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-Muy bien, creo que eh escuchado bastante- dijo Hazael sonriéndome.

-¡Que gracioso eres!- me cruce de brazos.

-Es la verdad, ya esta cubierta mi dosis depresiva del día de hoy- comenzó a soltar carcajadas.

-Si señor de la felicidad, espero no vaya romper su caja de la risa- lo fulmine con mi mirada.

-Tranquila Yael, desapareció hace bastante- rompió de nuevo en carcajadas.

-¡Ya no te burles de mi!- le dije tratando de aguantarme la risa.

-Ya ríete, se que mi risa es contagiosa- no dude mas y deje escapar las carcajadas de mis labios.

-Paremos un momento, solo diré que esos señores se perdían de tu gran carisma- me miro a los ojos, sus ojos cafés me recordaban mucho a los de mi amada abuela.

-Vale, ni los menciones que los puedes invocar, ademas de que solo vienen a reírse de mi y dañarme- su rostro se torno serio y cambio de tema.

-Esos desgraciados, no los soporto, pero ya veras, te recuperaras y saldrás de aquí- eso ni yo lo creía, aunque utilice su táctica y cambie de tema.

-¿Y tú que me dices de tus padres?- volvió a cambiar su rostro, se le marco una vena en su frente signo de que no había dicho nada bueno.

-¿Recuerdas el trato, no?- dijo mas clamado.

-Si, ya se, tú me escuchas y yo no hago preguntas- me sonrió.

-Vale, así que no responderé tu pregunta, ademas ya debo irme es tarde y no quiero que ninguna enfermera me vea- no se porque les temía si todas las enfermeras lo adoraban.

-Esta bien, trata de no vomitar después de la quimio- lo mire a los ojos.

-Y tú trata de comerte una manzana entera- me guiño un ojo y lo vi desaparecer tras la puerta.

Odiaba quedarme sola, la habitación era blanca y solo me traía malos recuerdos.

Mentiras AzulesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora