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                                                                        Desde el alféizar

                              Lissandra.

Siempre me ha parecido que esta casa tiene demasiadas ventanas.

Las suficientes como para sentirse intimidada por el mundo exterior. Sobre todo si las casas del resto de mi familia están cerca, porque los Ulusoy pareciera que han armado su propio condominio, en lo alto de las colinas de Altimira.

Todos viven cerca.

Todos ellos pueden vernos.

Insisto...muchas ventanas.

Hay hasta un pasillo de la casa que está hecho de cristal, que es uno que lleva a la terraza del jardín trasero.

Tengo de más para sentirme observada.

Y no es signo de sicosis. No es paranoia. Solo es una molesta sensación que la tengo en vigilia casi todo el tiempo, mientras estoy aquí. Por eso cuando pude mudarme a las residencias de la universidad, fue un gran alivio.

No bastaba con tener las cortinas corridas, las del servicio las hacían mantener abiertas durante el día, por órdenes de mi madre. Era soportable hasta que pude tener mi propio espacio. Vengo casi todos los fines de semana y aquella molesta incomodidad se me hace más latente.

Me ha pasado desde niña, cuando mi madre y yo vinimos a vivir a la casa de los Ulusoy.

En ese tiempo, me parecía un palacio enorme. Glamorosa decoración victoriana, habitaciones secretas, pasillos interminables, gente que hacía todo por nosotros: cosa que en mi vida anterior -la que apenas recordaba- no sucedía. Y nunca me aburría, el drama formaba parte del diario vivir.

A pesar de que me encantaba la luz y la claridad que se asentaba en cada rincón de la casa, de pronto comencé a notar que en cada uno de ellos había una ventana, que en cada lugar en el que jugaba, me paseaba o simplemente estaba podía ver más allá la casa del hermano de mi padrastro y su familia. En otra ventana podía ver la gran mansión de la madre de los tres hermanos Ulusoy (los líderes de una de las transnacionales petroleras más poderosas del momento)

Por el otro extremo de la casa podía ver la casona de Serena, la menor y la única mujer de los hermanos. Con un cargo en la empresa que no todos tendrían las agallas de llevar: la abogada en relaciones exteriores. Además de tener un tercio de las acciones en la empresa, al igual que sus otros dos hermanos.

Es la única que no ha dado herederos y porque la conozco, no creo que los tenga.

Como es de notarse, es con la que mejor me llevo. La adoro, es como mi hermana mayor.

El resto de la familia, me infunda un respeto que me ha mantenido en cierto al margen. Nunca me he sentido completamente parte de ella. Aunque haya sido bienvenida a los nueve años...

En fin, la incomodidad y la poca intimidad que sentía dentro de esa casa seguía siendo un leve problema interno.

Cuando desperté las cortinas ya había sido abiertas por las de servicio, tan sigilosas que por lo regular no me daba cuenta en el momento en que lo hacían.

Supe que aquel problema, apenas despertar, me acompañaría por donde me moviera.

La claridad inundó toda mi habitación, como un foco apuntándome justo en medio sobre mi cama.

Por el horizonte se veían las nubes avecinándose en oleadas; hoy sería un día gris.

Me estiré entre la sábanas, alejando la tensión y el sueño de mi cuerpo.

EVANESCENCIA © [pausada temporalmente]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora