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El timbre sonó y yo regresé a la realidad. 

— ¿Qué ves, Lucky? — Se burló Lía en mi oído, haciendo que  escondiera las fotos instintivamente. 

— E-eh... Nada. — Tomé mis cosas con rapidez y me levanté. — Vámonos. 

Lía me observó durante unos segundos, dudando. Probablemente sospechando que algo no anda bien, pero al final, suspiró y salió de la clase antes que yo. 

Estaba a punto de salir, siendo el último en el salón, pero observé a Dasha, anotando algo con rapidez, y supe que tenía que enfrentarme. 

— Maestra... Dasha. — Ella no levantó la mirada, pero dejó de escribir, por lo que supe que me escuchaba. — Sé que estás enojada, y sí, estuvo mal lo que hice, pero... No creo que tenga derecho a excluirme de la clase. ¿Sabe? No me interesa si está aquí, yo sólo quiero aprender y no creo que... 

— No has tenido tiempo. — Me interrumpió. — No has leído nada, por todo lo que ha pasado. 

Me quedé callado, sabiendo que me había salvado de quedar en ridículo, además de haber entendido lo que me había pasado. 

Me miró con seriedad, decepcionada, en el fondo, y eso, me dolió. 

— Toma. — Puso una carpeta en mi pecho con fuerza, pasando a mi lado, y salió del salón, no sin antes decirme: —  Y sal de aquí. 

— E-espera... 

Pero ella ya se había ido. 

Suspiré y miré lo que me había entregado. 

Eran las pruebas de ADN.

Ella no tenía nada que ver.

Y por enésima vez, suspiré. Suspiré cansado; suspiré triste; suspiré... harto.

Fui a casa, de repente, sintiendo que no podía mantenerme de pie por mucho más tiempo. 

Cuando entré a mi "hogar", la oscuridad reinaba al igual que el silencio. Pero, por una extraña razón, no me preocupé; supe que era normal. Que esto seguiría así por mucho tiempo o por siempre. 

— Hermanito. — Vi a Charlotte bajando por las escaleras, en pijama y con el rostro adormilado. 

— Hola, linda. 

— Aún tengo sueño. 

— Pues ve a dormir.

— No quiero, porque... Cada vez que cierro los ojos, veo a papi... Y me duele verlo. ¿Por qué?

— Porque... — Tomé su mano y la guié de nuevo hacia arriba, hacia su cuarto. Ella me siguió sin titubear y se acostó en su cama cuando llegamos a su habitación. — Eso pasa, pero se te olvida cuando recuerdas cosas buenas. 

— Está bien. Voy a pensar cuando estábamos todos juntos... — Sus ojos se cerraron. — ... felices. 



Abrí la puerta, con miedo, y al oler la fragancia de mi padre, volví a cerrar la puerta con un profundo dolor en mi pecho, sin permitirme dejar respirar. 

— Es sólo su cuarto. No es como si estuviera ahí, en forma fantasma. — Me dije a mí mismo, tranquilizándome. 

Al final lo hice, entré a su cuarto y lo vi tal y como él lo había dejado. 

Su cama deshecha, algunos cajones de su cómoda abiertos; ropa tirada por doquier y fotos puestas en todos lados. Mías, de mi hermana, de mi hermano. De todos juntos y de... De Maia. 

Rápidamente me acerqué a esa foto, examinándola, y sí era ella. 

¿Por qué tenía una foto suya? ¿Quién era Maia que tenía que ver con todo esto? ¿Acaso Maia tenía algo que ver con todo esto? ¿Maia era nuestra madre? Si ella lo era, ¿estaba muerta? ¿O quién era esa que le dijo a mi hermana que era nuestra madre? 

La chica que usaba uñas de color sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora