El castigo más largo de sus vidas

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—¡Lizzie! —gritaron Albus, Rose y Scorpius cuando su amiga se introdujo en la bola de luces.

—¡Lizzie, vuelve!

—¿Qué haces?

—¡Tenemos que pararla! —exclamó Rose.

—¿Pero cómo? —gritó Albus—. ¡Lizzie! ¡Lizzie! ¡Rose! —gritó lo último cuando su prima emprendió una carrera hacia la bola, pero esta la rechazó.

La envió volando hacia atrás y cayó encima de Scorpius. Ambos aterrizaron en el suelo, Rose con el labio partido.

—¡Rose! ¿Estás bien? —Albus se acercó a su prima mientras esta y Scorpius se ayudaban mutuamente a levantarse.

Rose se llevó una mano al labio, que sangraba, y después se miró la mano.

—¿Por qué no he podido pasar? —preguntó Rose, sin comprender.

—No lo sé, no lo entiendo —confesó Albus, y miró hacia la bola—. ¿Cómo ha podido entrar Lizzie?

Todos quedaron en silencio un momento, y se quedaron pensativos, con las miradas perdidas.

—Seguro que no lo ha hecho entrando como una loca, como Rose —opinó Jayden.

Rose le dedicó una mueca burlona, pero a Scorpius pareció iluminársele una bombilla.

—Claro. Es eso —dijo, y miró a Albus—. Lizzie le ha hablado a Luned. Estoy seguro que le ha hecho llegar su voz relajada y por eso la ha dejado pasar.

—¡Genial! —exclamó Sabrina, y miró a Albus—. Háblale —y le acercó a la bola de hechizos.

—¡No, no! —se adelantó Scorpius para detener a Albus—. Ahora tiene que estar concentrada en Lizzie. Si le habla alguien más, podría descontrolarse más y echar a Lizzie, o hacerle daño ahí dentro. Lo mejor que podemos hacer ahora es esperar a que Lizzie la tranquilice.

Todos se miraron entre ellos. Scorpius tenía razón. Si alguien más intentaba llamar la atención de Luned, se pondría nerviosa. Detrás de ellos, los hermanos Sekinci seguían discutiendo, pero el grito de Vergilius les llamó la atención, y desviaron la mirada de la bola de Luned hacia los Sekinci.

—¡Protego! —gritaron dos voces como respuesta al hechizo de ataque de Vergilius.

Una de esas voces había sido la de Aelia, y la otra...

—¡James! —reconoció Albus cuando su hermano se colocó al lado de Aelia.

—¡Estúpido entrometido! —le gritó Vergilius cuando le reconoció.

James y Vergilius se enzarzaron en una batalla mágica en la que Aelia intentaba intervenir, pero Vergilius se movía rápido. No podía petrificarle, sus hechizos fallaban, y James tampoco conseguía vencerle en el duelo. Vergilius era mejor que él.

Alguien del grupo de Albus se adelantó y lanzó un hechizo a Vergilius que logró entretenerle.

—¡Petrificus totalus!

El hechizo de James le dio a Vergilius de pleno mientras este se disponía a responder a Rebecca con otro hechizo. Vergilius cayó al suelo de espaldas, con los brazos pegados al cuerpo y las piernas pegadas entre ellas. Nadie movió un músculo durante unos segundos, hasta que James utilizó un hechizo para aumentar su voz y poder llegar a toda la cámara.

—¡Quiero que me escuchéis muy bien todos los que estáis aquí! Habéis venido aquí para proteger a vuestros seres queridos. Habéis pensado que Luned era el peligro, ¿pero no os dais cuenta de lo que habéis hecho? ¿Dónde están vuestros seres queridos ahora? ¡Están aquí! ¡Heridos, asustados, vulnerables! ¿Y ha sido Luned la causante de esto? ¡NO! ¡Habéis sido vosotros, estúpidos gilipollas! —era la primera vez que Albus veía a James tan afectado y enfadado y, extrañamente, le llegó al alma—. Os pido que os larguéis de aquí. Llevaos a vuestros hermanos y vuestros amigos fuera de aquí y protegedles sólo de lo que sabéis que es peligroso, y no os dejéis llevar más por las tonterías que dice un idiota.

Albus Potter y el legado de MorganaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora