✐ C U A T R O ✉

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Querida tú:

Admito que a esa edad tenía tendencia a ser negativa y eso fue un motivo más para no hablarte enseguida, en mi mente se presentaron varios escenarios, en el mejor de todos iba a hablarte e iba a descubrir que no eras tan genial como bonita así que no me ibas a gustar más y entablaría una amistad normal contigo.

En el peor de los casos, iba a descubrir que eras una maravilla de persona y me iba a enamorar profundamente e iba a ahogarme en mi propio de miedo de decirte o ser obvia con eso de que me gustabas.

Siempre he escuchado eso de que uno tiene un radar invisible que dice si otra persona estaría o no interesada en ti, pero a mí no me funcionaba o no me lo dieron cuando los repartieron en la creación, por eso no podía apostar por si ibas a tomar bien, mal o indiferente el que yo, una chica, gustara de ti.

Para ser justa, creo que todos siempre tenemos ese miedo de no ser correspondidos, de dejarnos con el corazón abierto y vulnerable para que otro lo mire y decida si cuidarlo o dejarlo a la deriva, y por esas épocas ese era mi temor.

Las clases solo eran los fines de semana, así que solo podía verte los sábados y a veces los domingos, pero te juro que pensaba en ti el resto de los días al menos una vez por cada doce horas y sonreía, contando los minutos para volver a verte.

Pasaron dos sábados sin que pudiera hablarte y fue terrible porque no dejaste de gustarme de vista como esperaba, al contrario, cada vez que entrabas por la puerta, te veía más linda que antes. No me juzgues por mi cobardía, ¡no me atrevía a hablarte!

El maestro nunca tuvo interés alguno en saber nuestros nombres por lo que ni siquiera había escuchado el tuyo desde lejos y ya que no eras muy habladora, nadie te lo preguntó tampoco.

¿Te imaginas donde me hubiera acercado y te hubiera dicho "Hola, extraña, me pareces hermosa"? Cabía la posibilidad de que no entendieras lo mucho que me gustabas, o peor, que lo entendieras y fueras de las que considera que ser lesbiana es una maldición, así que te ibas a ofender. No, habría sido terrible, te habrías espantado con mi imprudencia y no te volvería a ver en las clases.

Decidí esperar, bien a escuchar tu nombre por azar de la vida o bien a agarrar valor y acercarme a preguntarte la hora y luego sacarte más conversación.

Parecías una muñeca, no de las que son para jugar, sino de las que son para admirar, tan delicada y a la vez tan hábil con la guitarra. En las sombras de tu timidez destacabas, yo te veía e ibas un paso más adelante que todos nosotros. Si el maestro no estuviera tan ocupado con los dos que ya sabían tocar guitarra desde antes, habría notado lo buena que eras.

Algo irónico: pese a que era negativa, la suerte me sonreía y ese día, el tercer sábado, la suerte tuvo tu rostro, y la fortuna tu iniciativa de acercarte.

¡Tú me hablaste a mí!

¡Tú me hablaste a mí!

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Sarang •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora