adaptó a su mano, el mango había dejado de estar frío hacía un tiempo... Avanzó entre las sombras del pasillo que se encontraba a su derecha. La primera puerta estaba semiabierta; curioso, coló la mano y asomó el rostro delicadamente por la apertura. "¡Bingo!" pensó extrañamente feliz. Abrió un poco más la puerta y se arrodillo en el suelo, avanzó gateando. Llegó al lado de su víctima; un chico de unos veinte años, de pelo castaño, mejillas sonrosadas y una esbozada sonrisa en los labios. Le miró apenado, suspiró y aceptó el destino de ambos: la muerte del chico y su asesinato.
Se acercó a su rostro: "Realmente lo siento", se disculpó mentalmente. Besó su suave mejilla izquierda y se arrodilló ante él. Elevó el puñal sobre su pecho, dudó un segundo, era incapaz. Acercó el cuchillo a su cuello, así mucho mejor, un corte limpio y ni se enteraría... Marcó la herida mortal con suavidad, como si de una caricia se tratase.
"...Tres, ...dos, ...uno"
Como si supiera lo que hacía, rápidamente hizo un ágil gesto contra su piel y, un minuto más tarde, él había dejado de respirar y Sam se encontraba salpicado con algo de su sangre... Cerró los ojos intentando borrarlo todo de su mente; algo que, de momento, le era imposible.
Salió de la casa con la mayor prisa silenciosa que pudo; el corazón le latía rápido cerca de la garganta, y el estómago se le hizo un nudo... Consiguió llegar frente a Jassmine sin ningún sentimiento de culpa.
- Muy bien, lo has hecho genial; estoy orgullosa de ti, mi amor- le elogió con entusiasmo; sintió que entonces se desbordaba, las lágrimas querían brotar de sus ojos como una cascada... pero respiró hondo, mantuvo la compostura y reprimió las ganas de llorar.
Caminó hasta el borde de la acera sin interesarse por lo que ellas iban a hacer con el cuerpo; se dejó caer y se sentó a pensar.

Salieron de la casa poco tiempo después; sus colmillos goteaban sangre, sus rostros eran más pálidos y sus labios más tentadores... Se sentaron en la acera, dos a cada lado de Sammuel y Jassmine frente a él con las piernas cruzadas. Le miró; su sonrisa era encantadora de una forma extraña y, su piel, brillaba plateada bajo la luz de la luna llena. Se pasó la lengua por los labios, provocativa.
- Ha sido perfecto, tendrías que haber estado para poder presenciar tal espectáculo- comentó rompiendo el silencio que mantenían. Sam apartó la vista de ella y la fijó en la otra acera- Siento que no hayas estado, sólo quería asegurarme de que no gritarías... Puedes quedarte en la siguiente si quieres, ¿vale, cariño?- añadió tranquilamente mientras acariciaba su mejilla derecha con reciente dulzura; apartó el rostro de su tacto con un movimiento brusco y, Jassmine, sonrió- Es hora de que vayamos a por el siguiente. Creo que no vive muy lejos de aquí; por el camino podemos charlar si eso te tranquiliza- dijo finalmente, levantándose del suelo y poniendo rumbo en dirección oeste. La siguieron.

- Sigue así, ya no quedan muchas más víctimas; lo estás haciendo bien- murmuró de nuevo, en la mente de Sammuel, esa voz que aún desconocía.
- ¿Quién eres?- susurró entre dientes; Jassmine se giró hacia él y se detuvo.
- ¿Con quién hablas?- le preguntó al oído; negó con la cabeza lentamente y, ella, sonrió- Aún eres mío, ¿recuerdas? Voy a repetirlo una última vez, ¿con quién hablas?- insistió tranquila.
- No lo sé, no reconozco su voz- confesó sincero. La chica rubia suspiró.
- Muy bien. Chicas, nuestro atractivo invitado es un mentiroso; solucionad eso, ahora- comentó algo desilusionada con Sammuel. El resto del grupo le miró; tres de ellas afilaron sus dientes, pero la chica del gorro negro no hizo nada, aún seguía escondida tras su rizo, oscuro como aquella noche.
- Conmigo, habla conmigo- reconoció apartándose el pelo de la cara con un movimiento suave de la cabeza y dejando que el gorro de su chaqueta cayera sobre sus hombros. Sammuel retuvo el aliento al ver a la chica.
- Me alegra saber que puedes hablar Venus, pensé que eras muda- dijo Jassmine, fingiendo preocupación.
- Ahora sabes que no lo soy- contestó algo molesta; ella sonrió y, apoyando su brazo en el hombro de Sam, se acercó hacia su cuerpo peligrosamente.
- Venus, no tienes porqué ponerte así;- susurró calmada, mientras seguía caminando en mitad de la noche- no me importa que hables con él, siempre y cuando, tengas en cuenta que, por tu culpa, podría morir un atractivo muchacho que será mío al final de la noche;- añadió haciendo hincapié en las últimas palabras- pero no queremos eso, ¿verdad?- preguntó con una expresión pícara en su mirada. Hizo suspirar a la chica, que metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y volvió a caminar mirando el suelo.
- Lo siento- se disculpó ella en su cabeza.
- ¿Qué haces aquí, Venus?- contestó en un pensamiento- ¿Qué tienes que ver tú en esto?- insistió en saber.
- Yo...- musitó sin saber qué responder.
- ¿Qué pasará cuando ésto acabe?- preguntó preocupado; la escuchó suspirar con tristeza.
- Realmente no lo sé; Jassmine se encarga personalmente de los chicos como tú- respondió.
- ¿Personalmente?, ¿de los chicos como yo?- repitió Sam, asustado. Jassmine se giró hacia él.
- Es aquí, cariño; supongo que no tengo que repetirte lo que tienes que hacer- le dijo sonriente. El rubio negó con un gesto de la cabeza- Muy bien, todo tuyo; estaré aquí esperándote- añadió de manera tierna. Sam asintió aparentemente tranquilo y caminó con decisión hacia la entrada.

La casa no era muy diferente a la anterior; dos plantas, un jardín cuidado, paredes impolutas y de absoluta blancura. Como antes, Marcy, la chica de las gafas rojas, había desconectado la alarma y pudo entrar sin dificultades.
Subió las escaleras hasta la segunda planta; caminó unos pasos hasta llegar junto a una puerta con carteles prohibiendo el paso. Entró en silencio; por un momento contuvo la respiración, un precioso bobtyle le estaba mirando fijamente...
- ¡Venus, no me dijísteis que tenía un perro!- pensó comunicándose con la chica que aún se encontraba fuera de la casa.
- Tranquilo; acércate a él como un amigo: acaríciale tras las orejas y espera a que confíe en ti, lo sabrás cuando se tumbe en el suelo boca arriba- contestó en su mente.
- Está bien- aceptó con el corazón hecho un tambor experto; gateó hasta el animal e hizo lo que Venus le había dicho. Cinco minutos después, el perro se tumbó boca arriba y, Sammuel, aprovechó para acercarse a su dueño. Le miró, era una pena que no pudiera huir y dejar de asesinar a gente. Su mano derecha acarició el pelo del chico dormido mientras que la izquierda se preparaba para proporcionar una cuchillada fatal en su garganta. Tragó saliva y cerró los ojos .
"...Tres, ...dos, ...uno"
Su muñeca hizo un hábil rotamiento y cortó en dos la tráquea del chico con esplendorosa facilidad. Regaló su último aliento a Sam y, él, comenzó a llorar desconsolado, sin poder evitarlo esta vez. El perro se acercó al cadáver y gimió tristemente esperando que volviera a la vida.
Lo cogió y se lo llevó al otro lado de la habitación en el preciso instante en que las cinco universitarias entraban tranquilamente y se abalanzaban hambrientas sobre el cuerpo sin vida. Siguió llorando abrazado al animal, soportando toda aquella visión nocturna y sedienta de muerte. Ocultó el rostro en el lomo peludo del perro, no quería que le vieran llorar. Sintió que alguien se acercaba, miró levemente a quien se arrodilló frente a él y miró su boca; tenía una sonrisa triste y los labios excesivamente rojos a causa de la sangre.
- ¿Por qué lo haces?- preguntó dejando que le secara las lágrimas; sus colmillos regresaron al tamaño normal.
- Necesito la sangre que no tengo- respondió con una sonrisa comprensiva. El rubio inspiró profundamente para tranquilizarse.
- ¿Y por qué no muerdes a la víctima y dejas que después siga con su vida normal?- insistió. Venus le acarició con dulzura.
- No sobreviviría a ésto- contestó en un susurro. El chico cerró los ojos intentando olvidar sus palabras.
- Pero...- intentó oponerse. Ella sonrió.
- No es fácil ser un vampiro, al menos, no tanto como parece- confesó acercándose más a él. La miró asustado.
- Abandona- murmuró.
- Necesito la sangre- se lamentó ella, tristemente.
- Te daré la mía, pero abandona... por favor- suplicó al borde de la desesperación.
- No puedo- insistió, quitándole de encima al perro. Sam comenzó a llorar de nuevo, en completo silencio; las lágrimas volvían a resbalar por sus mejillas. Venus se levantó del suelo y miró al resto de sus compañeras- No es una Estrella común- susurró acercándose a ellas.

Sangre Mortal: La ProfecíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora