Capítulo 2

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—Bueno señorita Morgade, ¿sabe por qué está aquí?
—Nop.
—Bien —suspira— está aqui por su comportamiento.
—Soy así y no puede cambiar mi forma de ser.
—Es cierto , no puedo cambiarlo, pero si puedo pedirle que lo intente controlar delante de mí.
—¿De verdad crees que te haré caso?
—Viendo como eres, no. Pero debo intentarlo.

Nos quedamos unos segundos en silencio, mirándonos fijamente. Me permito observa mejor sus facciones y río.

—Martina tiene razón.
—¿Qué? —pregunta confuso.
—Eres guapo, pero tampoco un modelo.
—Señorita... —se sonroja.
—¿Qué pasa?
—Controle sus palabras, no debe decir esas cosas a un profesor —dice con nervios.
—Que no haga no se qué, que no haga no sé cuanto... ¿Qué más me vas a decir que no haga? Suéltalo ya.

Él se echa hacia atrás y me mira, suspira.

—No hay remedio con usted.
—Eso dicen todos los profesores.
—Les entiendo, ¿me va a dar la tabarra todo el curso?
—Eso parece —sonrío victoriosa.

Él sonríe, me parece lindo...¡¿Qué digo?! A ver Ana, controla tu lado hormonal.

—Quiero conocerle más, señorita Morgade.
—¿Puedes llamarme Ana?
—Está bien. Bueno, Ana, cuéntame algo de ti.
—Bueno...me gusta mucho irme de fiesta, soy de liarla aquí en el instituto por puro aburrimiento y tengo 3 hermanos.
—Fiestera...ya entiendo tu comportamiento —dice mirando hacia abajo— así que tienes 3 hermanos.
—Si, dos de ellos en la universidad y una está aquí.
—Curioso. ¿En qué curso está tu hermana? Igual la conozco.
—¿Y tú? Cuéntame algo de ti —desvío el tema, no me gusta hablar de mí.
—Pues —parece que lo ha pillado— me gusta también irme de fiesta pero no excesivamente, soy una persona más bien tranquila, dos copas como máximo y tengo una hermana y un hermano
—Una hermanay un hermano...interesante.
—¿Cuál es tu edad exacta? Pareces mayor.
—No soy una abuela —levanto la ceja— y tengo 18, ¿tú?
—23.
—Guau, eres joven. La mayoría de profesores son viejos y amargados.
—Me alegro de no ser uno de ellos.
—Pues sí...¿tienes novia?
—¿Por qué preguntas eso? No es de tu incumbencia.
—Eso es que no.

Me río y luego suspiro. Saco la bolsa de papel y empiezo a sacar la comida.

—En los castigos no se comen, señorita.
—¿De verdad? Eso no es lo que dicen otros profes, preguntales y diles que se lo preguntas de mi parte.
—Ya veo —suspira— dicen que si no puedes con tu enemigo que te unas a él, así que comeré yo también.

Coge su maletín, lo abre y una bolsa de papel. Saca de ella un bocata junto a un refresco. Quita el envoltorio de este y me fijo mejor, abro más los ojos con sorpresa.

—Un momento profe, yo traje el mismo bocadillo.
—¿Enserio?

Le enseño mi bocata, justo el mismo. Parece como si mi madre se lo hubiese preparado también. Nos reímos y empezamos a comer en silencio. Decido romperlo a los pocos segundos.

—Ya te aviso que tu materia no me gusta nada y no la aprobaré.

Él me mira con sorpresa, se queda pensativo por unos minutos y sonríe.

—Yo te puedo ayudar en horarios de recreos o así, que no haya tanta gente y no te distraigas.
—¿Más tiempo contigo? Van a pensar mal.
—¿Por qué lo harían?
—Somos adolescentes, eres guapo y joven.
—Ya sé por donde tiras —niega— pero igualmente puedo ayudarte. Soy tu profesor y es mi deber.
—Como quiera.

Suena la sirena, por fin. Cojo los papeles y los tiro a la basura. Abro la puerta y cuando me voy a ir, el profe llama mi atención.

—No pierdas tu costumbre de ser maleducada.
—Tranquilo que no la perderé.

Me despido de él con el saludos militar, lo escucho reír y vuelvo a mi clase. No sé por qué, pero tengo la sensación de que al final no nos llevaremos tan mal.

••••

Termina el primer día rápidamente, por fin. Estaba harta de estar encerrada con tanta gente que me cae mal y de verles las caras a profesores. Salgo del instituto con la música en mis auriculares y dando pequeños saltos de alegría.

—¿Qué contenta, no?

Miro hacia atrás y ahí veo a Frank, que me mira con una ceja levantada. Río y me acerco algo vacilante a él.

—Pues si, Frank —sonrío.
—Enserio , no pierdas eso de ser maleducada. Es como tu toque personal —dice haciendo un movimiento con la mano.
—No se preocupe, hombre. Las costumbres nunca se pierden.

Le doy un pequeño golpe en el hombro y me voy antes se que me diga algo. Aunque si me lo dijese, me daría totalmente igual. Tiene que ir acostumbrándose a que sea así el resto del curso.

Llego a casa, subo las escaleras de dos en dos y me paro frente a la puerta. Saco las llaves, meto las indicadas en la cerradura, giro y abro. No escucho ningún ruido, qué raro.

—¿Hay alguien?

Pero nadie responde, solo hay silencio. Encojo los hombros, termino de entrar, cierro detrás de mí y camino hasta mi habitación, dejo la mochila en mi escritorio. Es pequeño, pero acogedor.

Por suerte mi hermana, Marta, pronto se irá de casa para vivir con su novio. Quedaremos mi hermana Belén y yo, así que tendremos más espacio. Mi hermano Javier encontró un piso hace poco, así que también se irá.

Belén y yo ya hemos hablado, ella será la que ocupe la habitación de mi hermano. En cuanto se vaya, pondremos todo en marcha.

Pasa la tarde rápidamente y llega mi padre, no suelo hablar con él pero le tengo respeto. Él abre la puerta de la habitación y me mira.

—¿No bajas a cenar?
—Ahora voy, ¿dónde están los demás?
—Belén se va a quedar a dormir en casa de una amiga y Javier está mirando su nuevo piso. Marta no hace falta que te diga.
—No,no hace falta.
—Pues venga, baja a cenar.

Ruedo los ojos y asiento, cierra la puerta. No me apetece comer ahora, pero es mejor hacerle caso si no quiero pelearme con él.

Cenamos pizza, mi padre apenas sabe cocinar. En cuanto termino, me levanto y me despido de él. Vuelvo a mi habitación, me pongo el pijama, me meto en la cama, enchufo el móvil al cargador y cierro los ojos.

A la mañana siguiente...

Otra vez suena el despertador, enserio, lo odio. Me levanto y hago lo de siempre, solo que ahora lo hago sola. Es extraño.

Llego al instituto, tarde porque tuve una pequeña pelea con mi padre. Se enteró que me castigaron ayer y bueno, no le ha hecho mucha ilusión.

Abro la puerta y sin llamar,como siempre. Me siento sin importarme el profesor que esté.

—Buenos días señorita Morgade, veo que me estás haciendo caso.
—Claro que si Frank, eso es lo único en que te haré caso —sonrío.

Si realmente cree que seguiré su psicología inversa, lo lleva claro. Ningún profesor, ni el propio director, han podido cambiar mi actitud. Él no va a ser la excepción.

Mi profesor de Historia [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora