Se había quedado dormido otra vez.
Despertó y a regaña dientes se trató de levantar, pero algo se lo impedía. Giró sobre si mismo y encontró a Mathew abrazándole por la espalda. Gruñó. Era la sexta vez en tres semanas que se lo encontraba así al despertar. No habían hablado en todo ese tiempo. Bueno, al menos, no él. Seguía muy enfadado, en sus planes tampoco estaba el perdonarle y, de todas formas, el chico moreno aún no le había pedido disculpas por lo que había hecho semanas atrás. Se habían distanciado y, tal y como había leído en el sexto tomo de Cultura Sanguinaria, el moreno se estaba debilitando al igual que el vínculo que mantenían. El chico tenía ojeras bajo sus bonitos ojos azules, los cuales también habían perdido el brillo y vagaban de acá para allá con nostalgia sin detenerse a mirar nada concreto; además había perdido el apetito y las ganas de todo. Ahora apenas hablaba a menos que fuera necesario y se pasaba el día escuchando música triste, caminando sin rumbo por su propia casa y, a la noche, esperaba a que Sam se durmiera para entrar a la habitación y abrazarle sin que él pudiera notarlo. A veces incluso lloraba durante horas hasta quedarse sin lágrimas suficientes para seguir a menos que pasaran unos días. Había días en los que las pesadillas le invadían el sueño y se despertaba asustado a las cinco de la mañana, era entonces cuando huía de su cuarto y volvía al sofá, fingiendo que no había estado en su cama con el rubio, extrañándole incluso al tenerle dormido en sus brazos. No quería admitir que había jodido todo, sabía que no sería suficiente en caso de reconocerlo. Le daba igual su aspecto deteriorado y taciturno. Sentía cómo el mundo se le derrumbaba a cada paso y sabía que su vínculo con el rubio desaparecía a cada segundo. Su salud se debilitaba, pero sus fuerzas y poderes protectores se estaban yendo a la mierda. Todo por haberle levantado la mano a su mejor amigo. Todo por haber sido un cobarde ante su madre. Todo por negar que estaba enamorado.
Como pudo, Sam, se deshizo del agarre del chico moreno y salió de la habitación, frotándose los ojos con los nudillos de sus blancas manos. Entró al cuarto de baño y se miró al espejo algo adormilado. A él también le estaba pasando factura el distanciamiento. Sus ojeras estaban menos marcadas que las de Mathew pero se notaban igual de bien. Su pálido rostro empezaba a tornarse gris y tenía los ojos enrojecidos. Los labios secos y le costaba respirar. Por no decir que hasta su propia ropa empezaba a quedarle grande y que su piel ya no era de tacto suave, si no áspero. Su rubio pelo había perdido su característico brillo dorado y parecía que se le estuviera cayendo a causa del estrés o algún tratamiento médico fuerte. Se llevó asustado una mano al rostro y la notó helada, era como si estuviera muriendo. Miró a su alrededor y entonces vio algo que desearía no haber visto, cuchillas de afeitar con sangre en ellas. Se acercó tratando de no hacer ruido y las tomó en su mano, apretándolas con fuerza, sabía de quién era esa sangre, demasiado tiempo juntos jugando, demasiadas veces curándole, demasiada obsesión en probarla... Salió del cuarto de baño en dirección a la habitación de Matt y le encontró aún dormido... O eso deseó.
Le agitó con fuerza, poniéndole boca arriba y le dio una torta en un intento desesperado de que despertara.
- Mmmm...- gimió tristemente. Sammuel suspiró aliviado- Dejarme dormir, no estoy bien- susurró molesto, colocándose de nuevo boca abajo y tapándose la cabeza con una almohada larga. Sam puso sus ojos en blanco y volvió a salir de la habitación. Sabía a la perfección lo que Matt había hecho pero supuso que solo pretendía calmarse, no morir. Entró al baño y sacó todas las cuchillas que encontró, luego, bajó a la primera planta y las tiró al fondo de la basura, asegurándose de que nadie pudiera verlas.Se tumbó en el sofá y puso la televisión en el canal de los dibujos animados. Estaban echando Tom & Jerry, sus dibujos favoritos. Sonrió levemente al recordar viejos tiempos.
- Buenos días- saludó la voz infantil de Crystal mientras bajaba las escaleras. Sam la miró y le dedicó una sonrisa dulce. La niña rubia se sentó en su regazo y se acurrucó contra su cuerpo- ¿Estás bien?- se interesó, sin quitar la vista de la televisión. El chico lo pensó un tiempo.
- ¿Se nota mucho?- preguntó algo preocupado. Ella negó con un gesto de su cabeza.
- No tanto como a mi hermano- comentó en un suspiró- Sólo parece que has tenido una mala noche pero él...- murmuró, bajando el tono de la voz hasta callarse.
- Lo sé, he vuelto a despertarme con él abrazado- musitó poniendo los ojos en blanco. La niña rubia le miró.
- ¿Se puede saber lo que hizo para esto?- cuestionó curiosa. Sam respiró profundamente.
- Le dijo algo a tu madre que me hizo mucho daño y, luego, cuando casi le había perdonado, me abofeteó la cara cuando discutíamos- resumió rápidamente.
- Sé que os queréis, lo sabemos todos- dijo con una sonrisa- Mi hermano es un idiota, no suele hablar de sus sentimientos y siempre es tan... serio- añadió poco después. Sammuel suspiró.
- No tengo ganas de hablar de él- susurró con tristeza.
- Está bien, cuando quieras aquí estoy- aceptó ella. Sam la abrazó, la quería tanto como si fuera su hermana. Crystal se levantó y subió las escaleras, entrando después al cuarto de su hermano mayor sin llamar a la puerta y sentándose a su lado.
- Matt- le llamó, agitándole hasta que despertó y se giró hacia ella- ¿Qué tal vas?- preguntó educada, aunque ya sabía el estado de su hermano.
- Creo que voy a morir- musitó el chico- Le echo tanto de menos...- se sinceró de pronto, sintiendo las lágrimas agruparse en sus ojos.
- Deberías hablar con él- aconsejo la niña, con una sonrisa calma en los labios. El moreno suspiró.
- El no quiere ni verme- dijo desganado.
- Si no quiere verte, escríbele una carta- solucionó ella rápidamente- Si quieres que vuelva vas a tener que luchar hasta conseguirlo. La jodiste: si, pero puedes intentar remediarlo- le animó- Además, es tu mejor amigo, a pesar de todas las circunstancias- comentó alegremente, intentando conseguir algo de su hermano. El chico sólo la miró y rompió a llorar de tristeza y rabia. Sentía que ya no era nada, le dolía el pecho y apenas notaba su corazón en él.
La chica bajo corriendo las escaleras y cogió a Sam de la mano, arrastrándole casi al cuarto de Mathew. Ante aquella escena, el rubio no sabía cómo reaccionar. Estaba en shock.
- Está llorando por ti, por que te echa de menos y no sabe cómo solucionar lo que hizo- le informó la rubia- Tal vez... Puedas dejar un ratito de lado el dolor y acercarte a calmarle- añadió, más pidiéndolo que opinando sobre la idea. Sam suspiró y lo pensó. Se acordó de cuando salió de aquella casa con el corazón roto, realmente aquel día solo quería un abrazo de Matt, sin explicaciones, solo una pequeña muestra de su cariño que consiguiera calmarle, aunque después de ello volviera a desaparecer.
"Hay veces en las que sólo aquel que ha roto tu corazón es capaz de recomponerlo"
Le dijo una voz en su interior. Y tenía razón por esta vez.
Sammuel avanzó hasta la cama y miró una última vez a Crystal, quién asintió dando a entender que hacía lo correcto y salió de allí cerrando la puerta a sus espaldas.
Se arrodilló en la cama y le miró, echo un ovillo abrazando la almohada. Sonrió levemente al pensar lo adorable que le parecía el moreno al estar así tumbado.
- Mathew- susurró, llevando su mano a un costado de él. El moreno no se movió- Matt- dijo una vez más, apoyando su mano en el hombro del mencionado. El chico dejó de ocultar su cabeza para mirarle sorprendido. Le sonrió de medio lado.
- ¿Qué... Qué ha... Haces aquí?- preguntó entre llantos. Sammuel pensó muy bien su respuesta.
- Estaba preocupado por ti- reconoció, sentándose algo más cerca de él- Siéntate, por favor- pidió en voz baja. El mayor obedeció, aún sin soltar la almohada a la que se mantenía abrazado. Sam se acercó a él algo más y le aparto los mechones rebeldes de su flequillo negro de los ojos con una suave caricia, que siguió hasta su mejilla tostada. Mathew cerró los ojos ante su tacto.
- Te... Te echaba de menos, Sammuel- admitió, secándose las lágrimas que surcaban su rostro con la camiseta.
- Y yo a ti- suspiró, sin deshacerse aún de la pequeña sonrisa que le curvaba los labios.
- Siento lo que hice, fui un capullo- murmuró Matt, bajando su mirada a las sábanas de la cama- En las dos ocasiones- añadió arrepentido, jugando nerviosamente con sus dedos.
- Solo quiero saber una cosa- dijo el rubio, quitando su mano de la mejilla del mayor. El moreno levantó atento su mirada, clavándola en los ojos verdes del menor- Cuando dijiste que me querías, ¿era mentira?- preguntó mirándole fijamente a los ojos.
Mathew suspiró, era la hora de la verdad.
Tenía un rebujo de sentimientos golpeando con fuerza su corazón. Un zoo anidaba en su estómago y su cabeza palpitaba a causa de los nervios. Debía ser sincero consigo mismo para poderlo ser con el chico rubio que tenía delante de él, mirándole expectante. Empezó a pensar en todo y en nada, recordando la vez que le dijo que le quería. Estaba horriblemente callado. Pensando. No sabía que le estaba pasando, era una respuesta tan sencilla... Si no era no, era sí y viceversa. ¿Por qué él lo hacía tan complicado? No quería confundirse, debía aceptar la realidad.
- No quiero esconderme más- dijo en voz baja- Yo... Lo siento mucho, Sam- se disculpó sin saber muy bien cómo decirlo- Yo... Te quiero, esa es la verdad- finalizó con la voz rota y ronca- Estoy enamorado de ti- añadió rompiendo a llorar de nuevo. Sam se sorprendió al verle llorar mientras confesaba. Levantó su mentón con delicadeza y observó por unos segundos cómo aquellas lágrimas sinceras perlaban el tostado rostro del moreno. Mathew sorbió intentando dejar de llorar como un niño de cinco años pero no era capaz, no sabía el qué le pasaba, por qué lloraba de esa estúpida manera, por qué sus sentimientos afloraban cerca de la piel y le hacían sentirse terriblemente contento mientras seguía llorando. Entonces, cuando menos lo esperaba, sintió aquellos suaves y dulces labios que tanto había extrañado contra los suyos. Las lágrimas cesaron de inmediato.
Sammuel se separó del moreno y volvió a mirarle a los ojos, con los suyos acuosos. Se sonrieron con cariño y, luego, se fundieron en un abrazo cargado de nostalgia.
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Sangre Mortal: La Profecía
FantasySammuel es un atractivo chico de diecisiete años al que le encanta salir de fiesta, las chicas y pasar tiempo con su mejor amigo Matt. Una noche, en la discoteca más concurrida de la ciudad, Sammuel se reencuentra tras mucho tiempo con una chica a l...