✐ N U E V E ✉

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Querida tú:

Hay momentos que aceleran el corazón de una manera increíble, que sentimos que de latir tan rápido va a subir por la garganta y saldrá corriendo; usualmente pasa por amor, por miedo o por ambas. Para mí una de las más aterradoras fue cuando tu mamá casi nos descubre besándonos.

Yo sé que mirándolo en retrospectiva fue mi culpa ser imprudentes pero te juro que nunca fue intencional; jamás hubiera hecho algo para presionarte o perjudicarte.

Había ido a tu casa para practicar un dúo para la clase de guitarra; no iba nerviosa, ya se me había hecho rutina verte, y pasar tiempo contigo a la vez que me alborotaba los sentimientos a ratos, también me traía paz la mayoría del tiempo. Traías una linda falda amarilla del mismo tono del adorno que tenías en el cabello oscuro; cuando te vi tuve que desviar la mirada para no hacerte sentir incómoda.

Eras tan buena con la guitarra que me embelesaba viéndote, deslizabas los dedos por las cuerdas y acariciabas las notas, incluso, en tus partes favoritas, cerrabas los ojos como si quisieras absorber ese sonido solo con tu oído, sin interrupciones ni distracciones.

Cuando fue mi turno de tocar me quedé en blanco por estar escuchándote. Esperaste unos segundos pero al no oír nada, volteaste a mirar con una ceja enarcada, un gesto precioso y dulce que me hizo sonreír. Te inclinaste un poco y un mechón cayó sobre tu ojo derecho, no pude evitar estirar la mano y acariciarlo. Tu rostro se calentó de inmediato y el rojo atacó tus mejillas pero ni te reíste ni te alejaste ni dejaste de mirarme.

Viéndolo por otro lado, la imprudencia también fue tu culpa por mirarme así, con esa devoción, con ese cariño, con ese gesto que acompañado de una sonrisa ladeada representan una petición. Moviste la guitarra de tu regazo y miraste mis labios, no vamos a asumir que eso no fue una invitación. Moví también mi guitarra y me senté un poco más cerca a ti en tu sofá de un verde feísimo.

Creo que es el tiempo que más pasamos sin decir nada y sin que fuera incómodo, era más un silencio expectante rodeado de una ansiosa timidez de parte de ambas. Bajé la vista a tus labios y no me pude resistir; cada centímetro que acortaba el espacio era un latido perdido en mi corazón; te tomé una mano y con la otra toqué tu hombro. Me acerqué lentamente sin dejar de mirar tus ojos hasta que una sonrisa se dibujó en tu boca y cuando mi nariz estaba a medio milímetro de la tuya cerré los ojos; la mano que te sostenía, la entrelacé con la mía.

Hubo un roce muy suave y precavido, un ligero contacto como el del viento cuando está en contra pero justo cuando iba a dar el impulso necesario, escuchamos las llaves entrando en la cerradura de la puerta.

Te sobresaltaste tanto que llegaste en 0,2 segundos al otro extremo del sofá y tomaste torpemente la guitarra de nuevo. En tus ojos había terror y vergüenza a partes iguales, en los míos había lo mismo sumando la frustración y a la decepción de no haberte besado.

Tu madre entró y nos saludó amigablemente; le sonreí y ella me correspondió, yo le agradaba, eso lo sabía por su manera gentil y maternal de tratarme, siempre considerada y de voz dulzona. Por supuesto que ese cariño era para mí como amiga y lo recalcaba —sin intención— con frecuencia con sus frases de "me alegra que tengas una nueva amiga, Gaby".

No me molestaba que me llamara tu amiga porque eso era, lo que me molestaba era la imposibilidad en mi mente de que me viera de otra manera en un futuro. Deseé poder actuar como una pretendiente normal, que pudieras decirle a tu madre que cuando estabas conmigo era casi como una cita y que le contaras sin miedo si algún día llegábamos a ser algo más que amigas.

Deseé que pudieras tener con tu mamá una relación como la que yo tenía con la mía, porque Gaby, yo creo que de tanto que le hablé a mi madre de ti, ella también se enamoró de tu dulzura.

Y es que, ¿quién no lo haría? Si no se enamoraban de tu manera de ser, se enamorarían de mi manera de hablar de ti.

Ocasionalmente me culpaba por haberme fijado en ti con todo y tu familia que jamás nos aceptarían pero cuando te tenía cerca estaba segura de que cada cosa valía la pena aún si venía teñida de temor e incertidumbre.

Todo, Gaby, absolutamente todo valió la pena. 

 

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Sarang •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora