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La muchacha observó por la ventana, notando a cada persona, un poco cansada, sin embargo, con grandes ansias por lo que seguía a continuación. 

Caminó al lado contrario, cada vez con más rapidez; el deseo la consumía. 

Necesitaba hacerlo para lograr tranquilizar su corazón exaltado. 

El edificio se alzaba sobre su cabeza y ella, por primera vez, le encantó regresar ahí, a sabiendas de que todo mejoraría e iría como ella había planeado. 

A paso lento, se adentró por las puertas de vidrio, empujándolas y siguiendo el habitual pasillo, las puertas a cada lado de el pasillo. 

Pero a ella sólo le interesaba una, y era justo a la que entraba. 

Aún seguía su objetivo ahí, parecía ocupado revisando trabajos y sólo levantó la mirada cuando ella puso la mano en su escritorio. 

Hola. ¿Qué haces aquí? Creí que tenías algo importante que hacer. — Dice el hombre sentado frente a ella. 

Oh, sí, ya lo hice. Sólo quería hablar contigo. 

El hombre se quitó las gafas y los dejó a su lado, mientras con su otra mano, acariciaba el tronco de su nariz, cansado. 

Bien. ¿Qué necesitas? 

¿Qué pasó hace nueve años? 

Los ojos marrones del hombre se clavaron en los de ella. 

Ella podía sentir la intensidad de su mirada, pero no le afectaba. Ya casi nada le afectaba. 

-— ¿Hace nueve años? No estoy muy seguro... Fue hace mucho. — El hombre se levantó, pero nunca dejó de verla. 

Era obvio que mentía, cualquiera se habría dado cuenta, pero ella no tenía demasiado tiempo, y tampoco paciencia. 

Vamos, ¿crees que no me di cuenta que me reconociste? — La muchacha se acercó a él. 

Él retrocedió, ella era imponente; la manera en la que caminaba, en la que hablaba y gesticulaba. Era notorio que ella era fuerte y poderosa, por eso no parecía haber miedo en sus ojos. No había titubeos. 

Y-yo... No te conozco. — El nerviosismo atacó al pobre hombre. 

La muchacha ya no tenía paciencia, tenía que regresar y saber lo que pasaba por allá. Y el estúpido de ese hombre que la había hecho sufrir atrás no le decía lo que quería oír, pero podía hacer lo que necesitaba hacer sin escuchar esas palabras.

¡Tú estabas ahí! ¡Tú lo viste todo! ¡¿Y qué fue lo que hiciste?! — El hombre quedó acorralado en la esquina, agachándose mientras la muchacha se erguía sobre él. Los gritos que ella profanaba resonaban por todo el minúsculo lugar. — ¡Obviamente tú no hiciste nada! ¡¿Sabes por qué?! Por cobarde... 

P-perdón... — El miedo se instaló en el pecho del hombre. Ella nunca le dio buena espina, desde que la conoció. Esos ojos hermosos llenos de frialdad, eran lo peor , llegaban hasta tu alma y se instalaba ahí. Parecía contener tantos recuerdos, a la vez que crueldad. No había un rastro de felicidad en sus ojos. 

Oh, claro que sí... — Su tono de voz indicaba claramente lo contrario. — ¿¡CREES QUE TE VOY A PERDONAR, PEDAZO DE MIERDA?!

Una patada se estrelló en el estómago del hombre, haciendo que el aire se fuera de sus pulmones y tuviera que toser para poder retomar el aliento. 

La chica que usaba uñas de color sangre.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora