Capítulo Dos

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Quizás era la época del año, talvez todos los planes que hice y quedaron sin concretarse, o la incertidumbre por mi futuro que no dejaba de atormentarme

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Quizás era la época del año, talvez todos los planes que hice y quedaron sin concretarse, o la incertidumbre por mi futuro que no dejaba de atormentarme. No tenía del todo claro el motivo de la tristeza que me invadía aquella mañana, tristeza que me obligó a permanecer llorando bajo las sábanas.

No solo tenía rabia por las circunstancias que me rodeaban, me frustraba enormemente sentirme así de débil, no solía llorar muy a menudo, siempre encontré la manera de revertir cualquier situación adversa que estuviera atravesando. El saber que lo que vivía no tendría una salida fácil me llenaba de ansiedad, de algo que no sabía dominar.

—Cami.

Apreté los ojos al escuchar la voz de mi mamá, el nudo en la garganta se tensó mucho más ante la antelación de ser descubierta así de débil. En ese instante extrañé a mi papá, él siempre resolvía cualquiera de mis problemas.

—Me duele la cabeza —dije cuando intentó quitarme la sábana con la que me cubría.

—Tómate algo, quiero hablar contigo te espero en la cocina.

—Mamá por favor.

—Cinco minutos Camila, no espero ni uno más.

No quería hablar con ella, intuía que me iba a poner al tanto de la situación de mi papá, tocar ese tema no era mi actividad favorita. Me levanté después del sonido de mi puerta cerrándose, sintiéndome más miserable al ver la habitación que ocupaba, el espacio reducido con el que tenía que conformarme y del cual renegaba en cada oportunidad que se presentaba. Evitando desatar el enojo de mi mamá me apresuré a cepillarme los dientes, lavarme la cara y arreglarme un poco antes de salir.

—¿Por qué estás cocinando tú? —Cuestioné en cuanto llegué a la cocina.

Me parecía sumamente extraño encontrar a mi madre realizando ese tipo de actividades, en mis veinte años la había visto pocas veces metida en la cocina. Encogió los hombros dejándome ver su mal humor en los gestos de su cara, me senté frente a la barra percibiendo su hostilidad, no recordaba que le había hecho para que estuviese molesta conmigo.

—Ayer le pedí a Yadira que no volviera más, es injusto que esté trabajando sin recibir un salario.

—¿Por qué hiciste eso? —Hice sonar la palma de la mano sobre el granito, sin poder disimular lo mucho que me irritó la noticia—. Dijo que nos podía esperar, estaba dispuesta a seguir con nosotras.

—¡Porqué no tenemos dinero para pagarle!

Su exaltación no me tomó por sorpresa, ambas estábamos al límite, igualmente de estresadas casi al borde de un colapso. Tomé aire evitando responderle, de mi mamá no solo había heredado el color del cabello, mi mal carácter del que tanto se quejaba venía de ella.

—Ahora no tenemos, pero pronto todo se resuelve. Los abogados pueden sacar de papá, cuando demuestren que no cometió ningún fraude nos regresan todo y listo.

Malas IntencionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora