El autor de las notas

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Ni siquiera esperó a después del desayuno, y tampoco tenía hambre como para comer algo. Fue directamente a la mesa de Gryffindor después de localizar a su hermano y a Rose y, cuando llegó a su lado, puso una mano en el hombro de su hermano.

—¡James, James! ¡Rose! ¡He descubierto algo! ¡Venid conmigo! —dijo, y tiró del brazo de James.

Pero James no se movió. Era más grande que Albus, siempre lo había sido, así que no le fue difícil sentarle a su lado en el banco, para disgusto de Albus.

—¡Es en serio!

—Calla y come. Lo que sea puede esperar —le dijo James, y le metió una rosquilla en la boca.

Albus la puso en el plato y escupió lo que le había entrado en la boca.

—No tengo hambre. De verdad, es importante.

—¿Pero qué pasa? —le preguntó Rose, muy sorprendida de la actitud de Albus.

—¡No puedo contarlo aquí! —susurró él.

—Puede esperar hasta después del desayuno —insistió James, y siguió comiendo como si no pasase nada.

—¡James! —le regañó Albus.

—«Fabef» que «mo» me «convenferaf» —dijo con la boca llena.

—Qué asco —murmuró Rose.

Albus tuvo que esperar a que su hermano y su prima acabasen de desayunar para llevarlos fuera, donde nadie les escuchase.

La noche anterior había nevado mucho, y hacía bastante frío. Se hundían en la nieve con cada paso y se les hacía difícil avanzar, pero Albus no quería hablar a menos que estuviesen lejos del castillo, así que con la nieve crujiendo bajo sus pies, se alejaron bastante.

—Creo que sé quién me escribía las notas —dijo Albus mientras agitaba el sobre en alto, y le salió vaho de la boca.

—¿En serio? —preguntó Rose.

—Sí. Era Cato.

—¡¿Cato?! —exclamó incrédulo James—. No. No puede ser.

—¡Que sí, que sí! Oíd: ayer, cuando fuimos a ver a Luned, me fijé en las tarjetas de Navidad que le había dado Cato, y reconocí la letra. Es la misma de estas cartas —volvió a agitar la nota en el aire.

—Si las escribió él, ¿cómo llegaron a tu habitación? —preguntó James, aún reticente a creer a su hermano.

—Aelia Sekinci. Rebecca vio a Cato y a Aelia discutiendo un día cerca de la biblioteca. Estoy seguro que hablaban de las notas. Cato pedía a Aelia que me dejase las notas en mi cuarto. ¿Y os acordáis de lo enfadado que estaba el día que tú nos llevaste a conocerla, James? —los dos asintieron—. Si las notas hubiesen sido para evitar que James saliese herido, no se hubiera enfadado ese día. Así que creo que tenías razón desde el principio, Rose —Rose, sin darse cuenta, se irguió de orgullo—. Cato quería que entrásemos en la cámara sin previo aviso y que provocáramos a Luned.

—Es una teoría tonta —dijo James—. ¿Por qué Cato iba a querer eso? No tiene sentido.

—Yo creo que sí que tiene sentido —dijo poco a poco Rose, y James le miró incrédulo—. Nosotros estamos avanzando mucho con ella, y sólo la conocemos desde hace... ¿Uno o dos meses? Cato lleva con ella años, y no consiguió que volviese a la normalidad. Nosotros, con los años que tuvo él, hubiéramos conseguido como mínimo que saliese de la cámara.

James estaba perplejo. Miró a su hermano y a su prima a los ojos, sin querer asimilar que lo que decían tenía sentido. Incapaz de decidirse, se fue y les dejó solos.

Albus Potter y el legado de MorganaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora