Gryffindor contra Slytherin

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Decidieron que lo mejor era dejar unos días de margen antes de volver a la cámara para que Luned no se agobiase. Aun así, hubiesen querido que James se pasase por allí para explicarse su plan a Luned, pero el primer partido de quidditch de la temporada se acercaba y James tenía entrenamiento cada día. El partido sería Gryffindor contra Slytherin y se efectuaría el primer sábado de noviembre, mes que vino cargado de frío.

El lago se congeló y la nieve cubrió las montañas cercanas. La hierba amanecía cada día cubierta de escarcha y Hagrid sacó el abrigo de piel de su armario. Albus y sus amigos descubrieron una nueva actividad: patinar sobre el lago helado, y aunque dicha actividad era divertida y había cubierto sus momentos libres, no dejaban de darle vueltas al asunto de las notas anónimas que había recibido Albus sobre las actividades ilícitas de James.

—Es muy raro —dijo Lizzie el viernes mientras hacían deberes en la biblioteca—. Ahora sí quiero saber quién escribió esas notas.

—Quizás envía más —susurró Rose—. No sabemos sus intenciones, puede que no haya cumplido su objetivo aún.

—Puede que penséis que soy demasiado malpensado, pero creo que los Sekinci tienen algo que ver en esto —dijo Scorpius, y miró algunas mesas más allá, donde estaba el mediano de los Sekinci leyendo un libro.

Lizzie rio en voz baja y Rose sonrió. Scorpius las miró sin comprender, y buscó explicación en Albus.

—Eres el tipo menos malpensado que he conocido nunca, Scor —rio Albus.

—Pienso igual que tú —dijo Rose en voz baja cuando se pasó el momento de las risitas—. Sekinci debe tener algo que ver. Es un Slytherin, así que pudo haberte dejado la nota en la habitación.

—Pero no es lo suficientemente listo para amenazar a Al —se burló Lizzie—. Yo creo que debe ser alguien mayor que nosotros. ¿No creéis que tiene más sentido?

—Sí que lo tiene —admitió Albus, y echó una mirada al mediano de los Sekinci.

—Sekinci tiene dos hermanos mayores —recordó Scorpius—. ¿Podría haber sido alguno de ellos? —e hizo un movimiento con la cabeza hacia la dirección donde estaba sentado Vergilius Sekinci.

—De poder ser, pudo haber sido cualquiera... —dijo resignada Rose, y todos le acompañaron en el resoplo.

—Eh, Al —Richard se acercó a Albus, le puso una mano en el hombro y se agachó para hablarle cerca de la oreja—. Te están buscando.

—¿A mí? —Albus hizo una mueca de extrañeza—. ¿Quién? ¿Por qué?

—No lo sé. Es una chica de pelo claro.

Albus juntó aún más las cejas, pues no tenía ni idea de quién podía ser. Richard le dijo que estaba en la puerta de la biblioteca esperándole.

—¿Vamos contigo? —le propuso Rose.

—No. Ahora vuelvo.

Albus se levantó cauteloso de su silla y fue solo hacia la puerta de la biblioteca. Cuando asomó la cabeza, vio a una chica de cabello rubio ceniza de espaldas a él y delante de ella estaba la hermana mayor de los Sekinci hablando con Cato, el chico que ayudó a Luned en la Cámara de los Secretos. Hablaban en susurros y parecían enfadados. La puerta crujió cuando Albus quiso abrirla un poco más para escuchar la discusión, y Cato y Aelia se interrumpieron y miraron a la puerta, detrás de la cual vieron a Albus. Ambos se callaron, se miraron y se fueron en direcciones contrarias.

Albus abrió la puerta por completo para salir corriendo a seguirlos, pero ya no tenía sentido. Resopló.

—¡Albus!

Albus Potter y el legado de MorganaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora