Clases y encuentros

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Al día siguiente, un sábado, Albus se levantó pronto, abrió su baúl y rebuscó en él hasta que encontró ropa y zapatos. Lo cogió todo y se dirigió hacia los baños de la habitación. En estos había tres retretes y tres duchas. Cuando salió del baño, ya estaba duchado y vestido. Tres de sus compañeros ya habían salido de la habitación, y Charlie se estaba vistiendo. Albus decidió entablar conversación con Charlie, ya que la noche anterior no había sido muy simpático con él.

—Buenos días, Charlie —saludó. Él le contestó con lo mismo—. ¿Has podido dormir bien?

—Sí, la verdad es que esta cama es muy cómoda, y es verdad lo que dijo la prefecta: el agua golpeando las ventanas me relajó.

—Bueno, supongo que después de estar todo el día en el tren, no necesitábamos que nos relajasen... Creo que estábamos todos muy cansados.

Charlie rio.

—Sí, también es verdad.

—¿Te apetece que subamos al Gran Comedor a desayunar?

—Hum... La verdad es que no tengo mucha hambre. Creo que cené demasiado ayer.

—Ah, vale, pues... Yo sí que voy a subir.

—Vale. ¿Nos... vemos más tarde?

—Eh, sí, vale.

Albus salió de la habitación, recorrió el pasillo y llegó a la sala común. Allí, se encontró con una escena que no hubiese imaginado jamás que vería en la sala común de Slytherin: había varios grupos de personas, niños y mayores, chicos y chicas, hablando sobre quidditch, sobre las clases o sobre Hogwarts, todos con una sonrisa en el rostro. Albus siempre había pensado que los Slytherins eran sosos, orgullosos, y que formaban grupos pequeños de amigos, y muy concretos. Pero ese panorama le reconfortó. Los Slytherins no eran personas raras o marginados, eran tan normales como cualquiera.

Albus suspiró, contento por primera vez desde que le habían seleccionado para Slytherin, y se le ocurrió que quizás no estaría tan mal allí como él pensaba. La noche anterior había estado pensando mucho en lo que el Sombrero y la chica le habían dicho, y añadir ese panorama a todo lo que tenía en la cabeza le ayudó. Sí, podía llegar a sentirse cómodo como un Slytherin. Salió corriendo de la sala común, deseando contárselo a Rose.

Ya estaba llegando a la gran puerta doble de roble del Gran Comedor, cuando oyó que lo llamaban desde la cima de las escaleras. Se giró y vio a Rose y Elizabeth saludarlo. Él sonrió, y les saludó también con la mano en el aire. Elizabeth inició la marcha corriendo escaleras abajo, y Rose la siguió.

—¡Albus! ¿Qué tal estás? ¿Cómo es la sala común de tu casa? ¡La nuestra está en una torre! —Elizabeth tenía los ojos muy abiertos, lo que daba un poco de miedo, porque ella ya los tenía grandes de por sí.

Se la veía muy entusiasmada, al contrario que Rose. También parecía emocionada, pero no lo mostraba. Parecía preocupada por algo.

—Felicidades a las dos por quedar en Gryffindor —dijo Albus, para que Rose se diese cuenta que ya no le daba tanta importancia como el día anterior—. Bueno, no sé si a ti debería felicitarte, Elizabeth... Querías quedar en Hufflepuff, ¿no?

—Ah, bueno, eso. Sí, quería, pero tampoco estoy decepcionada por haber quedado en Gryffindor. Me gusta.

—A mí también me gusta haber quedado en Slytherin —la frase le sonó rara, pero se obligó a aceptarla. Era la primera vez que lo decía en voz alta después de todo lo que había pasado el día anterior.

Albus miró a Rose con una sonrisa, y ella le devolvió la sonrisa, como si le hubiese quitado un peso de encima. Supuso que su prima estaba preocupada por él.

Albus Potter y el legado de MorganaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora