Capítulo 12

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"¡Prepárense!" –gritó Aragorn, a la vez que desenfundaba su espada.

Los hobbits jadearon de terror, pero hicieron lo que Aragorn había dicho y sacaron las espadas que un elfo de Rivendel había forjado especialmente para ellos. Boromir y Legolas ya habían bloqueado la puerta para evitar que los orcos entraran y Gimli se había subido a la tumba y adoptado una postura defensiva.

"¿Gandalf?" –Frodo miró al mago, asustado del peligro que se acercaba.

"Saldremos de esto, Frodo –le aseguró-. Encontraremos la forma de salir. No pierdas la esperanza."

La puerta solo tardó unos minutos en romperse bajo las manos enemigas. Los orcos entraron, gritando y balanceando sus armas como locos, pero la comunidad estaba lista.

Legolas y Aragorn empezaron a disparar flechas rápidamente, matando a muchos de ellos. Boromir balanceaba su espada, mientras que Gandalf usaba su bastón como un arma mortal. Los hobbits se las arreglaban para defenderse tras varios días de entrenamiento y Gimli, lleno de ira y tristeza, luchaba como si no hubiera mañana; su furia le daba tanta fuerza a sus manos que mataba a dos orcos de un solo golpe.

La batalla cada vez era más sangrienta, pero afortunadamente, ninguno de los que formaban parte de la comunidad estaba herido. De repente, Gandalf se abrió paso y les ordenó a los demás que salieran de la sala.

"¡Síganme! ¡Tenemos que llegar al puente! No está lejos."

Todos echaron a correr tras el mago y los orcos restantes los siguieron. Legolas sentía un dolor agonizante en sus costillas, pero la adrenalina hacía que cada vez lo notara menos. El elfo ayudó a Merry cuando estuvo a punto de caerse al suelo.

"¡Más deprisa! –exclamó Boromir-. ¡Nos persiguen!"

Sam miró hacia atrás y palideció. Los orcos ganaban terreno, gritando salvajemente.

"¿Cuánto queda para el puente, Gandalf?" –jadeó.

"¡Está más allá de esa esquina! –contestó el mago-. ¡Ya no está lejos!"

Todos siguieron corriendo y los pasos que los perseguían se acercaban cada vez más. Tras pasar la esquina, se encontraron con un negro abismo. El suelo se desvanecía, y más allá del vacío, estaba la puerta que los llevaría a la libertad. La puerta solo podía alcanzarse atravesando el estrecho puente de piedra de unos cincuenta pies de largo: el Puente de Khazad-dum.

La comunidad se detuvo, observándolo todo con inquietud. El puente era tan estrecho que solo se podía pasar en fila de uno y el abismo era tan impresionante que no encontraban las fuerzas para cruzar. De repente, empezaron a llover flechas sobre ellos, procedentes de los arcos de los orcos.

Y entonces se escuchó un rugido que resonó por las minas. Algo más los seguía... algo más malvado y siniestro.

Legolas miró al mago y vio la expresión de derrota de Gandalf. El elfo se quedó atónito. No había visto al mago de esa forma en los 2600 años que lo conocía.

"¿Gandalf?"

"Ya viene, Legolas" –dijo escuetamente.

"¿Qué es lo que viene? –Aragorn miraba de un lado a otro. ¿Qué saben ellos que yo no?-. ¿Qué es esta nueva maldad?"

"Balrog" –dijo Gandalf.

Legolas abrió los ojos como platos. ¿Balrog? ¿La bestia de fuego con la que padre me amenazaba cuando no me portaba bien cuando era un niño?

"Recoge tu habitación, Legolas. ¡Ahora mismo! ¡O te daré de comer al Balrog!" –le había dicho Thranduil una vez.

Y entonces Legolas recordó otra ocasión, una en la que Gandalf los había visitado hacía 2000 años.

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