4-Algunos pactos inesperados.

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EN los días siguientes fue como si hubiera vuelto el invierno, y los chicos pasaron mucho tiempo en la casa, ayudando a Elior en las  del hogar, estudiando y contando historias, a la espera de que el cielo aclarara. Pero luego, como sucede en esa estación de las mil caras, el tiempo cambió de golpe.

Cuando Elisha se levantó la víspera de la Fiesta de la Primavera, casi no podía dar crédito a sus ojos. Saltó de la cama y fue hasta la ventana para dejar entrar el perfume de los panecillos dulces de su padre. Se vistió de prisa y abrió la puerta con energía. Con una sonrisa de oreja a oreja se asomó al cuarto de su hermana. Tenía la persiana bajada y la habitación estaba a oscuras, sin embargo se podía apreciar su figura, arropada hasta la nariz. La respiración profunda y tranquila le hacía sentir bien. Esa mañana se había despertado con el corazón acelerado pero verla allí le hacía pensar que todo estaba bien. Al contrario que cuando miró en donde debía estar durmiendo Sachar. Esa mañana, su amigo se había levantado temprano y había dejado el cuarto impecable, la cama hecha y todo bien recogido. No era algo raro que Sachar diese paseos matutinos por el bosque pero aquella mañana tuvo la impresión de saber adonde había ido el forestal. Habría apostado a que había regresado a la Puerta...

Elisha cogió dos panecillos dulces que había preparado su padre, todavía calientes, de la encimera de la cocina en el piso inferior, se metió un puñado de ciruelas pasas en el bolsillo y salió de casa comiendoselo por el camino. Halló a Sachar en el lugar donde sospechaba que se encontraría. Estaba sentado con las piernas cruzadas justo enfrente de la vieja Puerta, observando con los ojos fijos el lugar, como si esperase que en cualquier momento algo se moviese. Elisha se acercó a él por la espalda y Sachar ni siquiera se inmutó. Parecía no oírle o simplemente no prestarle atención.

—No es la primera vez que vienes aquí, ¿verdad?- le dijo Elisha a Sachar. No respondió pero supo que estaba en lo correcto—¿Por qué nunca nos lo has dicho? —preguntó sentándose junto a su amigo.

—No lo sé... —murmuró el otro. Elisha sonrió con expresión melancólica, sabía lo que Sachar diría ahora. —Tal vez no quería herir a nadie... Estoy bien en la Atalaya, pero a veces..., a veces... —titubeó Sachar, buscando las palabras.

Elisha terminó la frase por él:

—A veces estás lejos..., más allá de esa Puerta —dijo con calma, mirando la maraña de ramas ennegrecidas que tenía delante. Sachar asintió sin mirarle.

—Lo siento.

—¿Y por qué? Supongo que yo me comportaría de la misma manera si estuviese al otro lado, solo, y no supiera nada de lo que les hubiera ocurrido a mi padre, a No'ah y a mi reino.-no pudo aguantar el tono acido de sus siguientes palabras-Aunque por lo menos yo me acuerdo de ellos.

Sachar ignoró el comentario. Tenía claro que Elisha estaba dolido y le conocía como para saber que decía cosas estúpidas en esas situaciones.

—¿Qué es lo que sabes tú de la piedra que abría la Puerta?

Elisha volvió la cabeza para observar a su amigo y trató de recordar todos los detalles que podía.

—Bueno, se perdió cuando la Puerta fue destruida y nadie sabe cómo ocurrió. Lo que sé —añadió con expresión seria — lo sabes tú también. Es lo que cuenta mi padre, incluso podría repetir sus palabras: «... era un maravilloso jade puro y centelleante. Sus reflejos eran del verde de la primavera y tenía una forma oval perfecta. Cuando alguien cruzaba la Puerta, un intenso resplandor verde inundaba el claro, haciendo que pareciera...

-...una estrella caída del cielo y posada sobre la colina...». –completó Sachar con una media sonrisa. Era cierto, Elior lo había repetido tantas veces que casi podía imaginarle en el salón con un tazón de té en la mano contándoles la misma historia a los tres una y otra vez.

El hogar de las hadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora