La cabaña

93 15 57
                                    

— Ella es muy solitaria, como su madre, nunca conocí a la Sra. Zurra, jamás bajo al pueblo que recuerde — habló tan rápido, que daba la impresión que no respiraba — usted es algo más alto que Supay — miró picarona al ex namek — Izbet nunca había venido en compañía de nadie — cuando vio la mirada molesta de él siguió con otro tema — su padre era una buena persona, algo testarudo, nunca quiso venir a vivir al pueblo cuando quedaron solos, la crió en esa cabaña, si ella chocaba y se caía él no la levantaba, le enseño a valerse por sí misma desde pequeña. Acá se vendían las obras que él hacía, unas imágenes en madera preciosas, era un gran artesano, hace poco encontré una — le mostró una pequeña estatua de 20 cms. de un ángel, al fijarse, el guerrero descubrió que la modelo fue la madre de Izbet.

— ¿Me la vendería? — estaba seguro que a la mujer ciega le gustaría tenerla.

— ¿Quiere regalársela a ella, verdad? — él asintió — no se preocupe, llévela, será un lindo presente de navidad ¿Quiere que se lo envuelva? — ofreció.

— Sí, gracias.

— Es lo menos que puedo hacer por esa chiquilla, siempre manda regalos para todos los niños del pueblo en estas fechas, y hasta ahora no ha aceptado ningún reconocimiento público. Esa pobre muchacha, siempre se culpó por la muerte de su padre, ese año fue terrible la tormenta, una de las más fuertes de que tenemos recuerdo, fue un verdadero milagro que haya sobrevivido, era muy pequeña. A pesar de los recuerdos de la muerte de su padre nunca deja de venir para fin de año, siempre está en su cabaña — por fin termino de recolectar todo — acá tiene — Piccolo pagó y guardó todo en una cápsula — Gracias por su compra Sr. Junia, dele mis saludos a Izbet, que tengan una Feliz Navidad.

— Igual — se despidió.

Al llegar a la cabaña guardó el regalo, al otro día se levantó temprano para ir a conocer el entorno, y ver donde sería más práctico para entrenar

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Al llegar a la cabaña guardó el regalo, al otro día se levantó temprano para ir a conocer el entorno, y ver donde sería más práctico para entrenar.

— A tomar desayuno grandote, hoy hice galletas, espero te gusten, las endulce con miel — le dijo la dueña de casa al sentirlo despierto.

Al terminar él le pasó su presente.

— No tenías que darme nada, gracias, además no es todavía navidad — le rebatió avergonzada.

— No importa, ábrelo, quiero saber si te gusta — preguntó ansioso.

— Es una estatua— luego de abrir la caja, la exploró lentamente — ¿De dónde la sacaste?

— Del almacén, quería comprarla, pero la dueña te la envió de regalo.

— La hizo mi padre — por un momento se puso triste — gracias, no tenía ninguna de mi madre hecha por él — se acercó y le dio un beso en la mejilla — me siento mal porque no compre nada para ti.

— Con todo lo que has hecho, no necesitas regalarme nada — le respondió de corazón — además la mando esa señora que ni respira al hablar.

— La Sra. Silvana es el diario del pueblo, ella sabe todo lo que pasa en este lugar. Pero si tú no hubieras ido no la tendría conmigo, gracias. Ahora vamos, quiero mostrarte unos lugares muy lindos cerca de aquí — dijo ya más animada — es un día para estar contentos, no tristes — salieron de la cabaña.

— Todavía no me acostumbro a la sensación del frío — el ex namek se bajó el gorro hasta las orejas.

Izbet dio la vuelta y entró en un cobertizo donde, a lo que alcanzó a ver él, había muchos cachivaches, y cosas en desuso.

— ¿Has montado en trineo? — gritó metida al fondo, moviendo cosas a diestra y siniestra.

— Nunca.

— Entonces ven — le invitó triunfante, saliendo con una cosa de madera en sus manos.

Ella puso un trineo grande y lindo en la nieve.

— En este íbamos a la ciudad con papá, por eso es tan grande, era como tú de cuerpo.

Izbet se montó adelante, para enseñarle a manejarlo, Piccolo se acomodó abrazado a ella desde atrás, a la primera chocaron con un árbol, y cayeron en un montículo de nieve.

— Sabes, mejor el que ve guía ¿Te parece? — dijo el guerrero.

— NO, sé manejar bien este trineo. Vamos de nuevo, estoy segura que ahora si lo haré bien, es que hace un año que no venía, y no estaba ese árbol allí — se excusó torpemente.

Nuevamente lo intentaron, por un momento la ciega logró hacerlo bien y tomaron velocidad, pero había una saliente, y el vehículo se elevó para caer de punta. De nuevo ambos cayeron a la nieve.

— Ya me enseñaste a chocar, ahora mejor voy yo adelante — dijo irónico mientras se sacudió la nieve de su ropa.

— Pero yo... — ella trato de explicarse.

— Pero nada, si no me cuido me matas.

— Que exagerado — le respondió molesta.

— Recuerda que ahora soy un simple humano.

Se montaron en el trineo, pero esta vez él iba adelante, y ella abrazada a su espalda, le iba dando las indicaciones para que pudiera manejarlo, al rato ya no necesitó más instrucciones, entonces Izbet se fue callada sintiendo el calor del cuerpo de su acompañante. Unos momentos después llegaron a un lago congelado donde varias personas patinaban.

— ¿Hagámoslo nosotros también? Es una sensación única, como volar.

— No sé patinar — reconoció el hombre.

— No te preocupes, busca donde arrienden patines y trae para los dos, te enseñare un truco — le guiñó el ojo.

Diario

El día que fui al almacén del pueblo, la dueña me regaló una estatua que había hecho el padre de Izbet, ayer se la di. No entiendo cómo puede estar triste y contenta a la vez, su expresión era de alegría, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas, aunque ahora soy humano no lo entiendo, tal vez sea porque ella no lo es.

Me dio un beso en la mejilla en agradecimiento por traerle la pequeña escultura, sentí un calor extraño en el cuerpo, no es como cuando Gohan me demuestra su estimación, o mejor dicho es parecido pero distinto a la vez, que raras son las emociones humanas, no logro entenderlas.

Tuvimos un pequeño problema cuando quiso que anduviéramos en trineo, al final la hice entrar en razón y yo conduje, fue emocionante debo reconocerlo, me encanta la sensación de la velocidad. Llegamos a un lago congelado, allí por primera vez patine, mejor dicho, volamos muy bajo, tranquilos, sin prisa. Hacía mucho que no sentía una paz así, fue magnifico.

Los siguientes días entrenaban en la mañana y meditaban en la tarde, una vez casi al anochecer se acomodaron en un costado de la cabaña, Izbet sintió que la nieve que estaba acumulada en el techo estaba por caer.

— Piccolo será mejor que... — le empezó a decir para que se moviera también.

— ¿Qué quieres ahora? — le preguntó molesto, odiaba que lo interrumpiera cuando estaba tan relajado.

— Voy al baño — luego de pensarlo un mini segundo prefirió quedarse callada.

Cuando ella llegaba a los primeros árboles, la nieve cayó literalmente sepultando al hombre, ella voló y se escondió en una rama alta, incluso oculto su ki. Tal como pensó cuando él pudo salir de su prisión helada estaba furioso, se dio cuenta que la ciega sabía lo que pasaría y por eso se había ido a tiempo.

Ángel Ciego 2.  Diario de Vida de PiccoloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora