1-Mar atormentado

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No'ah fue a la playa aquel día, ignorante de lo que podía suceder.

Tenía diez años, largas trenzas rubias y un bonito vestido rosa que le había confeccionado su madre para su cumpleaños. Su cara llevaba puesta la mejor sonrisa que cualquiera pueda imaginar pues, por primera vez, iba a visitar la playa.

Su reino era el hogar de los antiguos navegantes. Las gentes de todos lados sabían que el reino de las estrellas, los Haggit, tenían una conexión especial con el mar. Pero hacía años que no se lanzaba un barco al océano, o un ser vivo de tierra ponía pies en el agua. Su padre le decía que había monstruos en los mares, merodeando y al acecho, listos para salir de las esquinas, pero ella no se lo creía. En su reino todos vivían felices, había muchas fiestas y sonaban risas en las calles. ¿Cómo podían ir las cosas mal?

Aquella tarde el sol relucía en lo alto del cielo y los pájaros canturreaban. Un día perfecto, se repetía No'ah. Bajó a prisa la callejuela de graba que conducía hasta la playa de arena fina de la mano de su madre. La mujer tenía el rostro contraído en una mueca de preocupación. Antes de salir le había repetido a No'ah que no se separara de ella, que le hiciera caso en todo, y antes de coger la cesta de mimbre le había advertido a su otro hijo que ni se asomase fuera de casa, bajo ninguna circunstancia, mientras no estuvieran.

"En el pueblo se escuchan rumores y el cielo está sombrío", le dijo.

Sus ojos azules escudriñaban todo a su alrededor sin dejar pasar el movimiento de una sola hoja. No'ah sabía que su madre de joven había sido soldado para la reina blanca, la reina de las hadas, y que era por eso que siempre estaba tensa, porque no podía dejar de pensar en las cicatrices que marcaban su cuerpo y que estas podrían llegar a ser un día de sus hijos. Pero a No'ah eso le parecía demasiada paranoia. Nada pasaba en su pueblo desde hacía... bueno, desde nunca. Era un lugar tranquilo.

Pero No'ah no había visto los barcos de guerra ni las tormentas a lo lejos. Su padre, Elior, si los consiguió ver desde el observatorio de su casa, con su gran telescopio. Por eso, aunque le prometió a su hija una tarde cerca del océano, llevaba escondida entre la ropa una pequeña daga de plata.

El mar estaba algo picado, pero eso no minaba el espíritu alegre de No'ah. Corrió por la playa, jugó con la arena e incluso metió los pies en la orilla bajo la mirada de sus padres, que se habían quedado atrás sentados en unas rocas. Dejó que el sol bañara su piel blanca cubierta de pecas, y que sus ojos, azules como el mar que contemplaban, se empaparan de aquella tarde que nunca olvidaría.

A la hora de la merienda regresó con su familia. Su madre ya tenía preparados unos bocaditos de queso con un par de bebidas. Sonreía con cariño a No'ah.

Los tres se parecían mucho entre sí, igual que se parecían mucho todos con todos en el pueblo. Los tres tenían el cabello rubio como el trigo en verano y los ojos azules. Pero algo que tenía distinto una de ellos, la madre, era que su color no parecía como el resto. Podían ser del azul más pacifico o como un mar atormentado, grises como el acero o verdosos como las algas. Eso era algo que No'ah siempre había admirado de su madre. La niña tenía los ojos azules, sin mayores matices. Elior por lo menos se podría decir que tenía un azul risueño y Elisha, su hermano, tenía un azul "valiente".

Más tarde, casi entrada la noche, No'ah se acurrucó junto a su madre. Estaba agotada y sus ojos cayeron enseguida. Su pequeña siesta no duró ni tres segundos.

Su padre la sacudió con fuerza para despertarla. Ella estaba aturdida, no sabía qué era lo que sucedía a su alrededor. Elior la agarró en brazos con impaciencia, sacándola de allí sin mediar palabra. Mientras, su madre se levantaba cogiendo la daga que segundos antes había dejado Elior para ella. La habían tenido escondida entre la cestita de picnic que en esos momentos estaba caída en el suelo, esparciendo toda la comida de manera desordenada.

El hogar de las hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora