En la soledad de su cuarto, con la noche reflejada en el espejo de su tocador y toda su familia dormida, Amanda se sentó en la orilla de la cama, tratando de no mojar sus cobijas. Solamente se sentó a pensar. Podría haberse secado y cambiado, e incluso bañado, pero ahora era diferente: otra cosa ajena a su voluntad la sentó allí. Y esa misma, la hacía pensar en Abaddon. Y la hacía sonreír, viendo al suelo. Amanda era muy inteligente, por lo que reflexionó su posición y su imagen; pensó que se veía muy tonta, pero poco le importó. Quizá ella habría podido seguir así, hasta dejarse caer sobre su espalda y quedarse dormida, seguir viendo en su mente el suave rostro de Abaddon y su figura, pero un trueno rompió el trance y saltó en su lugar. Hasta entonces se cambió, pero durmió con el pelo aún mojado.
Le ocurrió algo parecido como a Abaddon: pasó un mes y aún tenía el deseo de volverlo a ver. A diferencia de él, ella hablaba todo el tiempo sobre querer encontrárselo. Medea, por supuesto, durante clases, escuchaba su nombre gran parte del tiempo. Y cuando llegó el día que Amanda confesó su sentir a Medea, no fue sorpresa para ella.
—No pretendo alimentar ninguna emoción, querida... Pero hay posibilidades de que él sea mi alumno —le contestó Medea.
Al contrario de los deseos de su maestra, Amanda se emocionó bastante. Sonrió e inmediatamente comenzó a pensar en todo el tiempo que podrían pasar juntos. Y cuánto hablarían. Y cuánto se verían. Tan fuertes eran sus pensamientos que la delataron ante Medea.
—Amanda... Nada de eso. Les enseñaré por separado.
La chica no hizo más que decepcionarse, pero también debió aceptar que se ilusionaba de la nada: ya sabía que no sería posible. Aun así, otra esperanza creció, porque sabía que ahora estarían conectados por una persona.
—Quizás yo no lo veré todos los días ni le hable... pero tú sí. Y me puedes contar todo —le replicó con una mirada intrigante.
Medea solo soltó una risa que, sin necesidad de que Amanda leyera mentes, era como decir «Me agrada cómo piensas».
Después de las lecciones por la mañana, Medea se encaminó a la casa de Sigurd para hablar sobre su hijo. Él la invitó a entrar y pasaron parte de la tarde platicando sobre Aurora, Abaddon y Amanda. Cuando terminaron el almuerzo, Medea salió a encontrar a Abaddon, pero antes quiso consultar algo en su biblioteca.
Al llegar a su casa, buscó algo que le facilitaría sus tareas con el chico. Se quitó los accesorios que llevaba para su visita a Sigurd y bajó tres pisos al sótano. Habiendo creado una cerradura muy segura, solo la podía desbloquear ella con una aguja oculta en su anillo en la mano izquierda. Un vez dentro, se aproximó a unos estantes. Medea rebuscó un poco entre sus libros viejos; dio con cinco, que no estaba segura si eran los que necesitaba; descartó dos inmediatamente; leyendo apresurada el índice, supo que el tercero tampoco era: se debatía entre uno morado y uno rojo, y finalmente, entre recuerdos leyéndolo y vibras, se quedó con el morado.
De pequeña, con la curiosidad como la de Abaddon gastándole las noches, leía cuantos libros pudiera. Cada uno tenía encantamientos, leyendas, cuentos, imágenes y significados de nombres diferentes, por lo que nunca le eran suficientes. Sus padres estaban conscientes de la pasión de su hija, su única hija. Siendo solo ella, los lujos eran exclusivos para Medea. Así que, cualquier libro que quisiera, lo tendría. Una oportunidad que marcaría del destino de Abaddon, Aurora, Amanda y Sigurd, sellándolos en una conclusión fatal, se le presentó al padre de Medea. El señor la rechazó desde principio a fin, sin embargo, su esposa pensó que era muy buen regalo y que a su hija le serviría más que a la señora.
—Aceptémoslos, Guillem.
—No. Ve a la señora: no sé por qué querrá darnos esos libros.
—Es que se ha quedado sin casa —le contestó con cierta tristeza Mariona.
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Kumari Kandam: Lemuria
FantasyAurora es una prestigiosa investigadora de Lemuria, valiente, inteligente y hay algo especial en ella. Su civilización se mantiene oculta del mundo exterior, oculta del hombre común, pero considera revelarse y entablar acuerdos para el bien de ambos...