Capítulo 35

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Aquella voz, estaba segura de que le había oído antes. Mi cabeza gira violentamente, causándome dolor.

— ¿Qué dem...? — las palabras no consiguen abandonar mis labios, pánico corriendo con violencia a través de mi sistema. — Michael — mascullo.

La sonrisa siniestra del hombre en compañía del arma que reposa sobre su mano al apoyar los codos sobre el borde de la ventanilla pronto congela mis sentidos.

— No te has olvidado de mí, ¿verdad? — suelta, socarrón.

La palma de mis manos exuda sin que pueda evitarlo mientras la luz me otorga una vista terrorífica del sujeto que me envió al hospital tras una brutal paliza, incapaz de articular palabra alguna, la necesidad de abandonar el lugar ahogándome.

— No debes ponerte así querida, sólo he venido a charlar — dice, mi mano sigilosa aterriza sobre la palanca de cambios. — Ni se te ocurra hacer eso, ¿me oyes? — espeta sujetando bruscamente mi camiseta mientras el arma asienta en mis cienes. — Si intentas cualquier cosa, tú pequeño hermanito es quien sufrirá las consecuencias — el tono perverso en su voz me provoca arcadas, sensaciones desagradables abordando mi cuerpo sin control.

— Bastardo hijo de pu...—

— Los modales Gia, los modales — amenaza — Sé más cortés e invítame un paseo en tu coche — dice entre risas rodeando el vehículo, ascendiendo sin más.

Cada partícula de mi cuerpo se estremece con la presencia del pelinegro, las escenas recreándose violentamente en mi mente mientras pongo el motor en marcha.

— ¿Cómo está tú hermosa novia? — mis sentidos se congelan.

— No... no sé de qué hablas — mi voz flaquea.

— Vamos Gianna, ¿creíste que no sabía de tú relación con ésa chica? — habla sarcástico — Debo reconocer que eres una suertuda, cualquiera mataría por ése hermoso culo — el filo lascivo en sus palabras detonan mis ganas de romper su cara a puñetazos, sin embargo, mis dedos rodean el volante con fuerza, mis nudillos palideciendo ante la presión.

— No te atrevas a ponerle un dedo encima, desgraciado — espeto, mi mirada se clava en él, furiosa, liberando más odio del que podía soportar, notando la cicatriz que bordea su ceja.

— ¡Uy, pero si ya se enojó la nena! — sus manos se alzan a modo de rendición. — Cruza a la derecha — demanda, su risa deteniéndose abruptamente en compañía del arma apuntándome, pronto siento la exudación en mi frente, un suspiro abandona sus labios. — Solo es otra perra que disfruta de ser bien follada — suelta, la repulsión en su voz dificultando mi respiración.

        «Contrólate Gianna, respira, solo sigue respirando...»

— Debes saber usar muy bien lo que tienes entre las piernas, ¿no es así? — la picardía en su voz me es repulsiva, las náuseas abordando mi cuerpo brutalmente mientras mis ojos se abren, cruda impresión congelándome en el sitio. — Oh, ¿creíste que no lo sabía? — dice entre risas.

        «Maldición...»

— ¿Qué es lo que quieres de mí? — mascullo entre dientes, sintiendo la ira abrirse paso en mi interior.

— ¿Yo?, nada — comenta inofensivo, dejando caricias sobre el arma que reposa sobre su pierna. — Verte de éste modo es más que satisfactorio — crudo cinismo aborda su retorcida sonrisa, asentando el arma en mi costado, un escalofrío recorre toda mi espina dorsal ante la sensación.

Aquél hombre pelinegro estaba desquiciado, la satisfacción ávida en sus ojos resultaba enfermiza, mi vista barriéndose sobre la cicatriz en el dorso de su mano mientras la escases de humanidad en sus ojos me confirman lo que tanto temía.

Jugadas Del Destino © | Camila CabelloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora