✐ T R E C E ✉

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Querida tú:

Si algo nunca nos faltó fueron las risas y las evoco con muchísima facilidad al pensar en nuestra primera vez compartiendo intimidad. Fue muy incómodo, seamos sinceras, no incómodo de no querer estar ahí sino incómodo por la torpeza que invade a las personas vírgenes en esa preciada primera vez.

Era vergonzoso pensar en que me vieras desnuda pero imaginé también que si tú tenías deseo de verme y de intentar como yo tenía, pues no había mucho de qué sentirme cohibida.

Me pregunté si a cualquier pareja enamorada le pasaba eso, la mezcla de "qué bochorno" y "¡hagámoslo porque me prendes!". Fue gracioso al comienzo porque las manos temblaban al pretender deslizar una prenda ajena. La piel se erizaba, las cosquillas externas hacían reír y las internas suspirar. Dejaban de existir los límites de pudor y explorarnos se volvió la única actividad dominante.

Sacar la timidez de las manos no fue cosa de dos segundos pues el cuerpo se tensaba a la vez que deseaba dejarse ir, con besos suaves nos decíamos "sí, tienes pase libre" y a la vez cada toque gritaba que era nuestra primera vez y que la torpeza estaba implícita.

Tomó un rato amoldarnos a un ritmo que nos llevara a ambas sin arrastrarnos. Fue raro, sí, pero en ningún momento fue difícil porque empecé a sentir que tenías un manual de instrucciones que mi subconsciente podía leer para saber exactamente dónde tocar para que reaccionaras como yo quería.

Cada caricia, risa, toque, suspiro y corrientazo de placer fue recíproco y por eso creo que fue más mágico. Recuerdo tener la mente embotada en un estado de éxtasis total pero al mismo tiempo pensar que iba a poder repetir esa sensación muchas veces de ahí en adelante.

Quería aprender y descubrir todo contigo. Nuestra primera incómoda pero maravillosa vez duró lo equivalente a trece canciones romanticonas que aún tengo en una playlist especial con tu nombre, cada una me lleva de nuevo a reproducirte en mi mente.

Esa noche sigue estando en mi memoria como la número uno de mis noches favoritas de la vida. En el resto de esa lista estás también tú.

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Nuestra mayor aliada siempre fue mi mamá. Deseé muchas veces que la tuya fuera como la mía, así de comprensiva y amorosa, que supiera que tu vida era tuya y no de ella, pero como los deseos no se vuelven realidad, no nos quedaba de otra que solo aceptar que era mi madre la que estaba de nuestro lado.

Yo solía darle monólogos sobre lo mucho que te amaba y ella me miraba con ternura, con una sonrisa orgullosa pero a la vez me decía que era muy joven para enamorarme en la magnitud que describía. Pero, ¿quién dice en qué edad es justo y cierto el enamorarse?

Solo el que nunca ha amado con locura puede poner límites al amor.

Tenía más de diecisiete años de vida, una década de saber que los niños no me atraían, sesenta y ocho semanas de conocerte, catorce meses junto a ti como mi novia, casi seis meses desde nuestro primer «te amo» y ¡Por Dios! Que ya te amaba con locura.

Nadie me lo puede cuestionar porque así lo sentía; no exageraba, de verdad lo sentía quemándome por dentro sin que fuera doloroso.

No me importaba ser joven. Yo deseaba tu amor por siempre, ¿Y lo mejor? ¡Me correspondías! No iba a cuestionar el pulso alocado de mi corazón al verte solo porque otros decían era muy joven para darlo todo por una persona.

Cada día contigo era como una fecha especial, todo era tan bonito como en un aniversario, las palabras dichas y las caricias hechas las dábamos como si celebrásemos un eterno San Valentín.

En el secreto de nuestro amor estaba todo lo que hacía falta para ser eternamente felices; nada parecía faltar aparte de los meses venideros y los besos pendientes.

Aún con todo, admito que siempre tuve ese bichito en el interior que me decía que en algún momento la vida nos quitaría todo, que tanta perfección no podía ser gratis. Lo que jamás se me cruzó por los divagues pesimistas fue que el peso de ese castigo por ser felices caería sobre ti y no sobre mí.

Eras dulce y una romántica empedernida, y eso fue lo que nos jugó en contra. Tenías un diario secreto donde en los últimos veinte capítulos, lo equivalente a más de un año, era yo la protagonista. Eran los besos, las palabras, los descubrimientos y anhelos del alma encerrada que quería ser libre de amarme y gritarlo. Se me derritió al corazón cuando me dijiste que escribías sobre mí, me sonrojé de solo pensar cómo me veía yo desde tus ojos y aunque nunca me dejaste leer nada de lo consignado, me enamoré más de ti si era posible.

Infortunadamente el diario llegó a manos equivocadas y tu madre no lo tomó como un acto de ternura y amor verdadero.

Esa fue la falla. El error de nuestro destino.

 El error de nuestro destino

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Sarang •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora