El Salón estaba muy oscuro, pero Aurora apenas podía ver que alguien se acercaba, caminando hacia ella. Se detuvo a unos cinco metros de ella, sin levantar la cabeza, alzó la mano y la pasó, de derecha a izquierda, formando un pequeño arco. A mitad del trazo en el aire, un fuego nació en la punta de un pilar enfrente del visitante. Otras dos personas repitieron lo mismo que la primera: pasaron su mano por enfrente de otros dos pilares diferentes, una por una, cada una a su vez. Al fin, las llamas dieron luz al espacio y Aurora podía ver aún más. Estaba parada en una rueda gigante de piedra, cada pilar estaba hecho de musgravita (y formaba un triángulo) y los encerraban cuatro paredes de arenisca. Sin embargo, la luz seguía siendo muy tenue, apenas se percataba de los materiales, pero inmediatamente supo que estaba en el lugar correcto: se preocupó unos instantes al pensar que tal vez no estaba donde debería, quizás se habría equivocado de lugar, pero comprobó que no era así al deducir la procedencia de dichos materiales. Solo edificaciones de la realeza podían ser de esas piedras preciosas escasas por todo el planeta, pero que en Lemuria eran tan comunes como en el resto del mundo eran el lapislázuli o el ónix. Las personas que la acompañaban tenían unas ropas blancas: terminando con una capa. No decían nada y permanecían cubiertos, esperando algo, algo de lo que Aurora no tenía idea qué pudiera ser.
Grabada en la superficie que sostenía a Aurora estaba un símbolo que jamás había visto. Con los siete años de experiencia en su campo de Ciencias Exteriores no podía relacionarlo con algún recuerdo de lo visto, leído o escuchado; todo el tiempo de estudio de espiritualidad tampoco parecía darle conocimiento para encontrar el significado de la runa —supuso que era una cuando el rey de Fedelm entró y actuó.
—Hola, Aurora —ella respondió con una reverencia, y las otras personas se arrodillaron. Kallias comprendió que su súbdita se encontraba desconcertada y consideró una falta de respeto no aclarar nada, pero aún no podía informarle qué ocurría—. Espera, en un momento te digo —le indicó, con fin de pedirle paciencia.
El rey caminó hasta la izquierda de Aurora, un lado que ella no había visto, y entonces supo que había un pequeño escritorio, café, viejo, de madera maltratada, arañada y garabateada, además chueco, lleno de polvo y le rechinaban los cajones. El hombre sacó unos papeles de los cajones y los puso encima del mueble. Recargando las manos a un lado de los papeles, con los puños cerrados, de pie, leía, de vez en cuando decía fragmentos en voz alta, balbuceaba, mostraba desdén por algunos pedazos, se saltaba otros párrafos, «Protocolos» refutaba los textos dando un manotazo al aire.
—Bien —por fin resolvió, se alejó, sin despegar la mirada del escritorio, aún dando un último vistazo a los papeles—. Primeramente: estos muchachos son nuevos. Tengo que entregarles el rango con su set de runas. Así que, a ello. Después vienes tú, Aurora. Y lo que viene es interesante.
Kallias regresó a buscar entre los cajones y sacó cuatro bolsas color rojo. Se veían pesadas, por lo que miraba Aurora. Aún recuerda cuando le dieron las suyas al graduarse. Una bolsa amarilla de seda, con 24 runas grabadas en piedras de citrino, inscripciones talladas y pintadas con dorado. Iban con una tarjeta: «Veo tu futuro más brillante que las estrellas, y, como las estrellas, brilla tu corazón. —Rey Kallias de Fedelm». Tarjeta que nadie más recibió. Y ahora era el momento de estos jóvenes. Aurora se preguntaba a qué rango habían subido, y en qué departamento se encontraban, pero no le impedía sentirse emocionada por ellos. Kallias cumplió con su trabajo: les dio a cada uno su bolsa, un certificado y les dibujó la figura del suelo en el pecho con la mano izquierda y un anillo brillaba. Retomaron sus posiciones y esperaron órdenes.
—Pueden retirarse —hicieron como les ordenó el rey—. Es algo serio. Pero nada para preocuparse... —ahora le hablaba a Aurora— aún. Son suposiciones del Concejo, nos lo han informado como tal, pero los mantiene preocupados. Enviaron a un agente a confirmarlo, y así es.
—¿Qué es? ¿Puedo ayudar? ¿Cómo?
—El hombre común ha encontrado una de las trece calaveras de cristal.
Le sonó familiar. «Las trece calaveras de cristal». Estas reliquias eran de las más importantes en todo el mundo. Reunían el conocimiento colectivo de trece de las civilizaciones antiguas más avanzadas del planeta. Cada una aportó algo a la historia y compartieron un tiempo con la de Lemuria. Solo ella quedaba, la única hermana, la mayor, y debía proteger a su casa y a su familia.
—Y no queremos que encuentren las demás. No es tiempo, no están listos, ni lo necesitan. Están mejor sin ellas, les pone en riesgo. Aurora... es nuestro deber recuperarlas, ahora que han surgido, salvarlas y mantenerlas ocultas y seguras, ¿entiendes?
Claro que entendía. Todos sabían de varios de los artefactos que existían afuera de Lemuria y algunas de sus capacidades, y también de su valor. Así como también sabían que el hombre las codiciaba, solo por lujos o un poder prometido, de dudable veracidad. Pero las calaveras eran como un mito: eran de las pocas cosas que las autoridades de Lemuria se reservaban el derecho de compartir; solo sabían que coleccionaban conocimiento y el portador de las trece calaveras tendría acceso a registros inimaginables e información infinita. Y también era cierto que quizás no sería capaz de recibir tanta energía. Aurora entendía que Lemuria era el lugar adecuado para ocultarlas y protegerlas, y por eso debían reclamarlas. E inmediatamente entendió su conversación con el Rey Kallias: dedujo que estaría a cargo de la nueva misión.
Aurora expresó su conclusión con un rostro que mezclaba sorpresa, intriga y un poco de preocupación. De igual manera, su aura lo reflejó, y su rey pudo leerla con más claridad. Él intentó encontrar una forma de explicárselo sutilmente, mostrando empatía y compasión,
—Vas a salir a buscarlas. Consíguelas todas —pero no quiso—. Búscalas tú misma, o róbalas, no importa. Tampoco importa cuánto tardes, solo procura que sean todas. Harás historia.
—¿Dónde está el resto del Concejo? —fue lo único que pasó por su cabeza.
—Es cierto... Tienes que aceptar la tarea. Entonces vendrán ellos con Togus y él te tocará la cabeza. Después te leeré una carta, te entregaré herramientas, te daré una lista de órdenes, objetivos y normas, luego las aceptarás, y entonces te daré...
—¿Qué? ¿Qué recibiré?
Silencio.
—Su Alteza, ¿qué es?
—Tienes que aceptar.
¿Qué pasaría si no? ¿Y qué si sí? Uno de sus sueños, como cateantropóloga, era salir a vivir todo lo que estudiaba en persona. Por esa parte se encontraba cómoda y emocionada. Pero tendría que vivir mucho tiempo fuera de Lemuria, además debía buscar una colección de calaveras de cristal por todo el mundo, y robar unas incluso. ¿Dónde viviría? No conocería a nadie. ¿Viviría bien? Se aburriría y extrañaría a Lemuria. Aún así:
—Sí... la acepto.
De inmediato se encendieron unas luces incandescentes en el techo, donde surgieron unos orificios que antes no había. El cuarto aumentó casi tres veces sus dimensiones. Los pilares desaparecieron, pero como remplazo aparecieron cuatro columnas gruesas a lo largo de la habitación, por la derecha y la izquierda. Había más iluminación y Aurora vio pinturas de elefantes en cada pared: usaban ropas de telas muy finas y joyas muy lujosas y preciosas, posaban con ímpetu, un tipo de autoridad especial, a otro nivel. Al fondo, enfrente de Aurora, estaban 16 personas, divididas en cuatro grupos de cuatro dentro de cuatro cubículos. Era el Corel.
—Buen día —Aurora hizo una reverencia, y el concejo le respondió, todos juntos, con una reverencia más pequeña.
—La tarea a la que has accedido es de las más importantes en toda la historia de Lemuria. Desde tiempos antiguos, guardados solamente en la memoria de las personas que infortunadamente vivieron los hechos y vieron caer una civilización entera, para el beneficio egoísta de otra tirana. No te preocupes, querida: participarás hasta donde tus habilidades te lo permitan y fomentarás tu desarrollo personal; también te brindaremos protección de cualquier peligro que pudieras correr (nunca sabes qué puede haber allí afuera).
Para Aurora, la historia oculta de Lemuria nunca fue motivo de interés y excusa para investigaciones profundas sobre el pasado que le dieran a conocer lo que pocos sabían. Pero, ahora, con la nueva situación, aquellas palabras del hombre con un brillante anillo verde, que giraba mientras decía, como si consiguiera sabiduría para hablar al hacerlo, había nacido la curiosidad en el corazón de la mujer. No podría esperar, no quería investigar por cuenta propia, así que, sacando provecho del escenario, se propuso preguntar. Abrió la boca para pedir información, insegura, curiosa y un poco culpable temiendo ser impertinente, mientras la ley esperaba respuesta.
—¿Podría saber... qué ocurrió? ¿Por qué cayó una civilización? También quiero saber a qué o quiénes me enfrento —a pesar de todo, se mantuvo serena e inquirió con respeto.
Kallias inspiró aire con la boca, levantó el rostro y mostró su desconcierto, pero asimiló que esa pregunta podría venir; no estaba listo para revivir los hechos aún, pero en algún momento debía hacerlo, así que se fajó los pantalones. También Aurora era alguien a quien varias personas aún no se acostumbraban, el Corel en especial: como esas preguntas, hacía varias más, que los dejaba pensando en cosas que nunca se les hubiera ocurrido. Hacía cosas de las que varias personas no hubieran pensado o pensaron que no estaban bien vistas. Pero Aurora siempre tenía buenas intenciones y conmovía a las personas.
—Bueno... —ahora, el rey bajó la mirada, de nuevo giraba el anillo y Aurora empezaba a estar segura que brindaba poderes especiales. Se dirigió al concejo, como preguntándoles, y, mirándose entre ellos mismos, al final asintieron—. Te mostraré:
Aún con preocupación, el hombre puso su mano apenas enfrente de su pecho, tomando algo, y lo arrastró hacia abajo, luego lo subió, repitiendo el ciclo dos veces más; subió la mano y trazó tres círculos encima de su cuerpo que iban avanzando de izquierda a derecha; terminó, lanzando la cinta que arrastraba, por el lado izquierdo de Aurora, y ella lo siguió como se fragmentaba y disparaba pequeñas bolas brillantes verdes, como estrellas, chocando en cada pared de la habitación. Entonces las paredes se iban derritiendo y otras imágenes tomaron su lugar.
El encantamiento de Kallias había invocado el pasado; tal cual, ese es su propósito. De la magia más difícil para los de Agua, Tierra o Fuego, pero para los de Aire es fácil. Kallias manejó el proceso de manera natural y sin esfuerzo gracias a su anillo. El producto del encantamiento es transportar al actor y al público a una escena en específico, escogida con el corazón; es como introducirse a una escena en 3–D.Ahora estaban en una playa, en donde acababa de llegar una embarcación. La recibían cinco hombres con vestimentas iguales a las de los estudiantes que Aurora vio en su promoción, pero estos tenían las capuchas puestas. Ella estaba a sus espaldas, alado del rey. Se aproximaban hombres desde la costa: eran altos, vestidos con túnicas rojas combinadas con negro y tiras doradas. Ellos eran más, como doce: cuatro al frente, cuatro guardando una caja, y dos guardando a la tripulación desde la derecha, y otros dos a la izquierda. Pero Aurora se percató que también podía contarlos dos al frente y dos atrás; que los encerraban en un cuadrado. Los visitantes entregaban la caja que era apenas más grande que la cabeza de ellos, la pusieron en el suelo, enfrente de los de blanco, dijeron «Gracias» y parecía que querían hablar todavía más, pero se empezaron a borrar las figuras. Como si fueran hielo se derretían y, desafiando la gravedad, escurrían hacia arriba. Pronto, todo imitaba lo primero, y se reunía arriba, en una especie de drenaje. Ahora regresaban las paredes con elefantes, y la esfera de memoria regresaba a Kallias.
—¿Qué? —Preguntó Aurora y miró al Concejo. Mientras, Kallias se retiraba, un poco agitado, a una silla en un costado, lejos de ella.
—Parece ser que de momento no lo sabrás —le contestó, sin levantar la cabeza—. Solo recupéralas todas, por la memoria de aquellos que entregaron ese paquete. Recoge la papelería por allá —le apuntó al escritorio justo delante de ella.
E hizo como le ordenó: dio unos pasos y estiró la mano para recoger un libro y un set de hojas. Por un lado, alguien le susurró «Te irá bien, no te preocupes». Aurora no le miró, pero solo dio las gracias. Esa misma persona salió de detrás del escritorio para iniciar el ritual. Se puso delante de ella y le explicó.
—Tu rey no está en posición de hacerlo, así que aquí me tienes. Dame esas hojas y quédate con el libro —inmediatamente al recibir el set, hojeó y recitó. Pero antes, llamó:— Vine aquí ara, Tuguldur.
Acabada de decir la orden, un elefante apareció detrás de Aurora, por donde ella habría entrado si hubiera una puerta. En su ropa resaltaba el color blanco, pero también tenía detalles azules, rojos y amarillos: toda tenía bies amarillo, del lado derecho tenía tres triángulos rojos y del derecho, un circulo azul; todas las figuras brillaban en su contorno de su respectivo color, y dentro de cada una había una runa. La vestimenta le cubría el torso y en la cabeza tenía una capucha. Justo en la frente brillaban cinco gemas, acomodadas en forma de X: una roja, cambiante de color, alexandrita; una transparente, diamante de Yasu; otra transparente, más clara, fenaquita; la última era amarilla, petalita. En el centro estaba la rodisita, la gema más poderosa en la faz de la tierra: podía controlarlas a todas y aumentaba su poder. Juntas estas cinco gemas, otorgaban el poder y la sabiduría a Tuguldur para actuar.
El ritual consistía en que el hombre con el rostro cubierto recitara unas frases y Tuguldur le indicaría a Aurora cuando estuviera lista: le trazaría con su trompa el mismo símbolo que Kallias hacía unos minutos atrás a los estudiantes.Davant el gran poder de les gemmes
m'he de postrar i rebre recompensa:
per la senyal del mestre queda marcada
ella que ha sido encomendada a hacerlo,
per quedar així una societat salvada.
Y ahora había ascendido.
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Kumari Kandam: Lemuria
FantasíaAurora es una prestigiosa investigadora de Lemuria, valiente, inteligente y hay algo especial en ella. Su civilización se mantiene oculta del mundo exterior, oculta del hombre común, pero considera revelarse y entablar acuerdos para el bien de ambos...