La calle estaba desierta y sólo se escuchaban los grillos.
El señor que caminaba, estaba un poco ebrio, pero estaba lo suficientemente consciente como para saber de que era tarde y debía volver a su casa, con su familia, pero había ese dolor en su pecho que muchas veces sólo se quitaba con alcohol.
Tomó otro trago a la bebida que sostenía con una mano.
— ¿Qué estoy haciendo? — Se preguntó a sí mismo.
Sabía que lo que hacía estaba mal, pero no podía regresar a casa y ver el rostro de su hijo y tener que decirle la verdad, que era dura.
Tan dura que hasta para él, mantenerla y saberla, lo mataba.
Y entonces, un paso detrás suyo.
Él se detuvo de inmediato, sabiendo que había alguien más con él.
— ¿Quién anda ahí? — Preguntó al aire, y sin poder evitarlo, se dijo a sí mismo que esa pregunta era completamente estúpida, y también, algo que sólo se decía algo de que antes malo pasara.
Se dio la vuelta, para encarar a quien sea que estuviera ahí con él, pero no había nadie.
El miedo empezó a recorrerlo.
Estaba seguro de que había escuchado un paso. ¿O no?
Trató de convencerse de que una alucinación suya, o algo parecido, pero al volver a escuchar algo, esta vez, un canturreo un poco lejano, supo, con seguridad, que alguien estaba ahí.
Se mantuvo callado, sin moverse, tratando de escuchar mejor de donde provenía el sonido.
Pero no, de nuevo, todo estaba callado.
No se escuchaba nada más que su respiración, que se estaba volviendo agitada y podía sentir su corazón martillear con fuerza en su pecho.
Miró a su alrededor con cuidado, tratando de no moverse demasiado, para poder sentir antes cualquier otro movimiento que no fuera suyo.
Y lo volvió a escuchar, el canturreo, esta vez fue más extenso y se dio cuenta de que la voz era femenina.
De alguna manera, lo tranquilizó, si sólo era una mujer, probablemente no sería nada, y si lo era, podría pelear, o defenderse con más facilidad.
Pero entonces, algo duro lo golpeó en la nuca con fuerza.
El señor trastabilló, pero no se cayó. No había sido con la fuerza suficiente como para tirarlo. Aún así, sentía la sangre caer por su nuca hasta su espalda.
Le dolía la herida, pero la ignoró, para fijarse en su atacante, que era una muchacha, o al menos, eso pensaba, pues estaba a contraluz, pero su silueta se dibujaba y era obvio que era de una mujer.
— ¿Quién eres? — Preguntó el señor, ya sin miedo, en cambio, adrenalina, preparado para defenderse de lo que fuera.
Ella no contestó, solo rió.
Su risa heló sus venas.
Ella dio un paso hacia él, y él hacia ella.
Ella levantó sus dos manos y trató de atestarle otro golpe con ese objeto contundente, pero él se alejó antes de que le pegara.
Ella volvió a hacer lo mismo, pero él era mucho más rápido que ella, y fuerte, por lo que con rapidez, se puso detrás de ella y le dio un golpe en la espalda baja, sabiendo que eso desestabilizaba.
Ella dio unos pasos hasta enfrente, sorprendida de que hubiera podido pegarle.
Él, por su parte, estaba confiado, sabiendo que esto sería fácil.
Sin embargo, no contó que ella tendría otra arma.
De un rápido movimiento, ella lo había rasguñado con un cuchillo.
Él sintió la sangre escurrir, y esta vez, le dolió un poco más. No se preocupó, porque no era profundo.
Cubriéndose la herida, dio un paso atrás para esquivar otro tajo que ella hacía.
En una de esas, él tomó su mano con fuerza, demasiada, para que ella soltara el cuchillo, lo que no hizo. Ni siquiera gimió de dolor. No pronunció sonido alguno.
Ella, con su mano libre, rasguñó su rostro con tanta fuerza, que, de nuevo, la sangre volvió a salir.
Él sí gimió y soltó la mano de su atacante... Mala idea.
Mientras dirigía su mano para tocar su rostro, solo sintió todo húmedo lleno de sangre.
El rasguño iba desde su barbilla hasta el párpado inferior.
¿Qué tan largas debía tener sus uñas para hacer un daño así?
Ella aprovechó el momento y de una estocada, enterró el cuchillo en su pecho.
Él no alcanzó a reaccionar.
Cayó al suelo con un estrépito y vio como la sangre empapaba la ropa.
Miró hacia arriba, donde estaba ella, y bajo la luz de la luna, pudo ver su rostro y eso le arrebató el aliento.
La conocía. Él la conocía.
— ¿Cómo... pudiste hacer esto? — La sangre salió de su boca y él supo que ya estaba perdido.
Ella sólo sonrió.
— ¿Por qué? — Dijo con sus últimos alientos.
— Tú sabes por qué. — Su voz. Esa voz que normalmente sonaba suave y dulce, esta vez el odio la cargaba y sonaba tétrica, sonaba aterradora.
Y lo último que vio, fueron sus uñas, de un color estridente, el color de la sangre.
Su sangre.
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La chica que usaba uñas de color sangre.
Mystery / ThrillerEra ella. La misma. Con sus uñas pintadas de un color rojo como la sangre.