Abaddon soltó una risilla cuando Amanda le dijo su color favorito. Despegó su mirada de ella y se giró para dársela a la noche. Aún quedaba un hilo de luz, que lo empezaron a cortar unas nubes grises. Por poco, Amanda se sentía preocupada, pero el sentimiento de abrumo cambió por el de un abrazo. Le gustó cómo la brisa le recorrió la cintura y el cuello porque le recordaba a los aires de su infancia. El aire... Abaddon igualmente sintió la brisa, y se sintió recuperado, reenergizado. La conexión que hizo el chico con el aire fue el mismo que Amanda con las nubes. Ella supo inmediatamente que llovería y Abaddon que el viento seguiría soplando. Entre ambos, sin saberlo, iniciaron una conexión con el agua y el aire, que bailaban en el espacio, girando, chocando uno contra el otro. Esto aún no era de su saber, así que se sorprendieron cuando, al mismo tiempo, dijeron: «Va a haber una tormenta».
Una vez más, el cielo tronó. Está vez, un rayo arremetió contra el suelo. En su lugar, Amanda se asustó y quiso irse a casa. Mientras, Abaddon solo vio la luz aparecer repentina y desvanecerse lentamente. Sus ojos reflejaron el comportamiento de la electricidad. Se sorprendieron ambos de que Abaddon solo permaneció hipnotizado.
—Creo que debería irme —le dijo Amanda.
—No... ¿Por qué?
—No lo sé...
En ese momento, ambos se miraron a los ojos y sintieron que no querían despegarse. Se sentían muy bien. Y no se daban cuenta de que se estaban mirando. Cada uno veía un par de ojos, pero, muy egoístas, pensaban que los querían para sí mismos, sin pensar que no se podría. Estaban confundidos por pedir algo tan tonto, que parecía muy poco, pero les significaba todo. Tanto se miraban, que ninguno sentía el tiempo pasar. Y tanto tiempo pasó, que comenzó a llover. Y ahora, a Amanda no le importaban los truenos y a Abaddon el agua. Ambos esperaban que sus elementos los enredaran y permitirles seguir viéndose. Las nubes crecieron y el hilo de luz que quedaba se convirtió en un mar de oscuridad. La fuerte lluvia apenas les permitía ver sus siluetas. Amanda se enojó: ahora no veía con claridad sus ojos favoritos, y el deseo inmenso de tener una fuente de luz se materializó en su anillo. Para la suerte de Amanda, Abaddon también se enojó por la misma razón; y para suerte de Abaddon, Amanda, sin querer, los iluminó. Ella se sintió un poco avergonzada por ese brillo. Aun así, lo puso al nivel de su vientre, entre los dos, por debajo suficiente de sus rostros para verse de nuevo. El brillo caminaba por las gotas de agua, se reflejaba en cada una e iba saltando poco a poco, hasta iluminar dos pares de ojos. Ese efecto fue increíble, hizo que se disfrutaran el uno al otro aún más.
Después de todo, ninguno sabía por qué había brillado tan fuerte ese anillo. Amanda no ocupó llorar para guardar el recuerdo de esa noche, pues siempre estaría grabado en oro en su alma.Empapados, se despegaron cuando sintieron frío y se dieron cuenta de que llevaban demasiado tiempo ahí parados como tontos, aunque les hubiera parecido tan, tan poco. No querían dejarse, por supuesto. Pero ya era muy incómodo. Así que, cuando se echaron a correr hacia atrás cada uno, se alejaban con dolor. Y más grande era el dolor que la incomodidad y al suelo le faltaba estar tan resbaloso como para hacerlos deslizarse el uno hacia el otro. Así que ellos mismos se giraron por su cuenta, y se miraron una última vez, solo para decirse: «Quiero volver a verte... Por favor, vuelve».
Cada uno, después de las palabras, tomó su camino a casa, escurriendo agua, rogando por cariño. Abaddon entró y Sigurd no estaba, así que no tuvo que dar explicaciones. Puso a secar su ropa y se dio un baño. Al salir y escapar del vapor, sintió que su alma descansaba y se reposaba en la frescura de la brisa. Aún no encontraba a Sigurd por ninguna parte. Ahora tenía mucho sueño, así que se recostó, pero no podía dormir. Solo pensaba en lo suave que se veía la piel de Amanda, tan dulces ojos que tiene y que su voz era muy gentil. Se sentía tan bien haberla visto de nuevo y haberle prestado atención a cada detalle de ella. No había sentido algo parecido, lo sabía por seguro.
Pasaron días, y los días no eran suficientes, así que se convirtieron en semanas. Igualmente, las semanas no le dieron a Abaddon lo que necesitaba, entonces pasó un mes. El tiempo que se le diera a Abaddon no le sería suficiente jamás para sacarse de la cabeza a Amanda. Un día admitió para sí mismo que no podía más quedándose con eso para él mismo. Así que le contó a Sigurd.
—Conocí a alguien —le dijo Abaddon. Quiso guardar la compostura, parecer serio, como si no le importara. Y se preocupó cuando Sigurd sonrió: pensó que se había delatado. En ese instante, notó que sonreía levemente, entonces la suprimió y el resultado en su rostro fue un tanto gracioso.
—Qué bien —Sigurd le dio una palmada en el hombro—. Me agrada, hijo.
—¿Me querías decir algo? —le hizo creer la intuición precisa de Abaddon.
—Ah, claro... El tiempo de ir a los archivos se acerca. Prepárate.
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Kumari Kandam: Lemuria
FantasyAurora es una prestigiosa investigadora de Lemuria, valiente, inteligente y hay algo especial en ella. Su civilización se mantiene oculta del mundo exterior, oculta del hombre común, pero considera revelarse y entablar acuerdos para el bien de ambos...